La Navidad de 2022
Insisto en hablar del 25 de diciembre como Navidad. El rótulo legal no lo usa nadie y nuestra Administración Pública es laica pero se adorna con arbolitos de Navidad.
Por lo demás, el nombre oficial “Fiesta de la Familia” tiene hoy a sus dos elementos descoyuntados. “Fiesta” se ha disuelto en el plural de “Felices Fiestas”, con lo cual la fecha eclipsa su luz histórica de kilómetro 0 de nuestra Era. “Familia” se asocia a patologías públicas y a una ristra de Juzgados “Especializados” en odios y agresiones, impotentes para atajar dramas y prevenir tragedias: el vocablo “familia” aparece más como objeto de prospección socio-psicológica que como expresión de un ideal natural de comunidad, apego o amor.
2022 no ha sido un año más, ni en el mundo ni en el Uruguay.
El 24 de febrero, Rusia desencadenó una guerra anexionista contra Ucrania. Putin sacó a relucir la vieja ambición de expandirse hacia el oeste europeo y hacia el sur mediterráneo, que extravió a Pedro el Grande tanto como a Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, que se hacía llamar Stalin. El pueblo ucraniano vive una epopeya heroica pero sangrienta. Sin cifras oficiales fidedignas sobre los muertos y heridos de uno y otro campo, resulta estremecedor saber que la BBC —habitualmente certera— estima que se perdieron más de 240.000 vidas. Un espanto.
Nada de eso es compatible con la sensibilidad nacional, fruto de una maduración filosófica de siglos. Y sin embargo, vivimos nuestros encuentros navideños y nuestras despedidas de año como si el mundo no sumara canalladas. Entre ellas, la condena a horca pronunciada en Isfahán contra el futbolista Amir Nazr-azadani, en un acto infame de fanatismo.
La República nos nació desde visiones abiertas a lo universal humano. Si queremos ser un pueblo orientado por el alma liberal que le dio sus mejores glorias, debemos sentir fraternalmente las matanzas colectivas e individuales que avergüenzan al mundo de hoy, sin aislarnos en ninguna indiferencia y sin dejarnos llevar por la sustitución del mensaje navideño por la distracción comercial que lo disuelve en meras “fiestas tradicionales”.
En el Uruguay, la Navidad de 2022 nos encuentra con números macro que son festejables. Se superará por segundo año consecutivo el récord de exportaciones agroindustriales con más de 10.000 millones de dólares, como soñaba y proclamaba Jorge Batlle. Pero sufrimos una carcoma del alma, por dos episodios deplorables que habrían delineado y delimitado sus efectos en el sistema indagatorio a cargo del Poder Judicial que nos fue tradicional, pero que crece
Esta Navidad debe ser de nueva fe para los creyentes, pero de nueva filosofía espiritual para todos.
como madrépora por filtraciones y abusos que exhiben chats íntimos a cielo abierto, sin respeto a la persona ni a los derechos del presidente Lacalle. Y todo, por haber copiado modos policíaco-fiscales de indagación no judicial, sin que nadie responda por las fugas intersticiales de carpetas secretas.
En vez de la aclaración raspando hasta el hueso que reclamamos, se viene instalando una operación de prensa para poner todo en duda y demoler reputaciones.
Sobre las desgracias que arrastramos desde hace años — bolsones de pobreza, jóvenes sin formación, drogadicción, narcotráfico, veredas-dormitorio— se está esparciendo la sensación de que todo cruje y nada es creíble.
Para recuperar la brújula, hará falta que creyentes y no creyentes hagamos renacer la reflexión por dentro.
Por eso, esta Navidad —de un año que todavía no es preelectoral— deberá ser de nueva fe para los creyentes, pero de nueva filosofía espiritual para todos.