La verdad de la milanesa
Durante la semana posterior al referéndum todo el mundo —políticos, politólogos, periodistas y aficionados— se dedicó con entusiasmo a interpretar los resultados. En todos los casos los análisis se hicieron sobre la clave ganador-perdedor. Allí se volcó la interpretación de las cantidades de votos y su distribución. El manejo de las cifras fue generalmente acompañado (o sazonado) por el propósito de cada bando de demostrar que le había ido mejor de lo esperado o no tan mal como había temido.
Esta semana, en cambio, los análisis y comentarios pasaron a ocuparse de lo que estimo sea el mensaje más importante y más grave que se puede deducir de los resultados del referéndum: me refiero al significativo número de uruguayos que se mantuvieron por fuera del asunto. Casi medio millón. Esto es elocuente y es grave. También es grave el enfoque de la mayoría de los comentarios al respecto, yéndose alegremente por lo superficial (o directamente por la banalización).
El País (miércoles 6 de abril) recoge varias opiniones y las cobija bajo un titular significativo: “No votaron por “fatiga electoral” y “confusión”. A continuación leemos que F. Pereira, Presidente del Frente Amplio, sostiene que eso se debe a que el 15% de los uruguayos no sabían que el voto es obligatorio (¿de dónde sacó esa cifra?). Agrega luego que los pasajes están caros y pagar la multa sale más barato que trasladarse a votar. Sin comentarios. El Dr. Julio M. Sanguinetti, más experto y más cauto, habla de que la seguidilla de convocatorias y obligación de votar —las internas, las nacionales, la segunda vuelta, las departamentales, las del BPS— han producido fatiga y un debilitamiento de las convocatorias.
Creo que hay que dejarse de eufemismos y circunloquios; de modo consiente o de forma subconsciente la gente sintió que este referéndum era, más que un mamarracho, una inmoralidad. Convocar a pronunciarse con solo una opción posible —sí o no— sobre 135 cosas distintas es una irresponsabilidad. Eso fue lo que irritó a muchos y los predispuso a no jugar ese juego. Aún unos cuantos de los que concurrimos a votar lo hicimos por el peso (saludable en otras instancias) de la adhesión partidaria. Pero para muchos otros (medio millón) eso no fue suficiente.
No se debe pasar por alto que el asunto empezó a moverse a impulso de la dirigencia del sindicato de Ancap. El
La gente sintió que este referéndum era, más que un mamarracho, una inmoralidad.
Pit-cnt tuvo dudas pero al final lo tomó y empujó al Frente Amplio, que también tuvo dudas pero cedió. Al final se terminó volcando sobre el gobierno, el cual se vio obligado en virtud del número de firmas, a convocar al pueblo para ratificar. Ninguno de los que tuvieron en sus manos frenar algo que veían como dudoso se animó a hacerlo.
Todo este recorrido, tan cargado de dudas y concesiones, tan mal fundamentado, fue más claro para muchos uruguayos que el contenido de los 135 artículos.
Se traslucía con demasiada claridad la maniobra política, la claudicación en cadena; esa es la explicación de que medio millón de uruguayos no hayan querido participar en el asunto.
Esto explica lo que pasó. Admitir como válidas y sólidas las simplezas que circulan estos días travestidas en sesudas explicaciones es burlarse de la gente. Otra burla, como burla fue —y hay que decirlo— el reciente referendum.