La Cárcel del Pueblo y los aljibes
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Leí con tristeza, pero también con mucho agrado, la edición de El País del pasado sábado 9 de abril.
Excelentes el editorial, la columna de Diego Fischer y la nota de Paula Barquet.
Luego de leer todo eso, uno se pregunta: ¿qué diferencia había entre esas catacumbas y los aljibes donde alojaron a los rehenes tupamaros? Parecería que ninguna.
Pocos motivos, por ende, tienen para quejarse los inquilinos forzados de los aljibes. Recibieron el mismo trato que ellos dieron a sus víctimas. Nada para alegrarse, pero tampoco nada para reclamar.
Por supuesto, no comparto lo de los aljibes. Pero tampoco lo de la cárcel llamada “del pueblo”. Y digo “llamada del pueblo” porque yo también soy parte de ese pueblo y no apruebo, ni justifiqué nunca, ni la referida catacumba ni los aljibes. Y fuimos muchos – más de la mitad del pueblo – los que por dos veces ratificamos esa posición en las urnas.
Bien va el gobierno por ese camino. No dudo que tendrán en mente aquella magnífica publicación que Pablo Da Silveira organizó para El País hace ya unos cuantos años. Ha estado demasiado tiempo juntando polvo en un estante de alguna biblioteca. Es hora de que salga a luz.
Y todavía me permito hacerles una sugerencia: deroguen cuanto antes el injusto carácter hereditario de las pensiones de tupas y asimilados. Y dispongan, cuanto antes, pensiones similares para las víctimas de los revolucionarios de la OLAS.
Ya fue bastante injusto que otorgaran pensiones (pagadas por todos los uruguayos) a quienes intentaron traer a nuestro país una dictadura y un régimen similares al de Cuba. Más que pensiones, merecían un buen puntapié en salva sea la parte.
Pero si a esos pobres ilusos (al fin de cuentas, no eran más que eso) les damos una pensión, pues demos otras similares a quienes arriesgaron su vida para salvarnos de convertir a nuestro país en un paraíso socialista latinoamericano. O a los familiares de los que la perdieron, como aquellos cuatro soldados asesinados por la espalda y en la noche por un hato de cobardes. Que solamente supieron huir o lloriquear cuando tuvieron que combatir con ellos de frente. Combatir como hacen los guapos de verdad. No los de pacotilla.
Ilusiones, o mentiras, tan poco valoradas por aquellos revolucionarios de cartón que, cuando tuvieron que exiliarse, se fueron casi todos a sufrir duramente a los países capitalistas (España, Estados Unidos y Suecia). Salvo unos pocos que, por sus nexos con la oligarquía cubana, se fueron a Cuba a disfrutar de los mismos privilegios de los sátrapas que tiranizan la isla desde hace más de sesenta años. Con una solitaria y valiosa excepción. Hay que reconocerla: la de Jorge Zabalza (más loco e ignorante que una cabra, pero sobrado de la coherencia y la dignidad que pocos de sus compañeros tuvieron).