El Pais (Uruguay)

La Cárcel del Pueblo y los aljibes

- Enrique Sayagués Areco | Montevideo

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Leí con tristeza, pero también con mucho agrado, la edición de El País del pasado sábado 9 de abril.

Excelentes el editorial, la columna de Diego Fischer y la nota de Paula Barquet.

Luego de leer todo eso, uno se pregunta: ¿qué diferencia había entre esas catacumbas y los aljibes donde alojaron a los rehenes tupamaros? Parecería que ninguna.

Pocos motivos, por ende, tienen para quejarse los inquilinos forzados de los aljibes. Recibieron el mismo trato que ellos dieron a sus víctimas. Nada para alegrarse, pero tampoco nada para reclamar.

Por supuesto, no comparto lo de los aljibes. Pero tampoco lo de la cárcel llamada “del pueblo”. Y digo “llamada del pueblo” porque yo también soy parte de ese pueblo y no apruebo, ni justifiqué nunca, ni la referida catacumba ni los aljibes. Y fuimos muchos – más de la mitad del pueblo – los que por dos veces ratificamo­s esa posición en las urnas.

Bien va el gobierno por ese camino. No dudo que tendrán en mente aquella magnífica publicació­n que Pablo Da Silveira organizó para El País hace ya unos cuantos años. Ha estado demasiado tiempo juntando polvo en un estante de alguna biblioteca. Es hora de que salga a luz.

Y todavía me permito hacerles una sugerencia: deroguen cuanto antes el injusto carácter hereditari­o de las pensiones de tupas y asimilados. Y dispongan, cuanto antes, pensiones similares para las víctimas de los revolucion­arios de la OLAS.

Ya fue bastante injusto que otorgaran pensiones (pagadas por todos los uruguayos) a quienes intentaron traer a nuestro país una dictadura y un régimen similares al de Cuba. Más que pensiones, merecían un buen puntapié en salva sea la parte.

Pero si a esos pobres ilusos (al fin de cuentas, no eran más que eso) les damos una pensión, pues demos otras similares a quienes arriesgaro­n su vida para salvarnos de convertir a nuestro país en un paraíso socialista latinoamer­icano. O a los familiares de los que la perdieron, como aquellos cuatro soldados asesinados por la espalda y en la noche por un hato de cobardes. Que solamente supieron huir o lloriquear cuando tuvieron que combatir con ellos de frente. Combatir como hacen los guapos de verdad. No los de pacotilla.

Ilusiones, o mentiras, tan poco valoradas por aquellos revolucion­arios de cartón que, cuando tuvieron que exiliarse, se fueron casi todos a sufrir duramente a los países capitalist­as (España, Estados Unidos y Suecia). Salvo unos pocos que, por sus nexos con la oligarquía cubana, se fueron a Cuba a disfrutar de los mismos privilegio­s de los sátrapas que tiranizan la isla desde hace más de sesenta años. Con una solitaria y valiosa excepción. Hay que reconocerl­a: la de Jorge Zabalza (más loco e ignorante que una cabra, pero sobrado de la coherencia y la dignidad que pocos de sus compañeros tuvieron).

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