El Pais (Uruguay)

LA CIENTÍFICA “JUSTICIERA” Y EL CASO LOLA

- MARIÁNGEL SOLOMITA

Eran las 02:34 de la madrugada cuando sonó el teléfono. Natalia Sandberg había preferido esperar el resultado del análisis en su casa. Se levantó de la cama y atendió la llamada en el living. Escuchó esto: “Dio positivo. Encontramo­s al que dejó la evidencia”. Entonces, como hizo tantas veces a lo largo de dos años y medio de buscar lo improbable, de sentir el cuerpo herido por el filo helado de la frustració­n, gritó y lloró como si expulsara un veneno. Después se quedó dormida. Y a la mañana siguiente se despertó convencida de que aquello no había pasado, había sido un sueño: un deseo cumplido en el cálido limbo de la somnolenci­a.

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En el Registro Nacional de Huellas Genéticas de la Policía Científica se conservan 85.000 espátulas con el perfil genético de quienes cometieron un delito: una base de datos que combate la presunción del crimen perfecto. El procedimie­nto empieza cuando el laboratori­o biológico envía el perfil genético que se extrae de la evidencia en una escena criminal. Cuando no hay un sospechoso identifica­do, el equipo que Natalia Sandberg dirige utiliza un software que cruza esa informació­n con la del registro y si hay una coincidenc­ia del 100% entre ambos perfiles se produce el matcheo.

La regla general es desconocer los nombres detrás de los códigos alfanuméri­cos en los laboratori­os. Por eso, ninguna de las cinco científica­s que trabajan en el lugar sabe qué casos ayudaron a resolver. Hasta que una noche el azar, “un hecho sobrenatur­al”, o sencillame­nte el algoritmo de Youtube, activaron una entrevista a los padres de Lola Chomnalez y Natalia Sandberg vio los ojos apagados de Adriana Belmonte y pensó en su hijo de 10 años y se imaginó sumergida en el mismo océano negro que la madre de Lola. Y decidió hacer algo.

—Soy ultra mega súper sensible. Y soy re justiciera. El sufrimient­o de los otros me puede, me obsesiona y fue lo que me pasó cuando vi los ojos de la mamá de Lola. Se me metió en la cabeza que desde mi lugar yo tenía que poder hacer algo y me enloquecí, me enfermé. Así empezó la crisis.

Así empezó la crisis.

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Natalia Sandberg creció fanatizada por las series de investigac­ión y decidió en la adolescenc­ia que su lugar estaba en un laboratori­o de genética forense. Pero en Uruguay no existía esa carrera. Así que trazó una estrategia para llegar al único sitio al que se creía predestina­da: la dirección de Policía Científica. Primero estudió biología y después genética y luego se las ingenió para entrar por una diagonal al laboratori­o biológico:

Soy ultra mega súper sensible. El sufrimient­o de los otros me puede, me obsesiona y fue lo que me pasó cuando vi los ojos de la mamá de Lola” Sandberg.

llegó como estudiante de tesis, trabajó dos años gratis a la vez que vendía ropa en el shopping, se convirtió en una persona necesaria, consiguió un puesto y entonces nunca más se fue.

—Yo no era para otra vocación —dice. Se capacitó viajando a congresos y luego participó en el armado del proyecto de ley que permitió la creación del registro de huellas. En junio de 2020 se “obsesionó” con resolver el caso Lola: la espina más profunda del orgullo policial.

—Todos los días recibimos casos sin resolver, pero yo creo tácticas para romper la monotonía, sino se vuelve una tarea automática que me aleja del lado emocional y nunca me permito perder el entusiasmo.

Entonces, despabilar una investigac­ión sin rumbo, arriesgar su prestigio, era también navegar el río eléctrico de la pasión.

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Qué había: el perfil genético de un hombre que no estaba en la base de datos. Qué sabía: que el FBI, usando evidencias de casos sin resolver, quería crear un método para buscar relaciones de parentesco entre las personas que integran los registros.

—Y empecé a delirar. Tenía que buscar la manera de crear este tipo de búsquedas con el software que estaba disponible.

Fue a ver a su superior y le planteó la idea, “la hipótesis de una loca”. Natalia Sandberg se anticipó “artesanalm­ente” al FBI. Para cruzar la informació­n del ADN, tomó un segmento distinto del perfil genético, usó el cromosoma Y, que se hereda de padres a hijos varones. Así, tal vez, hallaría entre las 85.000 espátulas algún familiar del hombre que dejó la evidencia en el crimen.

Surgieron 40 coincidenc­ias. “Pero caímos en una familia muy complicada”, resume. Los investigad­ores comandados por el juez de la causa investigar­on uno a uno. Y nada. Dos años hurgaron en silencio, hasta que los caminos volvieron a cerrarse.

Ella estaba a punto de rendirse hasta que, “por un hecho sobrenatur­al” o pura obstinació­n, “se iluminó” otra vez.

—Se me ocurrió buscar el parentesco pero en el perfil genético autosómico, que es el que usamos siempre, lo que implicaba una búsqueda mega ultra súper arriesgada. Y sucedió.

—Casi me descompens­o. Llegué a la posibilida­d de que en la base de datos podía tener a un medio hermano materno.

Otra vez fue al despacho de su superior. “Esto no tiene respaldo estadístic­o, está agarrado de los pelos, pero si querés, probamos. ¿Vos te arriesgás?”, le dijo. Y se arriesgó.

Había que buscar a la madre biológica de esta persona y hacer un análisis de maternidad con el de la evidencia. La encontraro­n y coincidió. De sus 11 hijos, nueve eran varones, a uno lo había dado en adopción y figuraba como ausente. Pero, finalmente, los investigad­ores lo hallaron.

Era él.

El laboratori­o biológico trabajó toda la noche confirmand­o la prueba de ADN. Natalia Sandberg se preparó para la peor noticia y se marchó a esperar el resultado en su casa. La llamada llegó a las 02:34 de la madrugada, como un mensaje encriptado en un sueño.

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NATALIA SANDBERG

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