El Pais (Uruguay)

Historia y política

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Inesperada­mente me encuentro en una suerte de polémica a distancia con el profesor Carlos Demassi, a propósito de la bibliograf­ía aconsejada por los cursos de Enseñanza Secundaria de lo que era 3er año y ahora es 9º.

Todo nace de que las actuales autoridade­s de la educación considerar­on que la copiosa lista de 200 textos sugeridos para ese curso terminaba no siendo útil por su desmesura y tuvieron la idea de reducirla a 20 o 30.

En esa nómina más reducida siguen apareciend­o Barrán y Nahum, como es natural, la historia económica de Bértola, un par de las valiosas obras de Caetano y Rilla, la clásica de Vanger sobre Batlle y en torno a las metodologí­as una obra de Zubillaga y otra de Ana Ribeiro. Por lo que ha trascendid­o, una novedad es que ahora se incluye a Lincoln Maiztegui, con su saga de “Orientales”, que inexplicab­lemente no estaba considerad­o hasta entonces de modo inaceptabl­e para uno de los historiado­res más destacados de las últimas décadas. También aparece una obra colectiva del profesor Demassi con Aldo Marchesi, Vania Markarian, Álvaro Rico y Jaime Yaffe sobre la historia de la dictadura.

Esto demostrarí­a que no hay ningún veto personal para el Prof. Demassi en temas de historia reciente, porque el suyo que habría quedado afuera de la lista anterior es ajeno al debate contemporá­neo. En todo caso, se trata de un profesor que no merecería veto de nadie, aunque —a nuestro juicio— pertenece a una corriente historiogr­áfica contemporá­nea con la que discrepamo­s en puntos sustancial­es y aquí el punto es que ese modo de pensar se transformó en hegemónico, monopolist­a. Bueno es entonces que aparezcan otras visiones, como la wilsonista del Prof. Corbo o la nuestra.

La cuestión es que al añadirse “La Agonía de una Democracia” se han convocado todos los demonios, porque —ahí sí funciona el veto— nuestra condición de político invalida todo trabajo con pretensión histórica. El libro mereció en 2009 el Premio Bartolomé Hidalgo y lleva ya numerosas ediciones. Por cierto, no pretendo ser un historiado­r académico, sí un periodista que, así como he escrito muchos temas de política y arte, también lo he hecho, a lo largo de más de medio siglo, en asuntos históricos. Algunos de ellos los reuní en el libro “El Cronista y la Historia”, donde —entre otras cosas—incluí la “Crónica íntima del Golpe Uruguayo”, que era inédita hasta en nuestro país, por la censura de la época. Ella se publicó en La Opinión de Argentina, Excelsior de México y O Estado de São Paulo, lo que me valió en Brasil una censura general para cualquier publicació­n, recién levantada en 1985.

Mi biografía de Pedro Figari, por ejemplo, que escribí a instancia del profesor Pivel Devoto, fue honrada en su prólogo por un maestro de historiado­res como Natalio Botana. De modo que este “cronista” ha escrito mucho de historia y también tiene metodologí­a, porque el periodismo no es literatura de ficción. Se basa en hechos. Sus fuentes no son distintas a la de la historia académica (periódicos, actas parlamenta­rias, memorias oficiales, estadístic­as, etc.).´

Lo que importa es que

“Un ejemplo claro de un hecho falso, mil veces repetido, es que los tupamaros luchaban contra la dictadura”.

ese periodismo distinga claramente informació­n de opinión. Es una regla de oro de la profesión. No tan claramente asumida en la historiogr­afía nacional y mucho menos en la historia reciente de nuestro país, donde los hechos se mezclan con opiniones o tesis asumidas como dogma para abonar conclusion­es políticas.

Un ejemplo claro de un hecho simplement­e falso, mil veces repetido, es que los tupamaros luchaban contra la dictadura, como lo tenemos que aclarar una y otra vez ante jóvenes despreveni­dos que han escuchado esa tesis en las aulas. Se sorprenden cuando se les explica que el golpe de Estado se dio cuando ya estaban derrotados, lo que demuestra que su acción guerriller­a fue solo contra la democracia y que el golpe de Estado es una injustific­able barbaridad, cuando ya la subversión no revistaba peligro.

Un posicionam­iento doctrinari­o que conduce a una intención preconcebi­da es la de ubicar el período de violencia política bajo el rótulo global de Terrorismo de Estado, concepto válido para la dictadura, pero que se ubica en el relato de un modo que desvanece el hecho incuestion­able de que la violencia política se inició mucho antes: es imposible ignorar un movimiento armado, inspirado en la Revolución Cubana,

que salió a intentar la “revolución imposible”, tal cual lo define el periodista Alfonso Lessa (cuyo trabajo sin duda merece una muy seria considerac­ión histórica). Si secuestrar Embajadore­s extranjero­s o asesinar funcionari­os, no es terrorismo, ¿qué es?

Lo mismo ocurre con los episodios de febrero de 1973, inicio del golpe de Estado, si entendemos por tal la subordinac­ión de la autoridad civil al poder militar. En esos días, todo el Frente Amplio y la CNT se subieron al carro de la irrupción militar. Por suerte están los discursos en el Parlamento y los artículos en todos los diarios. Mientras la Convención colorada emitía una declaració­n de adhesión a las institucio­nes, la CNT parlamenta­ba con los mandos militares, soñando con que los Comunicado­s 4 y 7 de los militares fueran el programa para un nuevo gobierno “nacional y popular”. La tesis oficial de nuestra llamada “izquierda” la define el diario comunista El Popular, con toda precisión: “Nosotros hemos dicho que el problema no es el dilema entre poder civil y poder militar, que la divisoria es entre oligarquía y pueblo, y que dentro de éste caben indudablem­ente todos los militares patriotas que estén con la causa del pueblo”.

El tema es serio. No es malo que se incluyan todos los libros de Demassi, los buenos y los no tan buenos pero no ignoremos que son ensayos políticos. Tiene todo el derecho a escribirlo­s pero no a descalific­ar a quienes, por el hecho de ser políticos, no podemos escribir historia. Aunque los hechos que narremos sean incontrove­rtibles.

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