Integrar el yoga al día a día
Dos profesoras de la disciplina explican cómo las ha ayudado a cambiar su rutina
El yoga no es solo posturas: es un estilo de vida”, dijo Gabriela Abalo, alumna y profesora de la disciplina. Ella se encontró con la práctica hace 13 años, cuando intentaba reencontrarse a sí misma: “Me ayudó a disfrutar más de las cosas simples de la vida y a darme cuenta de que la felicidad no estaba en el dinero ni en el poder, sino en la naturaleza, en la familia, en la comunidad”.
Todo empieza por observarse y prestar atención. Para Gabriela, se trata de ver cómo uno reacciona ante los desafíos que cada postura presenta. “Si yo no le hubiera dado una oportunidad a aquellas posturas que más me han costado física, mental o emocionalmente, entonces no hubiera avanzado en otras cosas”. Eso luego lo extrapola al día a día: “Hay veces que te presentan a una persona y no te cae tan bien, pero me he dado la oportunidad de decir: ‘capaz que esta persona es como pincha mayurasana, una postura que me ha costado toda una vida, pero ahora me regala muchas cosas’’’. Y, al final, las personas me sorprenden”. En este sentido, sostuvo que el yoga la ha ayudado a no manejarse por las primeras impresiones.
Florencia Dutrénit está de acuerdo en que el yoga es más que solo las posturas. Ella, que trabaja como profesora de yoga pero también en una multinacional en el área de ventas, contó que la práctica le ayudó a disminuir la ansiedad, “porque es súper poderosa para conectarse con el cuerpo, la mente y la respiración, y para estar presente y no tan entretenida con el futuro”.
VALORES. Como estilo de vida, el yoga promueve una forma determinada de ver el mundo. Para Florencia, lo principal es el amor, la empatía hacia el otro y la no violencia, “no solamente con los humanos, sino también con los animales”, señaló. Gabriela está de acuerdo: “Ya no pude comer más carne, porque me di cuenta de que no necesitaba que los animales murieran para alimentarme y que la naturaleza ofrece un montón de alimentos donde no se requiere el sacrificio ni la crianza de otro animal para satisfacer mis gustos”.
Según Gabriela, “tu cuerpo es tu templo y hay que cuidarlo porque es el único envase que tenemos para esta vida”. En ese sentido, se inclinó por la comida orgánica y trata de cocinar siempre que puede, “porque la energía que se le pone a la comida cuando se la prepara también influye en nuestro organismo”. Para ella, es como tener un “súper coche” y ponerle “gasolina berreta”: “El coche no va a rendir si no lo alimentás bien”.
Si bien Florencia fue vegetariana, cuando quedó embarazada fue adaptando su alimentación para darle a su hijo lo que consideraba mejor. “Tuve un despertar en el cual me di cuenta de que no todo es extremo, sino que hay que encontrar el equilibrio”, expresó. Y agregó: “Fui muy extremista, no consumía alcohol, no comía carne, no compraba ropa y después encontré el equilibrio. La maternidad me dio el equilibrio”. Eso sí: su alimentación se volvió más consciente, redujo el consumo de carne y afirmó que “es muy difícil que alguien que se sumerja en la práctica de yoga no lo haga”.
Este estilo de vida no solo influye en la alimentación, sino también en el consumo en general. “Antes me encantaban las pilchas, me maquillaba, me teñía el pelo”, mencionó Gabriela, “pero ahora perdí el interés, porque yo no soy la ropa que tengo puesta y porque quiero ser yo y verme como me veo naturalmente”. Y agregó que, cuando compra ropa, se fija sobre todo en la calidad de la prenda para asegurar su durabilidad. “Me volví más consciente de eso de ‘uso y tiro’ o de tener mucha cantidad de cosas que no vas a usar”, concluyó.
RELACIONES. Ser yogui también implica mejorar la forma en la que uno se vincula con el otro –o al menos intentarlo–. “Empecé a bajar los niveles de violencia en mis reacciones, pero todavía me cuesta un poco”, contó Gabriela y explicó que “el yoga te trae al momento presente, pero en la vida cotidiana uno se distrae y los viejos hábitos vuelven”. En este sentido, la práctica de yoga es un espejo de uno mismo: “Los samskaras son hábitos posturales, caminos por los que la mente y el cuerpo están acostumbrados a ir. Con el carácter hacemos lo mismo”. Y, al igual que en la práctica, “siempre hay algo para mejorar”.
Existen muchos mitos sobre cómo debería comportarse una persona que hace yoga. Según dijo Florencia, “a veces te enojás y te dicen: ‘Ah, ¿pero vos no hacés yoga?’, y sí, hay cosas que pude suavizar de mi forma de ser, pero otras que no”. Para ella, el yoga es un camino: “no es que una vez que sos yogui o profesor ya sos un iluminado, sino que la iluminación es inalcanzable, o de muchas vidas”.
También piensa que es un error creer que “espiritualmente somos personas más elevadas y no estamos para las cosas frívolas”. Como afirmó Gabriela: “Si estuviera iluminada, estaría tomando mates allá arriba con San Pedro”.
APRENDIZAJES. Tanto Gabriela como Florencia han aprendido a partir de los errores en sus prácticas. Gabriela, por ejemplo, salió rápido de una postura, se lastimó una rodilla y estuvo casi dos años sin poder hacer su práctica como siempre solía hacerla. “No dejaba de auto castigarme diciéndome que tendría que haber salido con cuidado”, recordó. Sin embargo, cuando sanó, entendió que “había sido uno de los regalos más grandes”, porque aprendió sobre la alineación de muchas posturas y también ganó empatía hacia las personas lesionadas. “Como persona que transmite y enseña yoga, eso me dio mucho conocimiento desde la experiencia”, explicó. Ahora sabe que todo depende de la actitud: “Si yo me hubiera quedado con mi enojo y no hubiera recapacitado, me hubiera perdido de este gran regalo”.
En 2015, Florencia estaba practicando paros de cabeza, una postura invertida en la que uno se mantiene en equilibrio apoyándose sobre su cabeza. “Ahí entra el ego de superar algo para lo que no estamos diseñados, porque estamos hechos para pararnos sobre nuestros pies”, explicó. Empezó a practicarlo todo el tiempo, “sin una supervisión ni una consciencia sobre el cuerpo”, e incluso a veces sin calentar los músculos, solo para mostrárselo a alguien. Al año siguiente, tuvo una caída que la dejó con cuello ortopédico por un tiempo. De ahí en adelante tuvo que modificar su práctica y no hacer más paros de cabeza. “Me volví mucho más consciente, porque yo podría haber seguido haciéndolo, pero no lo hice porque me quería cuidar”, relató.
Al fin y al cabo, ser yogui también implica aprender de los errores. Así lo entiende Gabriela: “nadie se ilumina haciendo la plancha, sino cuando viene el tsunami y te revuelca. Así aprendemos”.
“Como en la práctica, siempre hay algo para mejorar. No se termina nunca”.