Una historia en tres capítulos
Los liderazgos emiten señales visibles y señales invisibles. Las lágrimas de Lula da Silva en el discurso de asunción fue una señal visible de una historia personal con rasgos que evocan a Edmond Dantes, el personaje de Alejandro Dumas.
La señal visible que dio Jair Bolsonaro fue su ausencia en un acto que, aunque formal, es de inmensa profundidad porque exhibe el traspaso que el mandatario saliente hace del mando conferido por el soberano, la sociedad, al mandatario entrante.
Otra señal visible fue la presencia de gobernantes que muestran la totalidad del arco político mundial. Y en ese rubro, hubo posibles señales invisibles de alta significación que mostrarían el perfil del nuevo gobierno.
Es probable que la ausencia de Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Miguel Díaz Canel en la asunción sea un indicador de la nueva política de reconocimiento a todos, pero con menos intensidad y exposición en algunas relaciones.
Está claro que el nuevo gobierno va a restablecer las relaciones con Caracas y las normalizará con Cuba.
Lo que no está claro es que en su tercera presidencia, Lula escenifique la fraternidad ideológica y el amiguismo irresponsable que actuó en sus gobiernos anteriores.
Entre muchas otras, hay una diferencia crucial entre este momento y el que abarcó los dos gobiernos anteriores: ahora no está Hugo Chávez, el exuberante líder venezolano que corría por la izquierda y lograba arriar a los gobernantes de centro y centroizquierda, mientras embestía de frente contra los gobernantes de centroderecha y contra Washington y sus aliados europeos.
Todos estaban invitados. A Maduro le fue levantada a último momento la prohibición de entrar a Brasil por presión de Lula sobre el gobierno saliente, pero es posible que en ese caso, igual que con los presidentes de Cuba y Nicaragua, la invitación haya ido con el pedido soterrado de que no asistan ellos, sino que envíen representantes.
Que el cese de la prohibición que regía sobre el dictador venezolano se haya concretado el día anterior a la asunción, no justifica que haya estado ausente. Para Maduro, estar en Brasilia era de gran importancia. Que no haya estado es posible explicar con una hipótesis: Lula ofreció restablecer las relaciones y también invitarlo al acto de asunción y hacer pública esa invitación, pero pidiéndole que no asista personalmente.
Es una práctica común en la diplomacia. A veces, la jugada sale mal. Hubo un pedido de ese tipo de Vicente Fox a Fidel Castro en la Cumbre Extraordinaria de las Américas realizada en Monterrey en el 2002. El líder cubano cumplió con él pedido de asistir a la cena de inicio, no dar ningún discurso, y regresar de inmediato a La Habana. Pero después lo hizo público en un furibundo ataque al entonces presidentes mexicano.
Es difícil que, carentes de escenarios internacionales donde mostrarse, Maduro, Ortega y Díaz Canel desaprovechen por propia voluntad un escenario como el de Brasilia.
Lula restablecerá las relaciones con todos, pero sin flashes ni escenarios. Ya no está Chávez para empujarlo. Y además, es probable que, el devenir de esos regímenes en calamitosas dictaduras que provocan diásporas bíblicas, ya no le sirvan al líder brasileño para posar de un izquierdismo que en absoluto practicaba en sus anteriores gobiernos.
Lula es agradecido con Alberto Fernández, porque el presidente argentino mostró solidaridad con él cuando estuvo encarcelado. También revitalizará Unasur y fortalecerá Celac. Siempre apostó a espacios integradores sin gravitación de Washington y liderados por Brasil.
Pero es posible que este “Lula toma 3” luzca mejor en los escenarios regionales, entre otras cosas porque ya no está Chávez, el reggiseur de la primera década del siglo 21, montando escenografías para sus sobreactuaciones ideológicas.
Lo que no está claro es que en su tercera presidencia, Lula escenifique el amiguismo irresponsable que actuó en sus gobiernos anteriores.