Un debate ejemplar
Este domingo, el pueblo francés definirá en las urnas si renueva la presidencia de Emmanuel Macron o lo releva por su desafiante, Marine Le Pen. Mucho se ha escrito sobre las particularidades de esta elección y no vamos a abundar en ello. Lo que hoy nos parece interesante comentar es el contundente debate que enfrentó a ambos candidatos anteayer.
Seguido por 15 millones de franceses, el evento debe ser calificado como ejemplar desde el punto de vista formal, al punto que valdría la pena copiar su formato en los debates políticos que se hacen en nuestro país.
Para empezar, hubo una gran ventaja en la manera como los organizadores dispusieron a los candidatos en el espacio.
A diferencia de los debates uruguayos, que colocan a los contendientes detrás de sendos atriles, mirando ambos hacia adelante, como si estuvieran en ámbitos separados, lo que hicieron los franceses fue sentarlos frente a frente. Todo el tiempo se hablaron mirándose a los ojos. Y más importante aún fue el hecho de que tuvieron completa libertad de interrumpirse, algo casi imposible en nuestros increíblemente absurdos monólogos locales, en que los canales obligan a los candidatos a limitar en forma estricta su tiempo de exposición, incluyendo unos risibles timbres o campanitas cuando agotan ese límite.
De tanto equilibrio que se busca como garantía para los contendientes, se los lleva paradójicamente a armar monologuitos prefabricados que quepan en cuatro minutos, o dos, o uno, y se los pone en el aprieto de redondear cuando escuchan esos estímulos sonoros.
En comparación con tanta artificiosidad, vale la pena echar una ojeada al debate Macron-le Pen. El equilibrio entre ambos se dio por un contador de tiempo que corría por debajo de cada uno, oportuna y respetuosamente monitoreado por los periodistas que oficiaban de moderadores. La gran ventaja de que pudieran mirarse a los ojos convirtió lo que los uruguayos solemos ver como discursos intercalados, en un verdadero debate. Si bien el enfrentamiento retórico fue en más de una oportunidad intensamente acusatorio (sobre todo cuando Macron reprochó la supuesta connivencia de Le Pen con Vladimir Putin), ambos candidatos dieron una lección de civismo, manteniendo un código de respeto y no cayendo nunca en las falacias ad hóminem que abundan en la política rioplatense (acá no faltan, pero en Argentina llegan a un nivel por momentos execrable).
Quien tiene ambiciones políticas debe saber que no basta con poseer conocimientos profundos sobre diversos temas y capacidad de gestión y negociación. Tan importante como ello es gozar de una eficiente capacidad de comunicación y saber manejar un discurso persuasivo. Para ello es importante conocer también las fortalezas y debilidades comunicacionales del adversario: un riesgo muy grande para Macron era “aplastar” a Le Pen, transmitiendo con ello una imagen de soberbia que podía distanciarlo de los televidentes a nivel emocional.
Ese sí que es un equilibrio difícil: mostrar a través de códigos gestuales, posturales y dialécticos que ostenta el liderazgo necesario para ejercer su rol, pero al mismo tiempo evitar pasarse de la raya y aparecer como arrogante.
Por momentos, Macron interrumpía tanto a Le Pen, que corría el riesgo de mostrarse agresivo, arrollador. Ella acusaba recibo de esa vehemencia y en más
Emmanuel Macron y Marine Le Pen tuvieron completa libertad de interrumpirse en el debate, algo que resulta casi imposible en nuestros increíblemente absurdos monólogos locales.
de un pasaje se la notó desacomodada. Lo evidente es que dos personas discutiendo frente a frente no tienen mucho margen para la sobreactuación o el engaño. Quien monologa mirando la lente de una cámara de televisión puede reproducir un discurso preparado y ensayado, pero quien discute cara a cara, no tiene más margen que el de mostrarse verdadero y comprometido con lo que dice, reafirmando lo que sabe y delatando involuntariamente lo que desconoce.
En realidad, ese talante auténtico no es nada diferente al que los mismos políticos uruguayos exhiben cuando se enfrentan en el parlamento. ¿Qué sentido tiene que rehúyan la mirada justo en la instancia en que deben debatir para develar sus diferencias?
Nos vienen a la mente las justas entre Lacalle Pou y Martínez, o la más reciente entre Andrade y Manini Ríos. Todos ejemplos de formatos rígidos, donde los enfrentamientos reales solo se daban si uno giraba hacia su oponente.
Ojalá este debate ejemplar entre Macron y Le Pen sirva de inspiración a nivel local para una reformulación imprescindible, que muestre a los políticos sin máscaras y facilite la decisión ciudadana.