El Pais (Uruguay)

Una imagen deplorable

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Amedida que avanza la transforma­ción educativa surgen datos que muestran la existencia de serios problemas que no tienen directa relación con la transforma­ción en sí, pero que sin duda la afectarán; a esta reforma o a cualquier otra, sea quien sea que esté en el gobierno.

El problema está en los profesores y maestras. Entre la cantidad de clases que no se dan por causa de los paros y el altísimo nivel de ausentismo, existe allí un complicado problema que no se resuelve solo con nuevos cambios.

Si bien es verdad que hay docentes bien preparados, comprometi­dos con una tarea que ejercen con destacado profesiona­lismo, la imagen que existe del gremio en su conjunto es deplorable. Agravada además por la aún peor imagen que trasmiten algunos de sus lideres sindicales, en especial José Olivera y Marcel Slamovitz.

No estoy seguro que quienes dan clases sean consciente­s de esta realidad. Lo cierto es que la actuación de sus dirigentes sindicales y la conducta de un número importante de docentes (así como de futuros docentes, hoy estudiante­s en el IPA), no ayudan a prestigiar a una profesión que antes era vista con mucho respeto.

Un dato difundido en estos días fue la cantidad de clases recibidas este año. O más bien la cantidad que no se dieron por causa de paros.

En Uruguay está previsto que los estudiante­s reciban un promedio de 180 días de clases al año. Sin embargo este año solo recibieron 148. Esos 32 días de menos fueron a causa de los paros realizados. El equivalent­e a un mes entero sin clases por ese motivo.

Según un informe publicado en El País hace dos semanas, el promedio de clases que reciben los estudiante­s en la región es de 190 días, un poco más de lo que en teoría da Uruguay.

Si se compara esos 180 días previstos (pero no cumplidos), el promedio uruguayo es mayor que el de Francia y España y similar al de Inglaterra y Estados Unidos. Apenas un poco por encima están Chile o Finlandia. Israel y Japón, llevan la delantera con 205 y 203 días, respectiva­mente.

El problema es que en Uruguay ni siquiera se cumplen esos 180 días.

Estos datos se complement­an con los del ausentismo docente. La suma es escalofria­nte y deja en evidencia a un gremio que parece odiar dar clases. Que prefiere hacer paros y dar parte de enfermo antes que cumplir con su tarea en esa educación pública que tanto elogia. Tarea que, por otra parte, es paga con los impuestos de todos los ciudadanos que esperan ver algún retorno.

Es tan alto el número, que la ANEP destinó en 2021 unos 166 millones de dólares para pagar suplencias de los profesores que solicitaro­n licencia por enfermedad.

La desproporc­ión en la

“Queda en evidencia un gremio que prefiere hacer paros antes que cumplir con su tarea en la educación pública”.

cifra de ausentismo respecto a la región y al resto del mundo es tal, que no hay como explicarla. Y es mayor en las institucio­nes que funcionan en zonas vulnerable­s, lo que termina agrandando la desigualda­d y la exclusión social. Para un gremio que dice tener una presunta sensibilid­ad ante estas realidades, el ausentismo demuestra lo contrario.

Para entender que es un fenómeno exclusivam­ente uruguayo, basta ver las cifras manejadas por un estudio hecho por Ceres en 2021. El ausentismo docente acá llega al 61%, cuando la cifra global es de 19%. En economías avanzadas el ausentismo es 17% y en América Latina es 35%. Es probable que esta cifra sea alta a causa de la incidencia uruguaya. En el Sudeste asiático es de 11% y en Europa del Este de 13%.

Las comparacio­nes muestran que lo de Uruguay es un fenómeno desproporc­ionado e intolerabl­e. Algo está muy mal.

Algunos docentes sostienen que importa más la calidad del tiempo usado que la cantidad de días de clases recibidas. Parece más una débil justificac­ión que un razonamien­to sensato. Siguen faltando 32 días de clases por culpa de los paros. Faltan días y también calidad de tiempo.

Lo mismo ocurre con el ausentismo. La discontinu­idad con el profesor o la maestra asignada y la necesidad de recurrir a un suplente, no otorga calidad. Eso es evidente.

Es con estas dos realidades (un año lectivo corto y un asombroso nivel de ausentismo) que se pretende llevar adelante la transforma­ción educativa. Las ideas estarán pero quien debe aplicarlas, no.

En este contexto, las protestas gremiales contra esta transforma­ción (o cualquier otra) carecen de absoluta autoridad moral. Queda en evidencia que se oponen a ellas por la simple razón de que no quieren trabajar y quizás ni siquiera les gusta su trabajo.

Lo sensato sería que busquen empleo en algo que les de satisfacci­ón, algo acorde a sus talentos y vocación. Ciertament­e es un consejo que deberían seguir Olivera y Slamovitz, que notoriamen­te ni les gusta ni les interesa enseñar.

El problema es que en esta imagen pasmosa que dan los docentes, están atrapados aquellos que sí tienen vocación, que se han formado para su trabajo, que saben hacerlo bien pero están envueltos en un manto de desprestig­io descalific­ador.

Quizás a esos docentes les llegó la hora de hacerse escuchar ante sus pares, que solo se dedican a hundir una profesión tan noble como la de enseñar.

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