Presos de un pasado
Una de las pérdidas más dolorosas y profundas que puede sufrir un individuo es la de su libertad. Ese tesoro tan preciado, ese derecho humano fundamental, está antropológicamente incorporado en nuestra esencia, y probablemente por ello es que el castigo de perderla tiene un efecto tan devastador en el ser humano. Es privar de algo inherente a una persona por haber quebrado normas de convivencia y ejercicio de esas mismas libertades. Es negar la naturaleza ante casos extremos e interferir en el natural devenir de la vida. Es ir contra lo que somos, pero debido a lo que somos.
La libertad, como expresaba Jean Paul Sartre, conlleva ineludiblemente la ética, el deber, los límites que no se deben traspasar. Actuar con libertad conlleva la responsabilidad de las acciones que con ella se ejercen, de lo que se es y de lo que se hace. Por ello el castigo de ejercerla sin ética, es perderla.
El hombre no está determinado originalmente, no hay inevitabilidad (aunque esto es relativo, creo yo). Somos lo que hacemos con nosotros (aquello siempre vigente de Aristóteles, de que la virtud es un hábito), somos nuestros actos y lo que hemos elegido libremente, sin determinación alguna.
¿Por qué esta previa filosófica?. Porque el fenómeno carcelario en Uruguay no son números y estadísticas, sino personas. Son individuos que viven y sufren, que sueñan y se frustran, que se rebelan y batallan, que triunfan y fracasan. Hombres y mujeres que en algún momento pierden la libertad, porque no supieron o pudieron administrarla.
En Uruguay existen (según últimos datos de diciembre de 2021) la escalofriante cifra de 13.693 personas privadas de libertad. Y ese número es interpelante de lo que somos como sociedad. No vale pasarse facturas ni “sacarle la pata al lazo”, hay que encararlo con valentía, responsabilidad y honestidad intelectual. No puede (y creo que no hay) dos diagnósticos, por lo cual el desafío está en actuar como sociedad.
De la población carcelaria existente en el último año el 56 % son reincidentes. Eso dice mucho. Dice que se debe trabajar muchísimo en el interior de las cárceles en generar hábitos de convivencia y de trabajo, pero también una vez que salen a la vida en sociedad.
Esa sociedad que quiere que individuos liberados se reinserten y rehabiliten pero no sabe cómo ser parte de la solución. Y muchas veces, aunque no lo quiera y no lo acepte, termina siendo parte del problema. Porque digamos la verdad, ¿cuántas personas están dispuestas a darle una oportunidad laboral a alguien que recién salió de la cárcel? Si no nos sinceramos seguiremos profundizando el problema. Porque si alguien que sale de estar recluido y (en el mejor de los casos sale con un oficio) se le cierran una, dos, tres puertas en la cara, será muy difícil que no se vuelva a rebelar contra el sistema, y probablemente con una carga aún mayor de frustración.
Es fácil decir que queremos cambiar el mundo, pero preferiblemente que lo cambie otro.
No podemos esperar resultados distintos replicando prácticas endémicamente incorporadas en la sociedad y su cultura. Para cambiar, cambiemos. No es la “cháchara” tecnócrata y llena de diagnósticos la que nos va a hacer cambiar la pisada, sino una interpelación cruda y dura de nosotros mismos.
El problema de la cárcel no es solo carcelario. Empieza mucho antes. Comienza en la primera infancia, porque un niño que no recibe en esa etapa los cuidados y atención necesarios, no avanzará en igualdad de condiciones con otros que sí la reciben y tendrá inevitablemente consecuencias en su desarrollo físico y cognitivo (que me disculpe Sartre y su rechazo a la determinación y la inevitabilidad).
Las adicciones y la salud psiquiátrica son parte del problema. Droga, salud mental y delito forman parte de un círculo vicioso, porque las adicciones destrozan vidas, perturban mentes y empujan al delito. Por eso hay que atacar de raíz, actuando antes y así evitando que el delito se cometa. ¡Cuántos gurises y gurisas podrían evitar dañar y cometer delitos si atacáramos sus problemas con drogas a tiempo!. ¡Cuántas vidas salvaríamos!, ¡cuántas familias!
No es barriendo debajo de la alfombra que se encuentran soluciones, es a corazón abierto con verdades incómodas y caminos difíciles.
En Uruguay hay 26 establecimientos carcelarios categorizados en baja, media y alta peligrosidad, en los que hoy hay un plan y se llama “Dignidad carcelaria 2020/2025”, impulsado por el ex Ministro Jorge Larrañaga, quien entendió con mirada humana y realista, que la visión política impregnada de humanismo era el camino que había que empezar a transitar. Hay una hoja de ruta y se está recorriendo desde la educación y el trabajo, incorporando una mirada interinstitucional en la que participan ASSE, el Ministerio de Educación y Cultura y el Ministerio de Desarrollo Social. Pero el círculo de involucrados debe ser aún mayor, exponencialmente mayor.
Al comienzo de este período un 15% de los reclusos dormían en el piso debido a la superpoblación y a las conductas destructivas que rompían las camas para sacar varillas de hierro y así hacer “cortes carcelarios”.
Rescatar la dignidad debe ser nuestra obsesión (repito: como sociedad y no solo el sistema político) y comienza por cuestiones básicas como que una persona pueda dormir en una cama.
El afuera y el adentro están intrínsecamente vinculados cuando de cárceles hablamos. La violencia dentro es muchas veces causa de lo que sucede afuera, y otras veces consecuencia (ajustes de cuenta, enfrentamientos por territorio). Entenderlo debe ser parte de la hoja de ruta.
La batalla por los valores es vital, por construirlos desde la primera infancia, por generar hábitos y conductas basados en normas de convivencia.
Todos merecemos una segunda oportunidad, decía recientemente el Presidente Luis Lacalle Pou en ocasión de un partido de rugby en el que jugó Fénix, un equipo que está integrado por reclusos de la Unidad Nº 13 de la Cárcel de Las Rosas. Y es así, no podemos reclamar cambios si no estamos dispuestos al sacrificio para lograrlos.
Interpelarnos es el comienzo, la mirada introspectiva de que no podemos permitir que alguien en libertad siga aún preso de su historia, que los vuelve a condenar aún estando fuera de la cárcel.
Una sociedad realmente civilizada no se debe permitir presos de su pasado.
El problema de la cárcel no es solo carcelario. Empieza mucho antes. Comienza en la primera infancia,