Militares reconocen crímenes en Colombia
Hacían pasar a sus víctimas por guerrilleros en zonas rurales
Colombia vivió una semana histórica. Por primera vez, un grupo de militares reconocieron que habían asesinado a inocentes en el marco de la guerra contra las organizaciones guerrilleras.
El miércoles, un general retirado del ejército se inculpó como máximo responsable del asesinato de más de 100 civiles a manos de militares que los presentaron como guerrilleros caídos en combate.
Pese a haber actuado “por omisión, asumo esta responsabilidad jurídica (...) en procura de que el pueblo colombiano nunca jamás, ¡nunca jamás!, vuelva a vivir estos abominables momentos”, dijo el general Paulino Coronado al término de una histórica audiencia ante las víctimas y el tribunal de paz en la ciudad de Ocaña, fronteriza con Venezuela.
Una de las esas víctimas fue Eliécer, al que los militares encontraron solo en su casa cuando fueron a matarlo. Eliécer era un líder campesino sin estudios que el ejército hizo pasar por guerrillero muerto en combate. Su esposa tuvo que esperar 15 años para escuchar el cruel relato y el perdón de los asesinos.
Eduvina, ahora de 43 años, contextura gruesa, pelo ensortijado y tono firme, revivió el secuestro, desaparición y asesinato de su marido a manos de soldados en una zona del noreste de Colombia fronteriza con Venezuela donde abundan los narcocultivos.
Eduvina encaró a los culpables del asesinato de Eliécer en la histórica audiencia de reconocimiento de responsabilidades por parte de militares. La mujer llevaba una camiseta negra con las fotos estampadas de soldados en fondo amarillo y la pregunta punzante “¿QUIÉN DIO LA ORDEN?”.
Por primera vez, diez militares retirados confesaron su participación en los “falsos positivos” o ejecuciones a sangre fría de 120 civiles entre 2007 y 2008 solo en el departamento de Norte de Santander.
El tribunal surgido del acuerdo de paz de 2016 con la ya disuelta guerrilla de las FARC estima que al menos 6.402 personas fueron asesinadas como parte de esta “práctica sistemática” en varios puntos del país.
Ante los magistrados y allegados a los muertos, un general, cuatro coroneles, cinco suboficiales y un civil admitieron los crímenes en Norte de Santander para obtener penas alternativas a la prisión.
Cuando tenía 38 años, el esposo de Eduvina desapareció. Los militares, sostiene la mujer, se lo llevaron de la finca donde sembraba yuca, café, piña y organizaba su trabajo comunitario, mientras ella hacía una diligencia en otro pueblo. Corría octubre de 2007.
Después de dos días de búsqueda, apareció el cadáver “desfigurado” de Eliécer en un cementerio de Ocaña. Eduvina lo reconoció por el bigote y una argolla de plata. En su billetera llevaba dos fotografías, la de su esposa y la de su hijo de 10 años.
El capitán Daladier Rivera, exjefe militar en Ocaña, se declaró “responsable frente a los hechos” asegurando además que proporcionó las armas que sus hombres pusieron al lado de los cadáveres para hacerlos pasar como rebeldes.
Al acto de reconocimiento también llegaron, entre otros, Antonio María Peña, que perdió a tres hermanos en operativos ficticios contra la subversión.
Y Álvaro Marulanda, hermano de Martín, un “paciente psiquiátrico” que recibió un “tiro de fusil en el parietal derecho y cinco tiros de pistola nueve milímetros en el pecho”.
Hasta Ocaña viajaron igualmente escoltadas las Madres de Soacha, el colectivo de víctimas de los “falsos positivos” más reconocido del país.
Algunos de sus hijos fueron llevados hasta este municipio con falsas promesas de trabajo desde Soacha, a 630 kilómetros del sitio de su ejecución. Estaban Blanca Monroy, madre de Julián (19), a quien quisieron hacer pasar como extorsionista de ganaderos.
Las madres ya habían estado años antes en Ocaña para recuperar los cuerpos de sus hijos.
Beatriz Méndez, integrante de la organización, contó que aún no sabe quién mató a su hijo Weimar Castro y a su sobrino Edward Rincón en 2004. Ruega verdad aunque se “rompa por dentro” y la “haga llorar”.
Ambos tenían 19 años. Un familiar de Beatriz escuchó en una radio que dos guerrilleros habían caído en un enfrentamiento con el ejército en una montaña. Siguiendo esa pista, encontraron los cuerpos de Weimar con 16 disparos y el de Edward con 42 perforaciones de proyectil. Fueron “disfrazados” con camuflados. Ambos estaban desempleados.
Se estima que 6.402 personas fueron asesinadas y sus casos encubiertos.