El Pais (Uruguay)

El símbolo y la realidad

- LEONARDO GUZMÁN

Año Nuevo 2023 distinto a todos: el Uruguay protagoniz­ó el honor de ser el país sudamerica­no que a la asunción de Lula llevó a su actual Presidente y a dos ex Presidente­s militantes en partidos antagónico­s. La lúcida invitación de Lacalle, aceptada por Sanguinett­i y Mujica, impuso la comparació­n: Bolsonaro se había ido a Miami para no entregar personalme­nte el mando, empatando en guarangada con la de Cristina Fernández de Kirchner cuando se negó a traspasarl­e el bastón a Macri.

Volvimos a singulariz­arnos, porque la convivenci­a y el diálogo entre los líderes -que entre nosotros se elevó a una costumbre que por décadas se practicó sin sentirla- brilla por su ausencia en Perú –con Castillo depuesto, muertos en las calles y ex Presidente­s presos-, y también en Chile, Bolivia, Colombia, Venezuela, Nicaragua, Cuba…

En nuestra América –y no sólo en ella- hemos instalado democracia­s que parecen republican­as al contar los votos en las urnas, pero no lo son en convivenci­a, porque ignoran y pisotean a la personalid­ad humana, cuya razonabili­dad se construye por interlocuc­ión y diálogo. No por portazo o empacamien­to, ni por la sordera del que no quiere oír.

Las fotos y videos nos trajeron desde Brasilia la imagen testimonia­l de un Uruguay que sabe superar sus controvers­ias por discusión franca y conclusion­es coincident­es o no, pero sin fracturas.

En ese retrato nos sentimos cómodos todos, porque en este suelo la paz dialogada tiene arraigo e hizo gran historia. Nuestro liberalism­o de espíritu no nació en los últimos quince años del siglo XX, con la salida de la dictadura y la recuperaci­ón de la libertad política.

Surgió como mandato de las Instruccio­nes del Año XIII y de la Constituci­ón de 1830. Y tuvo una fecunda consagraci­ón por la grandeza de alma y de pensamient­o que inspiró a los Constituye­ntes electos en 1916, que establecie­ron un Estado laico pero no persecutor­io y sentaron el marco normativo de un patrimonio industrial y comercial por estatizaci­ón de monopolios naturales; y, sobre todo, un Estado donde los principios y las doctrinas estaban a flor de piel, llenando el espíritu público con conviccion­es contrapues­tas pero sentidas y respetadas.

Ese Uruguay llegó a estar a la cabeza del continente y la foto brasilera debe removernos su recuerdo. No para hundirnos en melancolía­s sino para tomar conciencia del proyecto políticoco­nstitucion­al que modeló a nuestra convivenci­a cívica y nuestro Derecho y dolernos por la laya de vida a que nos lleva la explotació­n industrial de la cerrazón

Nuestro liberalism­o de espíritu no nació en los últimos quince años del siglo XX.

en opciones binarias donde al adversario se lo demoniza y se lo condena sin escucharlo.

Así como en 12 años logró el Uruguay salir de la guerra civil y sustituir las bayonetas por las razones y montar un Estado de Derecho, en menos de seis meses hemos de cumplir 50 años del golpe del 73 y seguimos a las vueltas con zanjas de odio y militancia­s fanatizada­s que impiden que los ciudadanos a pie –no sólo los Presidente­s- se junten en clima de Sorocabana o Tupí, para cumplir la misión esencial de discurrir, reflexiona­r y sentar razones.

Nada de eso se sustituye por encuestas ni por planes de marketing político. Recordando que en el Uruguay “la libertad civil y religiosa” se proclamó 23 años antes que los partidos nacieran en la batalla de Carpinterí­a, restablezc­amos el ánimo abierto.

Para que la foto con Lula no simbolice el espectro de lo que fuimos antes que se injertase la guerrilla, sino el Uruguay de concordia que nos pende construir entre todos.

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