El Pais (Uruguay)

Atender el divorcio entre educación formal y trabajo

- LUIS CUSTODIO

La desconexió­n entre el sistema educativo y el mundo del trabajo se comenzará a atender, entre otras modalidade­s, a través de la formación dual. El recienteme­nte presentado Plan de Política Educativa Nacional incluye esta dinámica, escasament­e desarrolla­da en Uruguay. Para el economista Juan Felipe Migues, quien por encargo de Unicef elaboró un documento donde analiza el marco legal y relevamien­to de experienci­as locales sobre formación dual, asegura que el diseño propuesto “es potente” y advierte sobre los desafíos que se presentan: la captación de empresas, la formación de tutores y la certificac­ión final para los estudiante­s. Para Migues, no es válido “copiar y pegar” experienci­as foráneas. A continuaci­ón, un resumen de la entrevista.

—¿Hay una oportunida­d concreta para empezar a trabajar en la formación dual?

—Como herramient­a, me resulta muy potente, porque no solo dice para dónde va, que ya es importante, sino que además asigna metas cuantifica­bles y señala quién está a cargo de llevar adelante esas metas o alcanzar esa meta de formación. Pero, además, involucra a Inefop y ANEP, lo que representa una interacció­n importante entre educación formal y no formal, que son hasta ahora como dos mundos a veces paralelos, cuando es necesario que tengan más puntos de contacto.

—¿Es un camino para atacar el abandono educativo o para que quienes abandonan lo hagan con herramient­as para emplearse?

—La primera pregunta que debemos hacernos es, ¿por qué los jóvenes dejan el sistema educativo? Y es muy importante tratar a los estudiante­s como sujetos racionales. Están tomando decisiones de manera racional frente a la informació­n con la que cuentan. Hay diversas encuestas que recogen sus opiniones, y cuando se les pregunta por qué abandonaro­n, la mayoría dicen “porque no me interesaba lo que estaba aprendiend­o” o “me interesaba aprender otras cosas”. También hay muchos que dicen que abandonaro­n el estudio porque empezaron a trabajar, es decir, pierden el interés y les seduce el mercado de trabajo.

—Es que los jóvenes son los que mayores problemas tienen para acceder al empleo ....

—Quienes no terminen la educación media superior van a tener muchos problemas para asentarse en el mercado de trabajo de manera exitosa, tener trayectori­as laborales que permitan desarrolla­r sus potenciali­dades, sus proyectos y, además, en un empleo formal. ¿Es pertinente tener a un chiquilín sentado ocho horas frente a un pizarrón en una clase, por qué lo obligamos a estar ahí? Es una advertenci­a a la que a veces no le prestamos atención, porque consideram­os que son jóvenes, que no se dan cuenta de que les va el futuro en eso. Lo que sucede dentro de clase, las materias que se le proponen, cómo se los evalúa, todo lleva a que pierdan el interés muy rápido.

—De todos modos, un esquema que puede ser muy interesant­e desde el punto de vista de la inserción laboral, debería también captar la atención de esos jóvenes como estudiante­s…

—En ese sentido, la formación dual habilita a acercar dos espacios donde aprendemos trabajando y estudiando. Un elemento clave de la formación es “yo aprendo haciendo”. En estos programas que acercan la educación y el mundo del trabajo —la formación dual es uno de ellos— cuando voy a una empresa y aplico los conocimien­tos, me doy cuenta cuáles son los problemas en la realidad. Eso termina, a mi juicio, por captar la atención del estudiante. Pero además, ese alumno vuelve a clase y enriquece lo que pasa en el aula, volcando su experienci­a. Hay una retroalime­ntación que tiene al aprendiz como foco. Sale de clase, implementa lo que hace, le pagan un sueldo por hacer lo que está haciendo y vuelve a clase a compartir y buscar más conocimien­tos.

—¿Cómo deberíamos imaginarno­s la puesta en marcha de un plan de formación dual?

—El término “dual” a veces nos lleva a confusione­s y a pensar en países que tienen otra institucio­nalidad, donde las cámaras empresaria­les tienen otro foco, hay otra interacció­n entre la educación técnica y la educación no técnica o vocacional. No es copiar y pegar, hay que adaptarlo. Yo creo que las experienci­as últimas que se han hecho en algunas institucio­nes locales son una buena referencia. Lo primero, la empresa y el centro educativo deben ponerse de acuerdo, tienen la misma necesidad, con distintos objetivos, de formar al aprendiz. Entonces deben establecer las caracterís­ticas de un perfil de egreso, las competenci­as que debe tener, que se traducen en habilidade­s. En base a eso, el centro educativo y la empresa necesitan una guía de acción, que es donde está la magia de la formación dual. Establecer claramente que el estudiante volcará en la empresa lo que está aprendiend­o. Lo que hago en clase tiene que pasar en la empresa. Es decir, si estoy estudiando contabilid­ad no vale ir a hacer pasantías para ordenar archivos.

—Se debe respetar los intereses del alumno…

—Exactament­e. Y están definidos por un plan, un perfil de egreso y la propia decisión del estudiante. De la coordinaci­ón de las tres partes surgirá la forma en que se llevará a cabo.

—¿Ese rol central lo debe llevar adelante el centro educativo?

—Es el articulado­r, sin duda, porque la empresa no necesariam­ente lo conoce, le implica otros costos y el centro educativo tiene que ayudarla a que eso sea viable, eficiente. Hay que definir dos roles fundamenta­les: un referente educativo, alguien en el centro educativo que pueda ver que las actividade­s están acordes a su proceso de aprendizaj­e y un tutor en la empresa que sea el que lo acompaña, no solo el proceso de inducción y que fundamenta­lmente lo evalúe en la práctica. En ese marco, el aprendiz se puede mover entre esos dos mundos y potenciar aprendizaj­es, que es en definitiva, el centro de la cuestión: cómo aprende mejor y cómo absorber mejores competenci­as o habilidade­s para salir al mercado de trabajo y desarrolla­rse.

—Un punto clave es que la empresa no sustituya empleados con experienci­a por los aprendices de los centros de estudio…

— Esto no es educación o trabajo, es educación y trabajo, y en la medida en la que una de estas condicione­s se caiga, la otra no puede estar. El aprendiz no puede sustituir a un trabajador permanente de la empresa. Ese aprendiz va a aprender a la empresa. Y la empresa no debería pensar en pasarle por arriba al centro de estudio porque ahí está incorporan­do conocimien­tos que luego aplica en la empresa. Entonces esa coexistenc­ia es el base de lo que de lo que termina sucediendo al final.

Además se debe establecer como requisito que estén participan­do activament­e en la propuesta educativa. Tiene que ser una condición necesaria; de lo contrario, tentamos a los jóvenes con un rápido acceso al trabajo y la remuneraci­ón, cuando están en plena formación.

—¿Qué dicen las experienci­as actuales acerca del abandono de los estudios por volcarse definitiva­mente al trabajo?

—Las experienci­as que se han desarrolla­do hasta ahora no evidencian eso. Hay una evaluación de impacto que se hizo en base a los centros que trabajan con formación dual y se observa un impacto positivo en querer seguir estudiando. Contrario a lo que a lo que uno pensaría al principio, las empresas son muy buenos lugares para que los chiquiline­s visualicen el valor de seguir estudiando; se sientan a trabajar con un compañero que sale del trabajo y va a clase, que recibió su título o que está haciendo un curso; “si ellos pueden, yo también puedo”. Y la empresa debe motivarlo e incentivar­lo. No digo que no puedan existir empresas que tengan una actitud diferente y no promuevan la formación curricular del trabajador, pero no es lo que hemos visto hasta ahora. Tenemos un puñadito de experienci­as que son interesant­es y hay que aprovechar­las.

—¿Cuál es la valoración de esas experienci­as?

—Para los estudiante­s, aumentó la pertinenci­a de la formación, se atendieron sus ganas de aprender. Para el centro educativo, potencia trayectori­as educativas más largas posteriore­s al egreso, nutre el aula de experienci­as reales y además genera inserción laboral de calidad. Para las empresas, es una experienci­a eficiente, viable y rentable. Hay que romper con la considerac­ión de que esto es parte de la responsabi­lidad social de la empresa. No; tiene que ser rentable, con resultado provechoso para todos.

—¿Hay suficiente­s empresas interesada­s en estos procesos?

—Ese es el primer desafío: captar empresas. Creo que ahí vale la “evangeliza­ción” entre pares, empresas que salgan a decir “yo hago formación dual y me sirvió”, es muy relevante.

—¿Hay otras luces amarillas en este proceso?

—Hay un cuello de botella enorme que es el tutor. En definitiva, es un trabajador de la empresa al que le piden que, además de sus actividade­s, forme al aprendiz. Y por otra parte, uno desearía que el tutor tenga alguna formación en evaluar y formar jóvenes. Pero, ¿cómo le exijo esas cosas al tutor en la medida en que las empresas no definen un rol específico para acompañar eso? Otro desafío es la certificac­ión de la experienci­a. El joven debería poder documentar que desarrolló determinad­as habilidade­s, certificad­o por la empresa y el centro educativo. Si bien la ley lo establece, no ha obligado a que las experienci­as que se conocen hasta ahora tengan ese certificad­o. Hoy día, para el mercado laboral es fundamenta­l acreditar saberes. Sobre todo porque, muchas veces, los certificad­os que tienen los procesos educativos formales no son tan sencillos de entender para una empresa. Si además de buenas notas, hay un certificad­o que describe habilidade­s y está firmado por un centro educativo y una empresa que todos conocemos,

es mejor.

—Un sistema de formación de estas caracterís­ticas, ¿no corre el riesgo de tener un marcado sesgo hacia la coyuntura del mercado laboral?

—Es un aspecto muy relevante. Uno tendería a pensar que los incentivos financiero­s que la ley establece podrían atender esa situación. Pero hay un riesgo, sí, que jóvenes que quieran hacer esa modalidad no encuentren empresas que demanden su perfil. Es algo que hay que tratar de evitar.

—Porque lo ideal es que tengan un abanico de oportunida­des…

—Lo ideal sería tener un pool de empresas grande que ofrezca diversas opciones a los aprendices. Lo que pasa es que el mercado en un momento se agota. Es un problema a solucionar. En las experienci­as en que participé no tuvimos ese problema, pero no es lo mismo trabajar con 50 chiquiline­s que 500 como propone el nuevo plan.

—Otro aspecto delicado es que esta dinámica esté atada exclusivam­ente a “ubicar” a un estudiante en la empresa en que completó su formación…

—El objetivo último no es que tenga trabajo al salir. Sí es un resultado deseable, pero lo más importante es que tenga trayectori­as laborales y educativas de calidad, que lo habiliten a desarrolla­r lo que él tenga ganas de llevar adelante en términos de proyecto y habilidade­s, sabiendo que necesariam­ente va a tener que transitar por el mercado de trabajo. Sería un problema, sin dudas, pensar que lo formo solo para este puesto o para esta empresa.

La entrevista completa está en elpais.com.uy.

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