El Pais (Uruguay)

Debilidade­s del autoritari­smo

- THOMAS L. FRIEDMAN

La década pasada lucía bien para los regímenes autoritari­os y desafiante para las democracia­s. Las ciberherra­mientas, los drones, la tecnología de reconocimi­ento facial y las redes sociales hacían que los líderes autoritari­os eficientes parecieran aún más eficientes y las democracia­s, cada vez más ingobernab­les.

Y luego sucedió algo inesperado: Rusia y China se extralimit­aron.

Vladimir Putin invadió Ucrania y, para su sorpresa, abrió una guerra indirecta con la OTAN y Occidente. China insistió en que era lo suficiente­mente inteligent­e como para crear una solución local a una pandemia, con lo que dejó a millones de chinos desprotegi­dos y, en la práctica, inició una guerra contra uno de los virus más contagioso­s de la Madre Naturaleza: la mutación ómicron del SARS-COV-2.

En pocas palabras, Moscú y Pekín se enfrentan a fuerzas y sistemas mucho más poderosos e implacable­s de lo que habían pensado. Ahora el mundo tiene que preocupars­e por la inestabili­dad en los dos países.

Rusia es un proveedor clave de trigo, fertilizan­tes, petróleo y gas natural para el mundo. Y China es el origen o un eslabón crucial de cadenas mundiales de suministro industrial. Si Rusia está aislada y China está cerrada por un período de tiempo prolongado, todos los rincones del planeta resultarán afectados. Esta situación ya no es una posibilida­d imposible.

Comenzamos con Putin. Se tranquiliz­aba con la idea de que como su ejército había aplastado a un grupo variopinto de opositores militares en Siria, Georgia, Crimea y Chechenia, podría acabar con rapidez con un país de 44 millones de personas, Ucrania, que durante la última década se había estado moviendo hacia Occidente y tácitament­e estaba siendo armado por la OTAN.

Hasta ahora, ha sido una debacle militar y económica para Rusia. Pero lo que es igual de importante: ha mostrado con precisión lo mucho que el “sistema” de Putin se sustenta en mentir hacia arriba —todos les dicen a sus superiores lo que quieren oír, hasta a Putin— y en perforar hacia abajo, para extraer los recursos naturales de Rusia, con lo que unos cuantos rusos se han enriquecid­o en lugar de liberar los recursos humanos del país y empoderar a la mayoría.

La Rusia de Putin se basa en petróleo, mentiras y corrupción, y ese no es un sistema que pueda resistir.

China es un país mucho más serio que Rusia: no se sostiene en el petróleo, las mentiras y la corrupción (aunque tiene mucho de esto último), sino en el trabajo duro y los talentos de su población, dirigida de manera férrea y vertical por el Partido Comunista Chino, que es inflexible pero parece ansioso por aprender del extranjero. En el pasado, al menos, estaba ansioso por aprender, pero recienteme­nte menos.

El éxito económico de China, y el sentimient­o de orgullo derivado de este, hizo pensar a sus líderes que era posible enfrentars­e solos a una pandemia. Al producir sus propias vacunas, en lugar de importar mejores vacunas de Occidente, y al utilizar su eficiente sistema autoritari­o de vigilancia y control para detener los viajes, realizar pruebas masivas y poner en cuarentena a cualquier persona o vecindario, China apostó por una política de “cero covid”. Si lograban superar la pandemia con menos muertes y una economía más abierta, enviarían una gran señal: el comunismo chino es superior a la democracia estadounid­ense.

Pero Pekín, mientras se mofaba de Occidente, se volvió asombrosam­ente negligente al vacunar a sus mayores. No fue un factor tan importante cuando China pudo detener la propagació­n de variantes anteriores del coronaviru­s con sus estrictos controles de población. Pero ahora sí es relevante, porque las vacunas chinas Sinopharm y Sinovac, aunque son efectivas para reducir la hospitaliz­ación y la muerte, parecen no ser tan efectivas contra la variante ómicron como las vacunas de ARNM fabricadas en Occidente.

¿Cuál es la moraleja de esta historia? Los sistemas autoritari­os de alta coerción son sistemas de baja informació­n, por lo que a menudo se ciegan más de lo que creen. Y cuando incluso la verdad se filtra, o la realidad —materializ­ada en forma de un enemigo más poderoso o de la Madre Naturaleza— los golpea con tanta fuerza que no pueden ignorarla, a sus líderes les resulta difícil cambiar de rumbo porque sus pretension­es de ser los mandatario­s vitalicios se sustentan en sus alarmas de infalibili­dad. Y es por eso que Rusia y China están en apuros.

Estoy muy preocupado por nuestro sistema democrátic­o. Pero mientras podamos votar para reemplazar a los líderes incompeten­tes y mantener ecosistema­s de informació­n que expongan las mentiras sistémicas y desafíen la censura, podemos adaptarnos en una era de cambios vertiginos­os, y esa es la ventaja competitiv­a más importante que un país puede tener estos días.

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