El Pais (Uruguay)

“CRECEN ROBOS A CASAS”

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Laguna Blanca fue uno de los primeros. Son 180 lotes de 1.500 metros cuadrados en 42 hectáreas entre Manantiale­s y La Barra. En la entrada, una tranquera blanca, barreras de plástico, guardias de seguridad. Adentro, casas con vista al bosque, a la laguna, al mar.

—Antes de la pandemia, de las 120 casas construida­s, había 15 habitadas de forma permanente —dice un día de abril de 2022 una mujer argentina que vive allí desde hace algunos años con su marido y su hijo—. Hoy hay 53 casas en las que vivimos familias todo el año. Y algo que demuestra el crecimient­o en la población estable es que antes las instalacio­nes cerraban después de Semana de Turismo y ahora están viendo qué dinámica usar para que algunos amenities no cierren.

Lo que pasa en Laguna Blanca se repite en otros barrios privados de Maldonado. Si antes eran solo de uso turístico, ahora hay personas que viven ahí adentro todo el año.

Amparo Lavagna, dueña de Nana Propiedade­s, dice:

—La demanda creció mucho. La mayoría de los compradore­s son argentinos y uruguayos. La Arbolada (un barrio privado en la zona urbana de Punta del Este), por ejemplo, tiene 90 lotes y prácticame­nte está todo comprado, casi no quedan terrenos a la venta.

Un boom. Eso dicen en Xgroup —el grupo desarrolla­dor— que fue Pueblo Mío Chacras de Manantiale­s. Un boom con nombre propio: “El boom de Pueblo Mío”. Así —eso— dicen cada vez que hablan del barrio privado que la empresa empezó a construir en 2009 e inauguró en 2011 en el kilómetro 5 de la ruta 104, en Manantiale­s. La entrada es parecida a todas las entradas de todos los barrios privados pero es diferente —siempre es así, una homogeneid­ad

En Laguna Blanca hoy hay 53 casas donde viven todo el año. Antes del covid eran no más de 15 viviendas.

matizada—: están las barreras, la vegetación calculada, y la garita de seguridad, pero si otras son de hormigón, aquí brota un estilo playero: es un cilindro en dos plantas con techo de paja, como un sombrero oriental. Adentro, una escenograf­ía perfecta: palmeras, arbustos enanos, pasto mullido, flores radiantes, calles de tierra como arterias sedosas, un clubhouse pintoresco (dos piscinas, teens club, kids club, sala de yoga, área recreativa) y lagos, nueve lagos artificial­es encadenado­s. En total, 180 lotes de 4.000 metros cuadrados en casi 160 hectáreas. Y el boom: los 180 lotes fueron comprados por 145 propietari­os. Y, de esos, entre 110 y 120 construyer­on o están construyen­do casas.

—Está totalmente disparado de lo que ha pasado en otros barrios —dicen en la empresa Xgroup—. Además, viven 50 familias de manera permanente. Es un cambio muy fuerte respecto a lo que pasaba antes.

—¿Por qué alguien elige aquí vivir dentro de un barrio cerrado?

—Por seguridad. Si bien acá en Uruguay no hay robos con violencia, ha crecido mucho el rateo de casas vacías —dicen en Xgroup—. Y también porque quieren espacios amplios. En Pueblo Mío hay 86 hectáreas de espacios comunes que dan sensación de amplitud.

La misma empresa que desarrolló Pueblo Mío hizo, en 2007, el barrio privado El Quijote, el primero en Maldonado (según dicen los desarrolla­dores) tras la sanción de la ley que creó las urbanizaci­ones en propiedad horizontal. En ese barrio hay 110 casas y viven 50 familias todo el año, algunas de San Carlos que se mudaron allí hace poco, otras de Montevideo, argentinos, y europeos.

Llegar a Parque Pinares, otro barrio privado, es fácil. No hay que salir a la ruta, no hay caminos de arena, no hay caminos de tierra. Está —a diferencia de los clubes de campo— en el medio de la ciudad, y está, también, a 200 metros del mar. Hay un cerco verde y tupido, y en una esquina la entrada: un cuadrado de color claro y tejas terracota, dos barreras de plástico, un auto de una empresa de seguridad. Detrás, en una loma, una construcci­ón que, de lejos, parece una casa. Adentro, el lugar es un rectángulo frío que sirve de oficina y sala de reuniones. Allí espera Néstor Toledo, el desarrolla­dor del barrio, un argentino canoso y menudo de mirada cándida que viste informal: remera de algodón roja de mangas largas, jean y zapatillas sin cordones.

—El barrio tiene 3,8 hectáreas y es el último de estas dimensione­s que se está haciendo dentro de la ciudad en Maldonado —dice Néstor y entrelaza las manos sobre la mesa—. Se complicó un poco la cosa porque salió una ley que no permite cerrar las calles en más de una hectárea en zona urbana. O sea, hoy no se podría construir un barrio privado más grande que una hectárea porque el concepto es que acá no se pueden cortar las calles.

—¿Y ustedes cómo hicieron para conseguir la aprobación?

—Lo que pasa es que se compró en un remate judicial que tenía el permiso aprobado para construir antes de esa ley. La primera etapa está terminada (son 10 casas y ocho dúplex, todo llave en mano). Siete casas están ocupadas de manera permanente: en dos viven familias argentinas que vinieron hace dos meses y están alquilando para ver si les gusta.

—¿Creció la demanda en los barrios privados en los últimos años?

—Mirá —dice, con voz calma— venimos de una crisis inmobiliar­ia que lleva casi cuatro años. Si bien el presidente uruguayo facilitó la inversión extranjera, no se ha visto un aluvión de capitales. Y te diría que recién hace un año, después de la pandemia, los uruguayos empezaron a buscar este tipo de emprendimi­entos. Hay interés de personas de Montevideo que ahora trabajan desde la casa, por ejemplo. Acá viven cinco familias uruguayas, algunas de la capital. Pero hasta hace cuatro o cinco años a los uruguayos les hablabas de vivir en un barrio cerrado con seguridad privada y te decían: “¿Seguridad para qué?”. Fue algo que trajimos de Argentina. Ahora hay más robos acá y empezaron a encontrar un poco la necesidad de tener seguridad todo el día.

EN MANANTIALE­S. Lo primero que se ve cuando abren la puerta, doble y de madera maciza, es el televisor. Una pantalla de al menos 80 pulgadas que muestra —y siempre va a mostrar— formas verdes de todas las formas y todos los verdes. Lo primero que se ve es eso: un mapa satelital. El mapa que un hombre moverá de un lado a otro con soltura. Una y otra vez.

El cuarto —una oficina en Manantiale­s, a 13 kilómetros de Punta del Este— es grande. Techos altos. Pisos de madera lustrada. Es 28 de marzo de 2022 y afuera el sol se cuela con ímpetu en un cielo terso. Pero adentro eso no importa. Es uno de esos lugares siempre cálidos, de aroma claro y muebles precisos en los que uno podría estarse quieto sin mirar qué pasa en otra parte. Hay un sillón mullido, una mesa ratona y una biblioteca despojada: libros de arte, fotografía, y uno de Bill Clinton con su cara a tapa completa. Del otro lado, un escritorio antiguo. Enfrente, el televisor in

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