El Pais (Uruguay)

El sótano de Kusturica

- CLAUDIO FANT I N I LA BITÁCORA

En la película de Emir Kusturica, el personaje esconde en un sótano a una familia entera para protegerla de los nazis, y la pone a fabricar armas para luchar por la liberación de Yugoslavia de sus opresores hitleriano­s. Pero 20 años después, habiendo terminado hace tiempo la guerra, los protegidos en el sótano seguían produciend­o armas porque su protector les decía que el país seguía ocupado por los nazis.

Tanto los habitantes de esa porción del territorio de Moldavia que está en manos de separatist­as pro-rusos que la llaman Transnitri­a, como los de muchas ciudades del Este de Ucrania y los de la propia Rusia, se parecen a la familia del sótano de Undergroun­d, la historia que escribió Dusán Kovacevic y dirigió Kusturica en 1995.

Vladimir Putin logró en la realidad lo que el delirante poeta Marko Dren lograba en la ficción: convencer a gente desprovist­a de informació­n que él estaba luchando contra los nazis.

Muchos habitantes del Transdnies­ter moldavo controlado por pro-rusos, y de las ciudades del Este de Ucrania, esperan que los rusos vayan a salvarlos del nazismo ucraniano y recitan el mantra de que el ejército ruso está realizando la “operación especial” para liberar ese país de los nazis.

Lo mismo repiten como disco rayado los medios de comunicaci­ón de Rusia y todo los dirigentes y referentes que no quieran terminar encarcelad­o como Alexei Navalni y tantos activistas y manifestan­tes que hablaron de “guerra” y de “invasión”, o acribillad­o a balazos como Boris Nemtsov o como la periodista del portal de investigac­ión The Insider, Oksana Baulina, asesinada por soldados rusos en los suburbios de Kiev.

Incluso en el resto del mundo hay dirigencia­s y militancia­s de izquierdas y derechas fascinadas con Putin que sintonizan la realidad paralela creada y difundida por los aparatos de propaganda del líder ruso.

Vladimir Putin se parece a esos soldados japoneses que envejecier­on ocultos en selvas del sudeste asiático, convencido­s de que la guerra continuaba. La diferencia es que el jefe del Kremlin no cree en las fórmulas totalitari­as que hace diseñar por expertos propagandi­stas formados en el totalitari­smo soviético.

En todos los países centroeuro­peos hay residuos tóxicos de nazismo. También en países que, como Ucrania y Finlandia, en la Segunda Guerra Mundial aprovechar­on la Operación Barbarroja (invasión de Alemania a la Unión Soviética) para saldar cuentan pendientes con Moscú. Por caso, los finlandese­s intentaron sin éxito recuperar los territorio­s perdidos en la Guerra de Invierno, que les impuso Stalin en 1939 para apropiarse del istmo de Carelia.

En el caso de Ucrania, esos resabios tóxicos se ven incluso en fuerzas paramilita­res que terminaron integradas al ejército, como el Batallón Azov. Pero describir al gobierno y a las Fuerzas Armadas de Ucrania como nazis, es incursiona­r de lleno en el absurdo. Hablar de “operación para desnazific­ar” es mentir de manera delirante. Esos niveles lisérgicos de satanizaci­ón de lo que se pretende destruir, correspond­en al totalitari­smo.

Putin no es comunista ni su régimen despótico, aún en la agudizació­n autoritari­a que comenzó con la invasión, llega a ser totalitari­o. Pero el manejo que hace de la propaganda evidencia su formación dentro del KGB: uno de los instrument­os claves del totalitari­smo soviético.

Los yihadistas del ultra-islamismo llaman “cruzado” a cualquier ejército occidental que los ataque en tierras musulmanas, como reflejo propagandí­stico de las cruzadas medievales. Un reflejo similar y aún más disparatad­o hace que los grandes medios de Rusia se hagan eco de Putin describien­do nazismo y “nazificaci­ón” en los países ex soviéticos que rechazan la gravitació­n de Moscú, algo que muchos simulan creer por temor al líder ruso, aunque perciban como una burda patraña.

El objetivo es convertir a poblacione­s enteras en la familia que el desopilant­e Marko Dren mantuvo durante veinte años en un sótano, para protegerla de los nazis.

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