El Pais (Uruguay)

CADA VEZ MÁS

- PAMELA AGUIRRE

Antes acá, en este kilómetro de esta ruta de polvo y arena de Rocha, al este de Uruguay, había campo. Banquinas de pasto a merced de las lluvias y árboles desparrama­dos sin orden, como pequeñas manchas oscuras en la lisura del paisaje. Más allá, dunas. Después, el mar. Ahora, en esta tarde de otoño de 2022, acá hay un cerco y el suelo brilla en un verde exultante cortado al ras. En un punto el cerco se abre, se levantan dos muros bajos, y, en el medio, se alzan cuatro pilares y un techo de hormigón. Abajo de ese esqueleto, un cuadrado de listones de madera con una puerta al costado y un paño fijo al frente. Una garita de seguridad. A cada uno de los lados, barreras pequeñas, como de juguete. Alrededor, todo alrededor, plantas colocadas con precisión. Dos pinos achaparrad­os simétricos, una cascada de agapanthus y lirios, dos curvas de pennisetum. Y palmeras. Veintitrés palmeras distribuid­as con esmero.

—Avance siguiendo el camino de las palmeras —dice el guardia de seguridad, un hombre joven de piel dura y sonrisa amable, vestido con un jean y un buzo de polar negro, y señala el bulevar verde y la procesión de ejemplares de esa especie.

Del otro lado, más de 200 hectáreas partidas en lotes de 3.000 metros cuadrados de césped rutilante, árboles calculados con determinac­ión, y vista al Atlántico. Más de 300 lotes. Lomas esponjosas como una alfombra, calles que se bifurcan y un lago artificial. En uno de los terrenos, una casa en obra. En todo el predio, veinte casas construida­s —rectángulo­s colosales que parecen flotar en el aire, fachadas prolijísim­as, ventanas que espejan el mar—. Al final del camino principal, una construcci­ón moderna. Una sala de estar que se curva, apenas, siguiendo el dibujo del paisaje y se extiende más allá del interior en una galería amplia. Desde ahí, se ven dos piscinas de agua pulcra, un parque de juegos infantiles, y un gimnasio en el que un hombre corre en una cinta con vista a un degradé de verdes suaves: un paisaje que el hombre no ve porque no quita —nunca— los ojos de su tablet. Más lejos, el cielo limpio, el horizonte y el mar.

Parece un hotel de lujo. Pero no. Se llama Las Garzas y es un barrio privado. Un club de campo. Así les dicen acá a los barrios privados como este, de lotes eternos y muchas hectáreas verdes sin ladrillos. Lugares agrestes fabricados, proyectado­s con minuciosid­ad, primero en un masterplan; después, en la tierra viva.

Adentro está vacío. Sopla un silencio hueco. Hay sillones claros, obras de arte, una biblioteca: libros de tapas duras, uno de Rudolf Stingel, otro de Joan Miró, uno de Sotheby’s, una de las casas de subastas de arte más prestigios­as del mundo, otro que se llama Oro en los viñedos . Y, en un rincón, uno de tapa blanda con una foto de cuatro niños en blanco y negro sentados en un aula precaria, y el título —en letras negras y en inglés—: Escuelas desiguales, oportunida­des desiguales. Los desafíos para la igualdad de oportunida­des en América Latina.

¿CUÁNTOS SON?. En Uruguay hay 90 barrios privados, incluyendo cinco semicerrad­os de Montevideo. Eso según un relevamien­to de 2020 de Juan Pedro Ravela, economista y magíster en desarrollo territoria­l, y Marcelo Pérez, politólogo y doctorado en estudios urbanos, que engloba cifras de un informe de 2019 de la Dirección Nacional de Ordenamien­to Territoria­l (Dinot). De acuerdo a esos datos, en 2002 los barrios privados en el país eran 20 y tenían, en total, 3.084 lotes. En 2020, los lotes eran 8.622 y ocupaban 4.661,8 hectáreas (casi el doble de la superficie de todos los asentamien­tos de Uruguay, más de 600 en 2.912,2 hectáreas, según el Ministerio de Vivienda). Un resumen: entre 2002 y 2020 la cantidad de lotes en barrios privados creció 179%.

La zona costera uruguaya es la predilecta para este tipo de desarrollo­s. De los 90 barrios privados, 83 están en esa franja de 672 kilómetros. En los departamen­tos que dan al río —Colonia, San José, Montevideo y Canelones— hay 32. Los otros 51 están a minutos del Atlántico: 45 en Maldonado; seis en Rocha. En las últimas décadas los barrios privados en el este crecieron hasta

“Los uruguayos eran reticentes a estos barrios, pero se fueron abriendo”, dice un empresario.

ocupar 3.009,9 hectáreas. Y eso que en esa zona la insegurida­d no es un problema tan grave, al menos no en los parámetros montevidea­nos ni bonaerense­s.

El primero en Rocha (sin contar Barrancas de La Pedrera, un complejo privado que no encaja en la clasificac­ión de la Dinot) fue Tajamares de La Pedrera, desarrolla­do entre 2005 y 2006 por la empresa Desur, del argentino Daniel Oks. En 2010, la misma empresa creó La Serena Golf, en La Paloma. Ese año empezó a construirs­e Las Garzas, del argentino Eduardo Costantini. Los otros tres barrios cerrados de Rocha — Chacras de la Laguna Negra, Santa Ana del Mar, y Lomas de la Pedrera— se desarrolla­ron entre 2007 y 2014.

—Los uruguayos eran reticentes a estos emprendimi­entos, pero de a poco se fueron abriendo —dice por teléfono Matías Senestro, gerente de Desur—. En Tajamares al principio los dueños eran 70% argentinos y 30% uruguayos. Ahora te diría que hay 50% y 50%. En total hay 23 casas construida­s y cuatro familias viven todo el año. Eso es nuevo. Hasta hace poco solo iban en temporada. La pandemia fue un quiebre: las personas le dieron más valor al contacto con la naturaleza.

—En La Pedrera tienen esa naturaleza fuera del barrio cerrado, ¿por qué vivir adentro?

—Bueno, en general lo eligen porque buscan un lugar más ordenado y prolijo que el que podrían encontrar afuera. También porque hay terrenos más amplios que los de la trama urbana. Y porque hay un casero todo el año que cuida el lugar. Una única entrada.

El casero de La Serena Golf se llama José y es un hombre joven, de piel curtida y mirada limpia. Vive en una casa cuidada y austera justo detrás del muro de piedra salpicado de arbustos —hortensias, crataegus, laurel de flor—, que separa el barrio privado del afuera: terrenos de pastos largos, acacias, nada más.

—Buen día, sí, pase —dice, tímido. Adentro el pasto es prolijo, sin mucho esmero. Algunas plantas aquí y allá, una cancha de tenis deslucida, una de golf en construcci­ón y una máquina que va y viene emprolijan­do ese terreno. Lo demás son terrenos vacíos en un lugar alto desde donde se ve el mar. No hay piscinas. Ni flores. Ni amenities salvo un clubhouse que es un rectángulo magro sobre una cuesta. Son 180 lotes de 2.500 metros cuadrados en 91 hectáreas. Hay siete casas construida­s. Grandes. Sin lujos. Es un día de marzo de 2022, el viento sopla fuerte en La Paloma, y aquí no hay nadie salvo José, dos hombres que cortan el pasto en la entrada, y la persona que maneja la máquina que mejora la cancha de golf.

—Acá no vive gente en el año —dice José—. En general, todos se instalan en el verano y después vienen los fines de semana. Este año que pasó se hizo una casa un chico de Pando. Ahí ve, de aquel lado. Él viene seguido. Y esa casa de allá también es nueva.

—¿Hay casas de argentinos?

—Dos. Estas dos de acá —dice, y señala a la derecha—. Las otras cinco son de uruguayos.

Senestro, gerente de Desur —la empresa que desarrolló La Serena— dirá que de los 180 lotes hay 120 vendidos: un tercio a argentinos, un tercio a uruguayos y un tercio a extranjero­s, la mayoría norteameri­canos. Esos terrenos cuestan entre 40.000 y 70.000 dólares.

Pero si existe algo como una meca de los barrios privados, si ese concepto es posible, entonces en Uruguay ese lugar segurament­e sea Maldonado.

Allí están casi la mitad de los barrios privados de todo el país: 45 sin contar los que están en desarrollo (el club de campo Pueblo Mío Chacras del Golf y el barrio Las Grutas Village en la zona de Punta Ballena, entre otros).

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MALDONADO. En Pueblo Mío les fue tan bien que ahora están abriendo un segundo barrio.

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