Santoro, la robustez
Hoy 29 de abril se cumplen 100 años del nacimiento del Dr. Walter Santoro y 11 de su muerte, ya que advino y se fue en la misma fecha.
En esta columna no caben todos los recuerdos admirativos que a uno se le agolpan. Pero tengo una razón invencible para no callar el centenario de este gran servidor público.
Con sangre paterna napolitana y sangre materna vascofrancesa, Walter Santoro fue abogado en lucha al mismo tiempo que militante fervoroso del Partido Nacional.
Adhirió al herrerismo en los años 40, precisamente cuando más polémicas suscitaba el Dr. Luis Alberto de Herrera con su oposición al gobierno de Amézaga, su coincidencia patriótica con Luis Batlle y su simpatía hacia el primer Perón. Santoro era de los tiempos del “No hay quien pueda con Herrera” acuñado como marcha festiva por Rodolfo Sciammarella y de “El Debate”, redactado con filo de estilete y grosura de epíteto.
Sembró desde su lugar natal, Santa Lucía. Lo hizo en constante mano a mano con los compatriotas que, en esa época, sabían galvanizar convicciones en ruedas, asados y asambleas, calando en cada persona mucho más hondo que las campañas marketineras que hoy hacen surf sobre los temas y sirven para arrimar votos pero no para arraigar convicciones.
Fue diputado desde 1956 a 1971, cuando fue electo senador en listas de Por la Patria. Asumió con dignidad personal el ostracismo interno a que fueron reducidos los integrantes del Parlamento tras el golpe de Estado de 1973. Y regresó por voto popular, permaneciendo en el Senado desde 1985 hasta 2000.
Siempre simbolizó la robustez de criterio. Tanto, que supo vertebrar soluciones para los temas más inesperados, como cuando el Ministro de Defensa Nacional Mariano Brito dijo en la Cámara Alta que los servicios de Inteligencia le tenían pinchados los teléfonos de su despacho, de su estudio y hasta de su casa. Santoro pegó el corcovo, pidió cuarto intermedio y sacó con bien lo inexplicable.
Fue Ministro de Industria y Trabajo, presidió el Senado y el Directorio del Partido Nacional. Llegó a presidir la República por subrogación del Dr. Lacalle. Recorrió el arco republicano completo, del llano al poder y del poder al llano, en un contexto político abierto a la independencia de personalidad, a la definición rotunda, al enfrentamiento sin dobleces.
Desde la adhesión a un líder confrontativo y centrípeto como fue el Dr. Herrera, supo
Se formó cuando el terrorismo no había desatado la guerra y en el Uruguay se debatía duro pero leal.
marcar conducta, estilo y trayectoria. Y desde la militancia partidaria supo ganar el respeto y la simpatía profunda de quienes no éramos sus correligionarios.
Se formó cuando la conspiración terrorista no había desencadenado la guerra y en el Uruguay se debatía duro pero leal. Sin anteojeras, grietas ni zanjas, con la sensibilidad a flor de piel. No como ahora, cuando las atrocidades — como el doble crimen del padre contra sus hijos en Soriano y Ejido— resbalan sin indignar, porque se nos ahuecó la sensibilidad y el civismo.
Walter Santoro subió al empíreo de los que sobrepasan a su partido, por abrazar valores universales.
Y en esa singularidad radica la razón invencible que me impuso hablar de él, para, desde su ejecutoria, salvar la vigencia de los grandes soñadores —recordados y olvidados— que supieron engrandecer al Uruguay y nos enamoraron de una idealidad que está haciendo más falta que nunca.