Debilidades del autoritarismo
La década pasada lucía bien para los regímenes autoritarios y desafiante para las democracias. Las ciberherramientas, los drones, la tecnología de reconocimiento facial y las redes sociales hacían que los líderes autoritarios eficientes parecieran aún más eficientes y las democracias, cada vez más ingobernables.
Y luego sucedió algo inesperado: Rusia y China se extralimitaron.
Vladimir Putin invadió Ucrania y, para su sorpresa, abrió una guerra indirecta con la OTAN y Occidente. China insistió en que era lo suficientemente inteligente como para crear una solución local a una pandemia, con lo que dejó a millones de chinos desprotegidos y, en la práctica, inició una guerra contra uno de los virus más contagiosos de la Madre Naturaleza: la mutación ómicron del SARS-COV-2.
En pocas palabras, Moscú y Pekín se enfrentan a fuerzas y sistemas mucho más poderosos e implacables de lo que habían pensado. Ahora el mundo tiene que preocuparse por la inestabilidad en los dos países.
Rusia es un proveedor clave de trigo, fertilizantes, petróleo y gas natural para el mundo. Y China es el origen o un eslabón crucial de cadenas mundiales de suministro industrial. Si Rusia está aislada y China está cerrada por un período de tiempo prolongado, todos los rincones del planeta resultarán afectados. Esta situación ya no es una posibilidad imposible.
Comenzamos con Putin. Se tranquilizaba con la idea de que como su ejército había aplastado a un grupo variopinto de opositores militares en Siria, Georgia, Crimea y Chechenia, podría acabar con rapidez con un país de 44 millones de personas, Ucrania, que durante la última década se había estado moviendo hacia Occidente y tácitamente estaba siendo armado por la OTAN.
Hasta ahora, ha sido una debacle militar y económica para Rusia. Pero lo que es igual de importante: ha mostrado con precisión lo mucho que el “sistema” de Putin se sustenta en mentir hacia arriba —todos les dicen a sus superiores lo que quieren oír, hasta a Putin— y en perforar hacia abajo, para extraer los recursos naturales de Rusia, con lo que unos cuantos rusos se han enriquecido en lugar de liberar los recursos humanos del país y empoderar a la mayoría.
La Rusia de Putin se basa en petróleo, mentiras y corrupción, y ese no es un sistema que pueda resistir.
China es un país mucho más serio que Rusia: no se sostiene en el petróleo, las mentiras y la corrupción (aunque tiene mucho de esto último), sino en el trabajo duro y los talentos de su población, dirigida de manera férrea y vertical por el Partido Comunista Chino, que es inflexible pero parece ansioso por aprender del extranjero. En el pasado, al menos, estaba ansioso por aprender, pero recientemente menos.
El éxito económico de China, y el sentimiento de orgullo derivado de este, hizo pensar a sus líderes que era posible enfrentarse solos a una pandemia. Al producir sus propias vacunas, en lugar de importar mejores vacunas de Occidente, y al utilizar su eficiente sistema autoritario de vigilancia y control para detener los viajes, realizar pruebas masivas y poner en cuarentena a cualquier persona o vecindario, China apostó por una política de “cero covid”. Si lograban superar la pandemia con menos muertes y una economía más abierta, enviarían una gran señal: el comunismo chino es superior a la democracia estadounidense.
Pero Pekín, mientras se mofaba de Occidente, se volvió asombrosamente negligente al vacunar a sus mayores. No fue un factor tan importante cuando China pudo detener la propagación de variantes anteriores del coronavirus con sus estrictos controles de población. Pero ahora sí es relevante, porque las vacunas chinas Sinopharm y Sinovac, aunque son efectivas para reducir la hospitalización y la muerte, parecen no ser tan efectivas contra la variante ómicron como las vacunas de ARNM fabricadas en Occidente.
¿Cuál es la moraleja de esta historia? Los sistemas autoritarios de alta coerción son sistemas de baja información, por lo que a menudo se ciegan más de lo que creen. Y cuando incluso la verdad se filtra, o la realidad —materializada en forma de un enemigo más poderoso o de la Madre Naturaleza— los golpea con tanta fuerza que no pueden ignorarla, a sus líderes les resulta difícil cambiar de rumbo porque sus pretensiones de ser los mandatarios vitalicios se sustentan en sus alarmas de infalibilidad. Y es por eso que Rusia y China están en apuros.
Estoy muy preocupado por nuestro sistema democrático. Pero mientras podamos votar para reemplazar a los líderes incompetentes y mantener ecosistemas de información que expongan las mentiras sistémicas y desafíen la censura, podemos adaptarnos en una era de cambios vertiginosos, y esa es la ventaja competitiva más importante que un país puede tener estos días.