El Pais (Uruguay)

“Hoy hay cosas de las que ya no me permito reírme”

El humorista argentino inaugura este jueves una gira por Uruguay; cierra el 13 en Teatro Movie.

- BELÉN FOURMENT

Fui papá muy joven, a los 18 años; tuve que terminar el colegio y ponerme a trabajar con mi padre, que tenía una empresa de publicidad. Pero tenía la vocación de ser actor, porque de chico vi mucho de eso en mi familia; mismo mi padre llegó a ganar un concurso cantando tango… El mojón fue cuando, en el año 89, liberaron muchas licencias de FM en Mar del Plata, y entre las muy escuchadas notaba que había programas de política, de música romántica, de deportes, de rock, pero no había un programa de humor. Y me tiraba mucho eso. Entonces fui a una radio, ofrecí hacer uno, y me dieron una hora semanal, miércoles de 17.00 a 18.00. Y lo arranco un 13 de junio de 1990. A los dos meses ya iba de lunes a viernes, dos horas, porque al director de la radio le encantó. Y como yo tenía que hacer mucho esfuerzo para hacer ese programa —vender la publicidad, cobrarla, armarla, guionar, producir los personajes, salir al aire todos los días— ya no tenía tiempo físico para trabajar con mi viejo. Entonces se lo planteo. ‘Papá, me voy a dedicar a otra cosa. Me voy a dedicar pura y exclusivam­ente a la radio’. Y a partir de ese día nada fue igual”.

Antes de ser uno de los humoristas más queridos de la época de oro de Videomatch, antes de convertirs­e en fenómeno musical como Sergio “El Lobizón del Oeste” de la mano del hit “Marta”, antes de meterse en cada hogar con la ropa colorida de Sergio, El Diariero; antes del éxito reciente de Los

Mammones, antes de los premios y de la conquista, Sergio Gonal fue ese: el muchacho que se ganó un espacio en la radio marplatens­e y que hizo, de su nombre propio y con sus propias manos, una marca consolidad­a.

Treinta y dos años después de aquel mojón, Gonal vuelve a Uruguay con Nada es igual, un espectácul­o unipersona­l de humor que nació en pandemia y en el que habita diferentes personajes, y hasta suma su faceta de ventrílocu­o.

Su gira comenzará este jueves en el Cine Helvético de Nueva Helvecia, y luego lo llevará a Treinta y Tres el viernes, a Durazno el sábado, a Flores el domingo, a Artigas el lunes, a Salto el martes, a Soriano el miércoles y a Rocha el jueves. Cerrará el viernes 13 en el Teatro Movie de Montevideo; las entradas están en la web de la sala, mientras que las de todas las fechas del interior se consiguen en el sitio Mi Entrada. Abrirá El Gaucho Influencer. —Nada es igual es un espectácul­o tuyo pero con otra exigencia respecto a los anteriores que trajiste…

—(Interrumpe) Busqué eso justamente. Siempre decía que quería hacer un espectácul­o que me demandara mucho esfuerzo arriba del escenario, porque sentía que eso al público le podía llegar a caer muy

bien. Pero había que lograr que tuviera una línea humorístic­a. Al director Carlitos Olivieri, un grande, le gustaba el desafío de sacarme ciertos vicios míos, y me dio una enseñanza diferente que, la verdad, agradezco. —Me hablás del público, de su interés. Puertas para adentro, ¿qué te interesa a vos de este espectácul­o y de correrte de esos vicios?

—Lo primero que me interesa es renovarme, porque hace 34 años que trabajo en esto. Entonces uno tiene que tener una renovación permanente. Si siguiera con Sergio “El Lobizón del Oeste”, hoy no causaría el mismo efecto porque empezás a perder sorpresa, entonces me satisface la renovación. Y siempre me genera muchos miedos. Ahora te hablo con el diario del lunes: este espectácul­o está estrenado, ganó dos premios Estrella de Mar, hice una temporada en Calle Corrientes y ahora vuelvo a hacerlo en Mar del Plata y a estar de gira. Ya sé que funcionó, pero en la previa me genera muchos miedos, y por eso trato de rodearme bien. Pero lo que me satisface es poder mostrarme distinto en cada espectácul­o, tratar —de alguna manera— de levantar la vara. —En esa necesidad de expandir tus

límites, ¿alguna vez sentiste que el tipo de comedia que hacés no era suficiente para lograrlo?

—No, lo que empezó a pasar fue que el humor fue cambiando, fue mutando. Ya prácticame­nte no aparece una nueva generación de contadores de cuentos; lo que hay hoy son standupero­s, que trabajan más a partir de la identifica­ción, algunos a partir de la queja. Entonces fue obligado, para mí, empezar a buscar una renovación en ese sentido. Pero no sentí que ya no iba más, sino que había que aggiornarl­o. Me parece que lo correcto es tratar de remozar un poquito eso, pero seguir siendo fiel. —Ya no aparece la figura del contador de chistes, y también parece muy difícil dedicarse a contar chistes hoy. Se ha limitado el espectro, mucho de lo que antes se decía resulta ofensivo, ¿y cuántas alarmas se te prenden a la hora de escribir?

—El límite es la conciencia individual y hay cosas que ya no van más, que no se sostienen. Pero me parece bien que no se sostengan, porque hemos descubiert­o que algunas cosas podían hacer daño y antes no nos dábamos cuenta. Antes no analizábam­os tanto, y tampoco el mundo tenía tanto ruido. Hoy el mundo tiene mucho ruido a través de las redes; por ahí antes algo no te gustaba nada, y lo hablabas pero quedaba en el living de tu casa, y por ahí se reflejaba en una boletería y ese artista seguía su vida. Hoy se usan las redes para expresar descontent­o, y encima habla uno,

opina el otro y la bola de nieve es tremenda. Y a veces uno no sabe quién está hablando, ¿y cómo contenés eso? Me parece que la mejor manera es la conciencia individual; uno tiene que saber hasta dónde sí y hasta dónde no. Hoy hay cosas de las que ya no me permito reírme, que hace 20 años sí porque no me daba cuenta que hacía mal, pero todo es a partir de uno. —¿Y cuánto queda hoy de aquel Sergio de la radio marplatens­e?

—Me queda bastante, porque la esencia es la esencia y siempre fui de autogestio­narme. Con el teatro hacía lo mismo: me alquilaba los equipos de sonido, iba en mi auto, hacía dos o tres viajes con los enormes parlantes y las cajas de consolas, pegaba los afiches, actuaba y poco más que cobraba la entrada. Después, cuando llegás a un lugar más importante, bueno: hoy tengo una oficina, produzco espectácul­os de otros, y contrato una agencia para que pegue los afiches. He cambiado mucho en el sentido profesiona­l, pero la esencia es la misma. Lo que me queda de aquella época es esa capacidad de autogestió­n, y me queda el amor por la profesión. Sigo siendo un trabajador del espectácul­o, así me siento. Y me encanta.

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