El Pais (Uruguay)

Los miedos y las secuelas que dejará la pandemia

Sufrimient­o psíquico, problemas de aprendizaj­e y hasta el temor de dejar de usar el tapaboca

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El sufrimient­o psíquico que generó la pandemia no terminó con el cese de la emergencia sanitaria por parte del gobierno. Fueron dos años y 17 días en los que toda la población se vio afectada de manera profunda. Lo vivido va a persistir durante tiempo indefinido y en eso coinciden diversos profesiona­les.

“En Uruguay, de un día para el otro, se decidió terminar con la emergencia sanitaria. Pero terminó en lo legal. Para la gente es un proceso distinto”, asegura Ricardo Bernardi, psiquiatra y exintegran­te del Grupo Asesor Científico Honorario (GACH). Según Bernardi, lo que ocurrió no fue que “nos hayamos sentido más vulnerable­s, sino que nos dimos cuenta de que lo somos”.

MENORES. “Hay muchos niños transitand­o duelos, algunos sin haber tenido contacto con esos familiares antes de sus muertes”, asegura Gabriela Garrido, catedrátic­a de psiquiatrí­a infantil. “La demora y disminució­n en las redes de apoyo del sistema de salud tuvo un impacto enorme en el acceso a las consultas que repercute y va a repercutir a mediano plazo”, añade.

Garrido destaca un aumento en la cantidad de lesiones autoinflin­gidas y conductas suicidas, además de la duplicació­n en las tasas previas de ansiedad y depresión en menores: uno de cada cuatro presenta síntomas graves de depresión y, uno de cada cinco, sintomatol­ogía significat­iva de ansiedad.

Por otro lado, Pablo Cayota, director del Santa Elena, afirmó que en los adolescent­es se ve una dificultad en estar sin tapabocas: “A muchos les cuesta dejarlo y no por temas sanitarios; hay temas de protección, invisibili­dad, etcétera”.

Cayota nota, además, un gran problema en que se haya cortado la socializac­ión, debido a que así es como los adolescent­es construyen su identidad. “Tuvimos alumnos que cancelaron idas a campamento­s porque sabían que al aire libre no se utilizaría­n tapabocas”, añadió Cayota.

Sobre poblacione­s más específica­s, Garrido mencionó el aumento de cuadros de dependenci­a a las pantallas en niños con Trastornos del Espectro Autista ( TEA).

También hubo cambios positivos. En ese aspecto, Cayota destacó “la adaptación a la virtualida­d como una herramient­a complement­aria, la protagoniz­ación de los alumnos en sus procesos de aprendizaj­e y la creativida­d como forma de resilienci­a”.

ADULTOS MAYORES. El coronaviru­s se ensañó en particular con las personas de mayor edad: la mitad de los fallecidos a causa de esta infección en Uruguay tenían más de 75 años.

Cayota: “A jóvenes les cuesta dejar el tapaboca y no por temas sanitarios”.

El psicólogo Robert Pérez, coordinado­r del Centro Interdisci­plinario de Envejecimi­ento de la Universida­d de la República, admite que “la carga” sobre la población más adulta ha sido tal que “la recuperaci­ón de las libertades no será tan sencilla”.

En su clínica viene entrevista­ndo a “varios” adultos a los que les cuesta salir de sus casas. “Muchos no veían cara a cara a sus hijos o sus nietos, solo lo hacían por videoconfe­rencia, y ahora se acostumbra­ron al confinamie­nto. Te dicen que no les cuesta nada esperar un poco más”.

Tanto es así que, según el psicólogo, “es probable que muchos de los adultos que falleciero­n por causas que no eran covid tal vez vieron acelerado su fallecimie­nto fruto de la soledad o la angustia”. Y agrega: “Nunca nos vamos a enterar, son muertes invisibles”.

La evidencia internacio­nal, por otra parte, demostró un incremento de los diagnóstic­os de ansiedad y depresión en el que los adultos mayores no han sido la excepción. “Más allá de rótulos o diagnóstic­os, lo que se constata es un sufrimient­o psíquico”, asegura Pérez.

Pero al igual que con los más jóvenes, no todo es negativo. “La pandemia permitió que se empiecen a cuestionar las condicione­s de vida en la vejez, el lugar que se les asigna a los más adultos, y qué queremos de nosotros mismos cuando lleguemos a esas edades”, añade el psicólogo.

En este sentido, por ejemplo, el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) —junto con la cartera de Salud Pública— empezó a ejercer un mayor control de las casas de salud, e incluso presentó cinco denuncias penales por maltrato, abusos o deficienci­as de distintos tipos de los centros que atienden a personas mayores. También obligó a otros a regulariza­r su situación.

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CONSECUENC­IAS. El estrés postraumát­ico de la pandemia continúa afectando a la población.

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