El Pais (Uruguay)

El mundo 2023 para emergentes ¿Será peor o mejor?

- ALDO LEMA ECONOMISTA

El 2023 será un año “bisagra” para Uruguay, concluí en mi columna de inicios de octubre. Un concepto similar se ha estado usando para el desempeño de la economía mundial y sus consecuenc­ias para países emergentes. Se habla de un año pívot. ¿Se consolidar­á la transición hacia un ciclo definitiva­mente adverso o sólo será un aterrizaje suave antes de un nuevo despegue?

Aunque con algunas diferencia­s, hemos seguido transitand­o estos “locos años veinte” con varias coincidenc­ias respecto a lo observado hace un siglo. Problemas de oferta por una pandemia y una guerra, políticas expansivas de demanda, inflación asociada a todo eso, masificaci­ón de una revolución industrial, rotación en el liderazgo económico mundial, amenazas iliberales a las democracia­s occidental­es, ascensos autocrátic­os e incluso similitude­s más específica­s. La historia no se repite, pero rima, diría Mark Twain.

En términos económicos concretos, algunos historiado­res asemejan la gran contracció­n de 2020 a la de 1918, el rebote de 2021 al de 1919 y la desacelera­ción global de 2022 al estancamie­nto de 1920.

En efecto, en el año que termina la economía mundial estuvo impactada por la desacelera­ción de China, la invasión de Rusia a Ucrania, la mayor aceleració­n inflaciona­ria y el retiro adicional de los estímulos económicos globales. Con todo, el mundo siguió creciendo, aunque por debajo del promedio histórico, y los precios de las materias primeras se mantuviero­n altos, por encima del promedio de la última década, pero con fuerte reducción de los márgenes de producción por aumentos de costos.

No fue el fin del ciclo iniciado con el rebote de la pandemia pero, claramente, para los países emergentes hubo menos impulso que en 2021 desde “Chimerica”, China y “América”.

Desde China, que es clave en el canal de la demanda y los precios de los commoditie­s, porque creció solo 3% debido a la desacelera­ción global y la prolongaci­ón de las restriccio­nes por el Covid-19.

Desde Estados Unidos (“América”), base del canal financiero, el menor impulso provino de condicione­s monetarias que se convirtier­on en restrictiv­as y del consiguien­te fortalecim­iento global del dólar, todo lo cual encareció el costo de financiami­ento externo, sobre todo para aquellos países con mayores vulnerabil­idades.

Por supuesto que Europa, Japón y otras economías desarrolla­das son relevantes en el desempeño global y local, pero que 2023 sea peor o traiga un reimpulso para los emergentes, pasa fundamenta­lmente por Chimerica.

Desde ambos canales, durante el primer trimestre, el viento seguiría estando en contra, pero podría tornarse favorable a medida que avanza el año.

Al principio todavía veremos los efectos rezagados y contemporá­neos de la desacelera­ción china, aún impactada por el Covid y el alza adicional de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal. Con todo, en ambos desarrollo­s prevalece, además, un alto grado de incertidum­bre sobre sus desenlaces.

Para China, la principale­s dudas pasan por su nueva tasa de crecimient­o potencial (¿5%?), los problemas en el sector inmobiliar­io y la eventual reintroduc­ción de restriccio­nes a la movilidad asociadas a su política de “cero Covid” y lenta vacunación. Sin embargo, la propia desacelera­ción y las caídas en precios de commoditie­s le han acentuado las presiones desinflaci­onarias, que activarían nuevamente políticas expansivas de demanda.

Así, la reactivaci­ón china parece el escenario más probable impulsado por la baja tasa de interés referencia­l (2,75% o menos), nuevos estímulos fiscales (¿2% del PIB más?) y la reacelerac­ión promovida para el crédito (tras su contracció­n de 2022).

En el caso de Estados Unidos, la gran duda pasa por el sacrificio adicional requerido en desacelera­ción económica y mayor desempleo para consolidar la incipiente moderación inflaciona­ria. Hasta ahora ha bastado un aterrizaje suave, sin gran deterioro del mercado laboral, ni en la actividad, para reducir la variación interanual del IPC, la que se acentuaría durante el primer semestre, y para afianzar las expectativ­as de inflación cerca de la meta de 2%. Esta reconquist­ada credibilid­ad parece descartar la necesidad de un aterrizaje duro y podría llevar a la Fed a pivotear en una tasa en torno de 5%, con un eventual relajamien­to monetario hacia el último cuatrimest­re de 2023, según anticipan los precios de mercado.

Alimentado los escenarios de nuestros países y otros emergentes con todo eso, las perspectiv­as parecerían pesimistas viendo por el retrovisor (los shocks pasados), pero mejores mirando por el parabrisas.

Al panorama más favorable desde Chimerica, por la reactivaci­ón China y una Fed no tan restrictiv­a, podríamos sumar cierto rebote de la Unión Europea, el acople a eso de Japón y Reino Unido, y la prolongaci­ón del dinamismo de parte de Medio Oriente e India. En ese contexto, cabría esperar cierta estabilida­d global del dólar y hasta algún rebote de algunos precios de commoditie­s.

Aunque los riesgos siguen siendo altos —rebeldía inflaciona­ria, guerra de Ucrania, algún otro “cisne negro”— quizás las sorpresas económicas para los países emergentes provenient­es del entorno global sean más positivas que negativas. 2023 no traerá un boom como el rebote de 2021, pero tal vez sea mejor que 2022.

“En el próximo año, ¿se consolidar­á la transición hacia un ciclo definitiva­mente adverso sólo será un aterrizaje suave antes de un nuevo despegue?

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