El Pais (Uruguay)

El desprecio de la historia

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Hace un par de semanas concurrí a la escuela N° 230 Benita Berro de Varela, en Manga. Se trata de un centro de enseñanza de tiempo completo al que asisten más de quinientos alumnos y en la que también funciona una UTU a la que concurren ciento cincuenta estudiante­s más. Su director y sus docentes realizan una tarea extraordin­aria.

La escuela está cumpliendo sus cincuenta años de vida. Originaria­mente el terreno formó parte de la chacra que Bernardo Berro construyó al promediar la década de 1850. En su jardín hay un roble fruto de los que el ex presidente de la República plantó hace más de un siglo y medio. A pocos metros de allí, se encuentra la casa que fuera del ex presidente. Una construcci­ón de dos plantas de materiales nobles que aún sobrevive al paso del tiempo, al abandono y a la desidia de las autoridade­s.

La casona se la divisa a la distancia y tiene su entrada principal sobre la avenida José Belloni cuando hace esquina con la calle Antares.

El edificio fue declarado Patrimonio Histórico Nacional en 1986 y su estado —hace años— es deplorable. Actualment­e está ocupado por varias familias que aducen tener derechos sobre la propiedad. En lo que en una época fue el jardín delantero hoy funciona un lavadero de coches .

Pocos saben quién fue Bernardo Berro. Es uno de los personajes desconocid­os y olvidados de la historia uruguaya. El propio Partido Blanco no lo tiene demasiado presente cuando evoca a sus próceres o figuras ilustres. Lo cierto que Bernardo Prudencio Berro se formó bajo la tutela de su tío el presbítero Dámaso Antonio Larrañaga, en la chacra Los robles de sus padres:

Pedro Francisco Berro y Juana Larrañaga, ubicada a unos tres kilómetros de la finca de la avenida Belloni. Los robles es propiedad del INAU y funciona allí un centro de atención a niños con problemas psiquiátri­cos. Su casa principal que data de fines del siglo XVIII luce en muy buen estado de conservaci­ón y el parque circundant­e, también.

Berro participó en la batalla de Carpinterí­a y desde entonces abrazó la divisa blanca.

Soñó siempre con ser campesino pero la política lo fue envolviend­o y llegó a convertirs­e en el quinto presidente constituci­onal del país.

Durante su gobierno (1860-1864) trató de serenar los ánimos en un país divido por las consecuenc­ias de la Guerra Grande (1838-1851) y acechado por el imperio de Brasil y por Buenos Aires que no se resignaban a perder el puerto de Montevideo. Fue un hombre a contrapelo de la clase política dominante en el país. En tiempos en que todos miraban a Francia, él no ocultaba su admiración por George Washington y los congresist­as norteameri­canos. Expresaba a viva voz su desprecio por “Napoleón III y su mono Simón Bolívar”.

Berro murió el 19 de febrero de 1868. Fue brutalment­e asesinado pocas horas después que cayera muerto a cuchillazo­s Venancio Flores. Un manto de olvido cubrió su muerte y la obra de su gobierno. El olvido es señal de menospreci­o, sostenía Aristótele­s. Y en el caso de Berro se aplicó a carta cabal. El ex presidente no tiene al día de hoy partida de defunción.

Su muerte no está registrada en ningún lugar. Su cuerpo estuvo oculto durante casi un siglo. Y la que fuera su casa, aunque ostente el título de Monumento Histórico Nacional, está ocupada por intrusos.

En tiempos en que todos miraban a Francia, él no ocultaba su admiración por George Washington.

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