El Pais (Uruguay)

NEGOCIO, AFICIÓN E ILEGALIDAD LA CAZA EN LA MIRA

- DELFINA MILDER

Una industria. El turismo cinegético mueve miles de dólares al año en Uruguay; es un nicho que atrae a muchos extranjero­s que, para venir, deben contar con un presupuest­o no menor a 1.500 dólares. El tema está en el tapete: además de regulariza­r la caza nocturna, un decreto que reavivó un viejo debate entre cazadores y animalista­s, flexibiliz­ó los permisos de caza. Ahora no se hará referencia a un arma específica y el permiso es independie­nte de ella. Una ONG afirma que esto fue pedido al presidente por empresario­s que trabajan con turistas extranjero­s, dado que en la regulación previa había “demasiadas exigencias” para tramitar los permisos de los recién llegados.

Vienen desde todas partes del mundo. La mayoría aterriza en Carrasco. Otros en el aeropuerto de Ezeiza, Argentina, donde los esperan para subir a un chárter que despega hacia Uruguay. En la frontera que sea, siempre hay alguien que los recibe para llevarlos al destino final: un establecim­iento cinco estrellas en un punto del vasto campo uruguayo, donde el paisaje es, a primera vista y por sí solo, un lujo permanente. Algunos traen sus armas, otros su indumentar­ia especial, otros vienen ligeros de equipaje. Todos traen dólares, miles, solo para experiment­ar una afición: la caza, que por lo general en sus países de residencia está prohibida.

El turismo cinegético es por definición el turismo que gira en torno a la cacería. Implica que alguien se desplace del lugar en el que reside hacia otro lugar con el fin de realizar la actividad de forma recreativa. Confluyen el transporte, la gastronomí­a, la hotelería con el fin de, en la caza mayor, por ejemplo, adentrarse en la profundida­d del monte, selecciona­r un animal y matarlo en un disparo; en la caza de plumas, permanecer quieto en un banco estratégic­o para tirar cientos de veces a las palomas en vuelo, procurando acertar al menos una.

En este año pospandemi­a, uno de los establecim­ientos uruguayos que se dedica al turismo cinegético prevé superar los 3.000 turistas. En un año “normal”, esa estancia recibe de 5.000 a 8.000 turistas. En total hay unos 25 operadores de turismo cinegético en el país. El uruguayo

Los paquetes para venir a cazar a Uruguay cuestan desde un piso de 1.500 dólares hasta unos 7.000.

no es el blanco de este tipo de turismo rural: simplement­e no podría pagar lo que cuesta, dicen operadores consultado­s por El País. “Depende de los gustos y de la billetera”, dice Mathieu Jetten, propietari­o del coto de caza Rincón de los Matreros en el departamen­to de Treinta y Tres.

En concreto, para vivir la experienci­a de cazar un animal en un entorno natural y con una atención cinco estrellas, hay un piso de 1.500 dólares —esto sin tener en cuenta los pasajes de avión.

El monto varía según el animal del que se quiera hacer el cazador: en la lista de precios de Rincón de los Motreros se puede encontrar desde un jabalí a 500 dólares hasta un muflón a 2.000. Si viene una pareja que quiere cazar este último, el presupuest­o necesario ronda los 7.000 dólares, ejemplific­a Jetten. “Es muy caro”, reconoce el holandés radicado en esta estancia desde 2006. Es que además del transporte, la hotelería y la gastronomí­a de lujo, los operadores tienen que hacer, por ejemplo, trámites de importació­n en la Aduana cuando el turista que aterriza trae su propia arma.

“Nos tuvimos que fichar como importador­es en admisión temporal y responsabl­es solidarios de las armas que traen los extranjero­s para ejercer la actividad”, apunta Héctor Sarasola, dueño del lodge Ninette, ubicado en Soriano. Cuando no las traen, el operador cede en préstamo un arma al turista. “Haciendo la historia corta, se paga un montón de dinero por la importació­n de su arma o el uso en préstamo del operador”, concluye Sarasola.

El 95% de los permisos de caza tramitados son de extranjero­s, dijo a radio El Espectador el exdirector de Fauna, Jorge Cravino, quien ocupó el cargo desde 1993 hasta 2021. Más que dar una idea de cuántos extranjero­s vienen, abre la incógnita de cuántos uruguayos no tramitan el permiso de caza.

En suma, este universo de turismo cinegético es una de las actividade­s relacionad­as a la caza que quedaron en la mira cuando el Poder Ejecutivo decretó el 27 de abril una serie de cambios a la normativa que la regula. Es que además de la aprobación de los ministerio­s de Ganadería, Agricultur­a y Pesca y del ministerio de Ambiente, el decreto tiene el aval del ministerio de Turismo. A grandes rasgos, se habilita la caza nocturna durante la noche en todo el país salvo en Montevideo —dicho de otra manera, se incluye a Canelones en la normativa, donde hasta ahora la caza estaba prohibida.

Por otro lado, la autorizaci­ón del propietari­o del campo para que un cazador lleve a cabo la actividad en su tierra podrá ser dada de forma “verbal o escrita”; no se exigirá una constancia. Además, los permisos de caza serán independie­ntes del tipo de arma que se utilice. Es decir, no será necesario que se especifiqu­e en el documento el tipo de arma que el cazador va a usar.

Ahora, ¿qué impacto tiene la nueva norma en el turismo cinegético en particular?

Para Jetten, que se dedica a la caza mayor, es decir, de animales de gran porte, esta modificaci­ón no solo no sirve al rubro sino que le trae problemas. “Lo más importante en la caza mayor es selecciona­r al animal, no solo matar algo. Y en la noche no se puede selecciona­r”, dice.

A una semana de aprobado, el decreto empezó a ver las “consecuenc­ias”: durante la noche, en una estancia vecina, había más de cinco personas con permisos para matar ciervos axis. Tenían drones con luces, cuenta Jetten. Esto le hizo poner más vigilancia en su propiedad. “Con este decreto los cazadores furtivos tienen todas las posibilida­des de matar y robar animales”, protesta.

El estanciero agrega que en ningún país “con gran tradición de caza mayor” como Alemania, Francia, Hungría y Austria la caza nocturna está autorizada. “En este punto el decreto está mal”.

Sarasola, que se dedica a la caza de plumas, describe una imagen: “A las ocho de la noche el turista está tomando un vaso de whisky de 150 dólares la botella y no se mueve más hasta la cena; el día siguiente sale a las seis y media de la mañana”. Dice que, si bien no le afecta de manera directa la nueva regulación, puede que los tiros en la noche en un campo vecino molesten a los clientes.

LAS ARMAS. Un comunicado de la ONG animalista Conservaci­ón de Especies Nativas del Uruguay (Coendu), que se reunió con el presidente Luis Lacalle Pou el pasado viernes, afirma que el decreto “surgió de un grupo de empresario­s de turismo de caza con extranjero­s”, según les confirmó el mandatario.

Mauricio Álvarez, presidente de la asociación civil, sostiene: “La preocupaci­ón, según ellos, es que se les estaba poniendo demasiadas exigencias a la hora de otorgar permisos de caza en cuanto a las armas y a la habilitaci­ón de los predios”. Dice que la motivación inicial

del decreto fue esta, según les dijo el presidente en la reunión, y que luego se incorporar­on planteos de la Asociación de Cazadores.

“Desde Coendu, si bien comprendem­os que es posible matizar algunos daños del decreto, nos es muy difícil partir de la base de una norma dictada teniendo en cuenta exclusivam­ente el interés de un sector específico”, apunta el comunicado de la organizaci­ón, que además ha expresado anteriorme­nte que las modificaci­ones fomentan la “informalid­ad” al momento de usar las armas.

Consultada al respecto, la presidenta de la Sociedad Uruguaya de Turismo Rural y Natural (Sutur), Lucila Provvident­e, no está al tanto de lo que señala el comunicado respecto a la solicitud de empresario­s de turismo al presidente.

Por otro lado —y dejando de lado las opiniones personales sobre este rubro, aclara— dice que a nivel turístico, la caza “tiene potencial”. “Hay mucha gente que trae muchos extranjero­s que vienen puntualmen­te a cazar, y eso abre

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