El día después
Culminado el referéndum sobre la Ley de Urgente Consideración, las autoridades anunciaron que acelerarán las reformas educativas.
Como argumenté en mi columna anterior, el principal cuello de botella de nuestro sistema educativo es la educación secundaria. En las últimas décadas se implementaron diversos programas y reformas que no lograron mejorar los principales problemas del sistema secundario: la baja tasa de graduación de bachillerato, la enorme brecha de resultados entre los alumnos de hogares de menores y de mayores ingresos y los niveles insuficientes de aprendizaje según las pruebas internacionales. Todos estos problemas tienen solución como lo muestra la experiencia internacional si se utilizan las estrategias e instrumentos adecuados.
Estas iniciativas no fueron efectivas porque no se focalizaron en los factores más importantes de disfuncionalidad del sistema. Algunas se concentraron excesivamente en factores políticos, por ejemplo, como se eligen las autoridades o como se conforman los órganos de gobierno. Este tipo de reforma es periférica a los intereses de los alumnos.
Otras iniciativas se focalizaron en los recursos que la sociedad debe proveer a la educación pública. El problema con este enfoque es que en lugar de preguntar “¿qué quiero hacer?”, se pregunta “¿cuánto puedo obtener?”. En este debate se utilizan cifras que van variando sin mayores fundamentos científicos (4,5% del PBI que aumentó posteriormente a 6% del PIB y más recientemente a 7%). La pugna por recursos no puede ser el sustituto de una política pública. No sorprende que los importantes aumentos de presupuestos educativos de la década de 2010 no produjeron mejoras apreciables en los problemas más importantes.
Otros proyectos se concentraron en los planes estudios. El foco estuvo en la carga horaria de cada asignatura, en las orientaciones de bachillerato o en la creación de nuevas materias para temas como la informática, la robótica, la ecología, la educación sexual o los derechos humanos. Este no es un enfoque efectivo porque lleva a una dinámica de suma cero donde cada grupo solo puede obtener más horas de su asignatura quitándoselas a otras. ¿Es más importante destinar más horas a inglés o a matemática? ¿Debe seguirse enseñando francés o italiano? ¿Todo el mundo debe estudiar astronomía o debe ser una materia optativa? ¿A qué asignatura se le reducen las horas para dictar robótica? Son preguntas genuinamente difíciles de responder, especialmente si uno busca una respuesta única para todos. Como resultado de esta dinámica, los planes de estudio terminan reflejando las relaciones de poder entre las partes involucradas más que las necesidades de los alumnos.
Este enfoque “contenidocéntrico” es cada vez menos adecuado para una sociedad en la cual la tecnología cambia continuamente. La búsqueda del plan de estudios perfecto es una quimera. El conocimiento en todas las disciplinas cambia tan rápido que mucho de lo que incluyamos
No se pueden elaborar planes de mejora educativa en base a metas abstractas como “construir un país más justo”.
en un plan de estudios será obsoleto unos pocos años después. Los nuevos sistemas educativos deberán concentrarse mucho más en métodos para aprender que en contenidos a enseñar.
La evidencia apunta a que otro tipo de reformas son necesarias. La experiencia internacional es consistente en cuanto a los principios que guían reformas educativas exitosas y sostenibles.
Lo primero es que toda reforma exitosa requiere definir explícitamente los resultados que aspira a alcanzar. No se pueden elaborar proyectos de mejora educativa en torno a metas abstractas como “construir un país más justo”, “profundizar la democracia” o “generar ciudadanos críticos”. Enunciar metas como estas sin definir objetivos medibles y planes concretos es un ejercicio retórico inconsecuente.
Otro principio para encarar una reforma exitosa es que el sistema debe adaptarse a las necesidades e intereses de los alumnos. En nuestro sistema educativo los planes de estudio, las cargas horarias, las evaluaciones y los docentes son los mismos para todos. Los alumnos con mayores dificultades cognitivas o culturales no reciben el apoyo institucional diferenciado que necesitan. El alumno debe adaptarse al sistema y si no lo puede hacer abandona los estudios (como hace la mayoría de los liceales). Esto hace que la omnipresente retórica de diversidad no se corresponde con una práctica de inclusión.
Incrementar la personalización de la enseñanza para que el sistema se adapte mejor al alumno es esencial si aspiramos a lograr una inclusión genuina de alumnos con muy variados intereses y habilidades, y muy diversas extracciones socioculturales. Para “personalizar a escala” será necesario repensar estructuras organizacionales, centrar la enseñanza en el alumno, configurar equipos multidisciplinarios integrados por docentes y otros profesionales como psicólogos y asistentes sociales, y utilizar de manera inteligente la tecnología, en especial las nuevas técnicas de inteligencia artificial como el aprendizaje automático y la analítica de datos (es interesante recordar que un compatriota, el Dr. Luis Osin, fue uno de los pioneros a nivel mundial en utilizar tecnología para personalización educativa hace más de 50 años). En el largo plazo, la capacidad de personalización de un sistema educativa, será posiblemente su principal factor de éxito.
En próximas publicaciones y a partir de estos principios discutiré propuestas de mejora del sistema educativo incluyendo la mejora de la formación docente, la reorganización de la acción docente hacia un enfoque multidisciplinario y la utilización de tecnología para personalizar el aprendizaje. Esta es la reforma que no puede esperar.