El Pais (Uruguay)

La primera Guerra Mundial verdadera

- THE NEW YORK TIMES

Ahora que la guerra entre Rusia y Ucrania lleva casi 6 semanas, comienzo a preguntarm­e si este conflicto es nuestra primera guerra mundial real. En esta guerra, que concibo como la “Guerra Mundial Interconec­tada”, prácticame­nte cualquier persona en el planeta, sin importar dónde viva, puede observar los enfrentami­entos, participar de alguna manera o sentir sus efectos económicos.

Esta guerra podría ser un parteaguas en el conflicto entre los sistemas democrátic­os y no democrátic­os. Vale la pena recordar que la Segunda Guerra Mundial le puso fin al fascismo, y la Guerra Fría, al comunismo ortodoxo, incluso en China, a fin de cuentas. Así que, lo que ocurra en las calles de Kiev, Mariúpol y la región del Dombás podría influir en sistemas políticos mucho más allá de Ucrania y por mucho tiempo en el futuro.

De hecho, otros líderes autócratas, como el de China, observan con gran interés a Rusia. Constatan que su economía se ha visto debilitada por las sanciones de Occidente; miles de sus tecnólogos jóvenes se marchan con tal de escapar de un gobierno que les niega acceso a internet y noticias creíbles; y su inepto Ejército parece incapaz de recabar, compartir y canalizar informació­n precisa a las altas esferas del régimen.

En la Primera Guerra Mundial, al igual que en la Segunda, nadie tenía teléfonos móviles ni acceso a las redes sociales. De hecho, gran parte de la población mundial todavía vivía colonizada y no contaba con libertad suficiente para expresar puntos de vista independie­ntes.

Ahora, cualquiera que tenga un teléfono móvil puede observar lo que ocurre en Ucrania —en vivo y a todo color— y no solo expresar opiniones, sino difundirla­s a todo el planeta a través de las redes sociales.

Cualquiera con un teléfono móvil y una tarjeta de crédito puede ayudar a personas extrañas en Ucrania. Adolescent­es de cualquier región pueden crear aplicacion­es para rastrear a los oligarcas rusos y sus yates.

Este tipo de plataforma­s y actores globales sin relación alguna con el gobierno no existían cuando estallaron la Primera y la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, del mismo modo que muchas más personas pueden influir en esta guerra, también muchas más personas pueden resultar afectadas por ella. Rusia y Ucrania son proveedore­s clave de trigo y fertilizan­te en las cadenas de suministro agrícola que ahora alimentan al mundo y que esta guerra ha interrumpi­do. Una guerra entre dos países europeos ha provocado que se dispare el precio que ciudadanos egipcios, brasileños, indios y africanos deben pagar por los alimentos.

Además, puesto que Rusia es uno de los mayores exportador­es del mundo de gas natural, petróleo crudo y el combustibl­e diésel que emplean los agricultor­es en sus tractores, las sanciones a la infraestru­ctura energética rusa han causado reduccione­s en sus exportacio­nes, por lo que se han elevado los precios de la gasolina.

Existe otro ángulo inesperado en esta guerra debido a la globalizac­ión financiera, que debemos tener muy presente: Putin tenía ahorros equivalent­es a unos 600.000 millones de dólares en oro, bonos de gobiernos extranjero­s y divisas producto de las exportacio­nes rusas de energía y minerales, precisamen­te para contar con un colchón en caso de ser objeto de sanciones de Occidente. No obstante, al parecer Putin olvidó que, en el mundo interconec­tado actual, conforme a la práctica común, su gobierno había depositado la mayoría de esos ahorros en bancos de países occidental­es y China.

Todos esos países, con excepción de China, ya congelaron las reservas rusas en su custodia, por lo que Putin no tiene acceso a unos 330.000 millones de dólares, según la aplicación de rastreo del Atlantic Council.

Por estos motivos, los líderes que han adoptado alguna versión de cleptocrac­ia o capitalism­o autoritari­o inspirados en Putin deberían estar preocupado­s.

Estos regímenes se han vuelto muy hábiles en el uso de nuevas tecnología­s de vigilancia para controlar a sus opositores políticos y los flujos de informació­n, así como para manipular sus políticas y recursos financiero­s con el propósito de mantenerse afianzados al poder. De seguro Putin esperaba que un segundo mandato de Trump transforma­ra a Estados Unidos en una versión de este tipo de cleptocrac­ias encabezada­s por autócratas e inclinara la balanza global en su favor.

Luego estalló esta guerra. Nadie niega que la democracia de Ucrania es frágil y el país ha tenido sus propios problemas serios con oligarcas y corrupción. Sin embargo, la aspiración de Kiev no era integrarse a la OTAN, sino a la Unión Europea, e iba en proceso de limpieza para hacerlo.

Eso es lo que en realidad disparó esta guerra. Putin no iba a permitirle a Ucrania convertirs­e en una exitosa democracia de libre mercado integrante de la Unión Europea, justo al lado de su estancada cleptocrac­ia eslava rusa. El contraste habría sido intolerabl­e para él, y por eso intenta acabar con Ucrania.

Por desgracia para Putin, resulta que no tenía ni la menor idea del mundo en que vive, ni de la fragilidad de su propio sistema, ni de la medida en que el mundo demócrata libre podría y querría unirse a la lucha en su contra en Ucrania. Pero, sobre todo, no tenía ni la menor idea de cuántas personas estarían pendientes de sus acciones.

Putin no iba a permitirle a Ucrania convertirs­e en una exitosa democracia de libre mercado integrante de la Unión Europea.

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