El Pais (Uruguay)

“Para vivir, necesito mostrar lo bueno”

El comunicado­r habla de los 50 años de “Americando”

- FERNÁN CISNERO

Juan Carlos López, a quien el cariño popular conoce como Lopecito, es, en persona, como en la televisión. Campechano, amable, conversado­r y matero. Y oyente de Radio Clarín.

La excusa para estar con él, en un rincón de su casa lleno de recuerdos, homenajes y libros, son los 50 años de Americando, su proyecto de vida que incluye miles de kilómetros de rutas nacionales, programas de radio, televisión y ahora una colección de libros y hasta un sello conmemorat­ivo del Correo Nacional, que es una caricatura que lo resume en una boina y un bigote.

El primer libro de la colección Americando se llama Tradicione­s de campo (BMR) y tiene ese rescate de amor, memoria y tradición que es parte de Lopecito y lo que ha venido dando en estos 50 años.

De algo de eso, El País charló con el comunicado­r. Estos son extractos de esa conversaci­ón.

—Hay un fuerte componente de amor y cariño en Americando...

—Absolutame­nte. El otro día me dijeron que Americando es como un espejo donde la gente se refleja y yo me reflejo en la gente. Pero no es, me decían, un espejo que termine ahí, sino que deja pasar todo hacia la comunidad, hacia los demás y está todo imbuido de amor. Un día el cardenal Sturla, al final de una misa, me miró y dijo: “Donde está Lopecito siempre pasan cosas buenas”...

—Gran piropo..

—Ahí me di cuenta de que lo que pasa es que yo, para vivir, necesito mostrar lo bueno. Es como una reacción que me fue dando la vida y creo profundame­nte en el amor: no hay ninguna construcci­ón entre los seres humanos que no se base a eso. En la presentaci­ón, el ministro Pablo da Silveira dijo una cosa linda: que si bien Americando defiende lo rural y la cultura criolla, no está contra nadie.

—¿De dónde sale eso?

En estos días publicó un libro y el Correo le dedicó un sello conmemorat­ivo.

“‘Americando’ no se trata de sumar kilómetros, se trata de sumar afectos”.

—Si bien he pensado por qué pasan las cosas en la vida, recién ahora me van quedando claro hasta las etapas. Esa falta que yo tuve y me di cuenta después, del agradecimi­ento al padre. Soy una generación en la que los padres no hablaban con los gurises. Y papá y mamá eran unos burros de laburo. Entonces, quedó esa deuda. Estoy seguro de que nunca le llegué a decir a papá que lo quería. Se privaron de todo y todo era por los hijos. Y había que estudiar “para ser mejor que yo”, decían. A mi me faltó eso de decirle: “estás equivocado, porque mejor que vos, imposible”. Y no decirle nunca a papá y mamá un “te quiero”. Quizás ahí está la base de lo que uno pretende hacer con Americando. Yo a todos ahora les digo que los quiero, los recibo entero.

—En el libro se habla de ladrillero­s, guasqueros, oficios en riesgo. ¿Se ve como uno de los últimos en una tradición de comunicado­res?

—Sí. No tengo la menor duda de que adhiero a una enorme cantidad de valores y de actitudes de vidas que no quiero que se terminen. Y si yo pienso que eso está bien y que es una buena forma de vivir la vida con determinad­as cuestiones, parámetros, por qué no lo voy a defender. A mi no me van a pasar por arriba: tengo esa cuestión de dignidad.

—¿Cómo es trabajando?

—No voy a la mesa de edición, por ejemplo, porque dejo los materiales que colecto y las ideas que propongo al equipo. Sí exijo que se respeten algunas cosas: los silencios, las miradas, y me interesa mucho que filmen las manos y los ojos de la gente porque todo eso habla, dice cosas.

—¿Cómo surge Americando? —Llego a Radio Rural en el 68 y el mundo estaba en llamas...

—Perdón, en ese ambiente, ¿usted ya era blanco y católico?

—No, no era nada. Segurament­e opositor a casi todo.

—Llega a Rural...

—...Y me encuentro con payadores, y que al mediodía leíamos a dos voces los mensajes: “atención Mengano, va Fulano para allá, espérelo en la portera”, “atención Fulano, la hija tuvo un bebé, está bien”. Y me enfrenté a un mundo que desconocía totalmente. Y cuando me empiezan a mandar al interior a cubrir cuestiones agropecuar­ias, ferias, para mi era todo novedad. Esos choques fueron bien importante­s. Y en 1972 cuando me dan la mañana para hacer un programa de corte folclórico, mi cabeza está llena de Los Chalchaler­os, Mercedes Sosa, un poquito de Amalia de la Vega. Y ahí empiezo a pasar música pero también a recibir cartas, miles que conservo todavía. Cosas como “Fulana de Tal, le dedica ‘De cojinillo” por Los Olimareños a su hermano que está trabajando en el establecim­iento tal”. Cartas hechas en una hojita en el medio de la campaña, que había que llevarla a la portera, que alguien la alcanzara al pueblo, ponerla en el correo, que llegara a Montevideo y que la llevaran a la radio. Y de eso pasaba una semana y alguien escuchando todo el tiempo a ver cuándo la leía. Eso se transformó en un torrente de cartas. Un día le cuento al maestro Ruben Lena que me andaban diciendo que no leyera más saludos y me dedicara a pasar música. Y Lena me dijo: “no, Lopecito, música pasa cualquiera, hasta un tocadiscos, usted salude a la gente porque cuando usted saluda, y con nombre y apellido, esa gente se escuchó por la radio y no lo pensó pero siente que está viva”.

—Y cuenta una historia...

—Esa es la otra desesperac­ión de Americando: todos tenemos una historia e importa mucho lo que hacemos cada uno. Es una vida que la estamos gastando cada uno y tenemos talentos y cuestiones que en general no valoramos, porque no las charlamos con el otro.

—Y en ese sentido ha venido rescatando esas historias.

—No se trata de sumar kilómetros, se trata de sumar afectos. En Americando pasa lo que pasa por los afectos. El afecto a un oficio, a una persona. Y tratar de darle voz a quienes no entendés por qué no tienen más voz. A veces me dicen que Americando es un programa de campo pero no es así: es un programa con campo. Eso hace la diferencia y lo raro. En un país que tiene a la vaca y el caballo en el escudo, ¿es de afuera que yo hable de ese tema y que atraviese mi proyecto? El comunicado­r no va a buscar noticias a Tacuarembó o Paysandú, se queda en la tranquilid­ad montevidea­na. No se dan cuenta de que cuando dicen “está lloviendo”, deberían fijarse que del Río Negro para arriba hay una seca brutal.

—Esas historias son memoria, además...

—El otro día, un viejo me dijo: “Muchacho, no somos más que memoria. Usted está acá hablando conmigo porque acordamos venir y usted se acordó y vino. Y usted me está preguntand­o cosas de viejo y si yo me olvido no sé ni quién soy, ni cómo me llamo. Dentro de un ratito no sé que va a pasar, pero por ahora somos memoria”. Y a mi tal vez sea eso lo que me desespera: que no queden eslabones sueltos porque la historia del país es la historia de cada uno de nosotros, todas juntas. Ahí es donde actúa Americando.

—¿Qué tiene ganas de hacer ahora?

—Radio. Tengo mucho tiempo para eso y soy un tipo oral al que le cuesta mucho más escribir que charlar. Y por ahora la memoria está casi intacta. No sé qué va a pasar para adelante.

—¿Le preocupa su legado?

—Tengo un cosa contradict­oria con eso. Yo no quiero que este sótano lleno de cosas, todo esto, sea una carga para mis nietos. Con esto va a pasar lo que tenga que pasar, y lo que Dios disponga. Cada vez creo más en eso.

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