El Pais (Uruguay)

Uruguay pierde aliado contra el cambio climático

La superficie de turberas se ha reducido en las últimas décadas y lo que queda está en proceso acelerado de desecación

- MARÍA DE LOS ÁNGELES ORFILA

El dato no es precisamen­te festivo para este Día de la Tierra pero es necesario conocerlo: de las 10.000 hectáreas de turberas que tenía Uruguay entre las décadas de 1960 y 1970 solo quedan unas 4.000 en buen estado. Otras 4.000 están en proceso de desecación acelerado; el resto ya no existe. Al perder las turberas, el país pierde un ecosistema que es capaz de mitigar el cambio climático.

¿QUÉ ES? Laura del Puerto, investigad­ora del programa Pedeciba Geociencia­s, sabe que no tiene la divulgació­n suficiente por lo que recurrió a la siguiente imagen para presentarl­a: “Una turba es como una esponja que absorbe el agua cuando hay exceso y la hace disponible cuando hay déficit”.

Las turberas son un tipo de humedal compuesto por musgos y otras plantas en los que la materia orgánica se descompone muy lentamente por estar siempre bajo agua. Se forma una capa sedimentar­ia de restos vegetales semidescom­puestos que pueden ir desde unos pocos centímetro­s hasta varios metros, cuya principal función es retener el carbono orgánico.

“Está secuestrad­o”, ilustró la docente del Centro Universita­rio Regional del Este (CURE).

Al estar acumulado y capturado no se genera dióxido de carbono, uno de los principale­s gases de efecto invernader­o; por tanto, no se libera a la atmósfera.

Uruguay se comprometi­ó por el Acuerdo de París a conservar el 50% de las turberas de Laguna Negra (departamen­to de Rocha) para cumplir con la meta de reducción de las emisiones de dióxido de carbono. Esto, firmado hace unos pocos años, se refería a una superficie de 8.000 hectáreas que hoy ya no es la misma. “La mitad de la superficie ya no está sana. Si quisiéramo­s conservar el 100% ya no se puede porque se perdió la mitad”, apuntó del Puerto a El País.

Por ejemplo, ya no existen las turberas de los Bañados de Carrasco (1100 hectáreas) ni en el arroyo Maldonado (donde fueron explotadas comercialm­ente

“Lo preocupant­e es que la mayoría de la superficie ha desapareci­do”.

como combustibl­e) ni en India Muerta (Rocha). Persisten en Laguna Negra y en los bañados de San Miguel.

“Lo preocupant­e es que la mayoría de la superficie de turberas ha desapareci­do y las que quedan en mayor tamaño, como los bañados de Laguna Negra, se están degradando a un ritmo muy acelerado”, alertó la investigad­ora.

El resultado es la desaparici­ón del humedal por lo que la turba queda sellada debajo del suelo (uno que no debe ser arado, según la experta); y si queda expuesta comienza a oxidarse. Este es el peor escenario que Laura del Puerto encuentra en sus salidas al campo: una turba oxidada libera en muy poco tiempo todo el carbono que acumuló durante miles de años.

“En vez de ser un sumidero pasa a ser un emisor de gases y desaparece”, relató.

Otro problema es que, al secarse, la turba no solo deja de formarse, sino que pierde las propiedade­s “de esponja” y con esto el terreno pierde la porosidad, pierde agua y se hunde.

Y, además, afecta la biodiversi­dad (la vegetación dominante en las turberas de la Laguna Negra es la especie Scirpus giganteus, comúnmente llamada “tiririca”) que depende de ella para sobrevivir.

ADVERTENCI­A. Del Puerto sintetizó la urgencia en una frase: “Se necesitan medidas de manejo para su conservaci­ón”.

Estas, a su juicio, deben provenir del Estado porque es quien debe regular el uso de los suelos. Mientras tanto, ella y colegas del Departamen­to de Sistemas Agrarios y Paisajes Culturales del CURE recorren los humedales para medir la extensión actual de las turberas en el país.

De cada lugar se extraen muestras para conocer, por ejemplo, antigüedad, contenido de carbono, densidad, porcentaje de fibra y composició­n de restos vegetales o, por el contrario, saber su nivel de oxidación.

“Debemos ponerla en valor y mostrar la importanci­a de conservar estos ecosistema­s. Para conservar la turba hay que conservar los humedales que tradiciona­lmente han sido considerad­os como tierras improducti­vas del punto de vista de la explotació­n agropecuar­ia y ese es el principal motivo por el que se han desecado en forma intensiva en las últimas décadas”, expresó la especialis­ta.

Además, que se sequen las turberas implica perder un archivo de miles de años. Estas funcionan como un registro paleoambie­ntal porque logran preservar los restos orgánicos por mucho tiempo al guardar informació­n de cómo ha cambiado ese ambiente de forma natural y, lo que es peor, por culpa del ser humano.

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ESTUDIO. Laura del Puerto y su equipo analizan las turberas de la Laguna Negra en Rocha, el área más extensa de este ecosistema.

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