El Pais (Uruguay)

Una historia en tres capítulos

- CLAUDIO FANTINI

Los liderazgos emiten señales visibles y señales invisibles. Las lágrimas de Lula da Silva en el discurso de asunción fue una señal visible de una historia personal con rasgos que evocan a Edmond Dantes, el personaje de Alejandro Dumas.

La señal visible que dio Jair Bolsonaro fue su ausencia en un acto que, aunque formal, es de inmensa profundida­d porque exhibe el traspaso que el mandatario saliente hace del mando conferido por el soberano, la sociedad, al mandatario entrante.

Otra señal visible fue la presencia de gobernante­s que muestran la totalidad del arco político mundial. Y en ese rubro, hubo posibles señales invisibles de alta significac­ión que mostrarían el perfil del nuevo gobierno.

Es probable que la ausencia de Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Miguel Díaz Canel en la asunción sea un indicador de la nueva política de reconocimi­ento a todos, pero con menos intensidad y exposición en algunas relaciones.

Está claro que el nuevo gobierno va a restablece­r las relaciones con Caracas y las normalizar­á con Cuba.

Lo que no está claro es que en su tercera presidenci­a, Lula escenifiqu­e la fraternida­d ideológica y el amiguismo irresponsa­ble que actuó en sus gobiernos anteriores.

Entre muchas otras, hay una diferencia crucial entre este momento y el que abarcó los dos gobiernos anteriores: ahora no está Hugo Chávez, el exuberante líder venezolano que corría por la izquierda y lograba arriar a los gobernante­s de centro y centroizqu­ierda, mientras embestía de frente contra los gobernante­s de centrodere­cha y contra Washington y sus aliados europeos.

Todos estaban invitados. A Maduro le fue levantada a último momento la prohibició­n de entrar a Brasil por presión de Lula sobre el gobierno saliente, pero es posible que en ese caso, igual que con los presidente­s de Cuba y Nicaragua, la invitación haya ido con el pedido soterrado de que no asistan ellos, sino que envíen representa­ntes.

Que el cese de la prohibició­n que regía sobre el dictador venezolano se haya concretado el día anterior a la asunción, no justifica que haya estado ausente. Para Maduro, estar en Brasilia era de gran importanci­a. Que no haya estado es posible explicar con una hipótesis: Lula ofreció restablece­r las relaciones y también invitarlo al acto de asunción y hacer pública esa invitación, pero pidiéndole que no asista personalme­nte.

Es una práctica común en la diplomacia. A veces, la jugada sale mal. Hubo un pedido de ese tipo de Vicente Fox a Fidel Castro en la Cumbre Extraordin­aria de las Américas realizada en Monterrey en el 2002. El líder cubano cumplió con él pedido de asistir a la cena de inicio, no dar ningún discurso, y regresar de inmediato a La Habana. Pero después lo hizo público en un furibundo ataque al entonces presidente­s mexicano.

Es difícil que, carentes de escenarios internacio­nales donde mostrarse, Maduro, Ortega y Díaz Canel desaprovec­hen por propia voluntad un escenario como el de Brasilia.

Lula restablece­rá las relaciones con todos, pero sin flashes ni escenarios. Ya no está Chávez para empujarlo. Y además, es probable que, el devenir de esos regímenes en calamitosa­s dictaduras que provocan diásporas bíblicas, ya no le sirvan al líder brasileño para posar de un izquierdis­mo que en absoluto practicaba en sus anteriores gobiernos.

Lula es agradecido con Alberto Fernández, porque el presidente argentino mostró solidarida­d con él cuando estuvo encarcelad­o. También revitaliza­rá Unasur y fortalecer­á Celac. Siempre apostó a espacios integrador­es sin gravitació­n de Washington y liderados por Brasil.

Pero es posible que este “Lula toma 3” luzca mejor en los escenarios regionales, entre otras cosas porque ya no está Chávez, el reggiseur de la primera década del siglo 21, montando escenograf­ías para sus sobreactua­ciones ideológica­s.

Lo que no está claro es que en su tercera presidenci­a, Lula escenifiqu­e el amiguismo irresponsa­ble que actuó en sus gobiernos anteriores.

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