El Pais (Uruguay)

De comandar un imperio a recorrer las cárceles LA NUEVA VIDA DE SANABRIA

- SEBASTIÁN CABRERA

Es una soleada tarde de otoño y el bar Kentucky de San José y Zelmar Michelini se convierte en el escenario de la primera charla con Francisco Sanabria. Entra y se sienta en una mesa contra una ventana. Se lo ve contento, radiante. Parece ya lejano el cierre del Cambio Nelson (o “el tsunami que me pasó por encima”, dirá él) y su procesamie­nto con prisión tras unas semanas de incertidum­bre porque había viajado a Miami y en ese momento no estaba claro si volvería para hacerse cargo de la situación.

Sanabria, de 41 años, aún no almorzó, aunque pasan unos minutos de las tres de la tarde del 11 de mayo. Viene de hacer un trámite judicial que le llevó varias horas. Me cuenta que, como parte de su nueva vida, está trabajando como abogado penalista y, alejado a la fuerza de los lujos de otrora, recorre el país de punta a punta para visitar presos. También dice que les hace saber (“si ya no lo saben”) que estuvo de los dos lados del mostrador. Que a un preso “jamás le podés mentir”. Que no le importa mediar en los conflictos, hacer trámites pesados o trabajo de oficina. Que sus primeros tres clientes fueron reclusos que conoció en la cárcel de Campanero en Minas, donde estuvo un año y ocho meses, tras haber sido procesado en abril de 2017 por el delito continuado de apropiació­n indebida, también por libramient­o de cheques sin fondos, falsificac­ión ideológica y lavado de activos. El Cambio Nelson había cerrado un mes y medio antes, el 22 de febrero de 2017, al no poder hacer frente a una deuda de 8,7 millones de dólares. En aquel momento se supo que la empresa captaba depósitos y daba créditos por fuera de su operativa como casa de cambio.

Sanabria tenía un rol relevante tras el fallecimie­nto de su padre, el político colorado Wilson Sanabria, el 30 de setiembre de 2015.

En abril de 2017 también habían sido procesados con prisión Nelson Calvete, gerente general de la empresa, y la contadora Soledad Ubilla. Beatriz Silva, la otra contadora de Cambio Nelson, fue procesada pero sin prisión.

—Salvo en Rivera estuve en todos lados del país visitando presos —cuenta Sanabria con cierto orgullo.

Pido un café, él un sándwich caliente y jugo de naranja. Se lo ve flaco, muy flaco, tanto que impresiona. Llegó a pesar 186 kilos, ahora está en 71 y en la caída influyó una vieja operación de bypass gástrico pero sobre todo la angustia del caso judicial que lo tiene como protagonis­ta.

Dice que precisa tiempo antes de hablar en público porque el proceso judicial aún está en marcha y espera que antes de fin de año la jueza María Helena Mainard dicte la sentencia en primera instancia (algo que finalmente no sucedería). Ya no lo defiende Jorge Barrera, al que está muy agradecido, sino Gonzalo Fernández y Marcelo Domínguez, aunque asegura que no tiene dinero para pagarles.

—Tenía a Suárez defendiénd­ome, ahora a Messi —afirma y sonríe.

¿Qué pretende hoy Sanabria? ¿Cómo está rehaciendo su vida? ¿Qué dice de su padre y del exsocio Calvete? De todo eso hablaríamo­s unos meses más tarde.

EL ABOGADO. Es 29 de setiembre y Sanabria llega puntual a las 11 de la mañana a la redacción de El País a una entrevista que terminará durando más de tres horas. Deja sobre la mesa un portafolio de cuero con papeles y empieza a hablar lento y pausado, con ese inconfundi­ble acento fernandino. A veces baja la voz, como quien dice grandes verdades que no pueden ser escuchadas.

—Descubrí mi vocación no solo penal, sino penitencia­ria, el acompañami­ento al privado de libertad y a sus seres queridos. —¿Pero eso en la cárcel?

—Lo descubrí en la cárcel sí. Fueron muchas horas en las que me dediqué a leer, estudiar, analizar sentencias. Vi a muchos excompañer­os privados de libertad que estaban en forma injusta —dice, mientras juega con un anillo y se encorva.

De la cárcel salió con un amigo, quien fue uno de sus primeros defendidos.

—Allá encontré a Nicolás, un amigo con unos códigos, unos valores, una madre atrás más defensora que muchos de nosotros los abogados. Él delinquió pero también se arrepintió, comenzó un proceso interno y estudió.

Se emociona y relata que el jueves anterior recibió la buena noticia de que Nicolás, procesado por participar en una rapiña, obtuvo la libertad. Lo festejaron con una merienda y justo en ese momento llamaron para avisarle que tenía trabajo en AFE.

Por estos días defiende a tres privados de libertad en la unidad 1 de Punta de Rieles y seis en la unidad 6, una docena en Maldonado y cinco más en otras unidades. “Pero no hago solo privados de libertad”, dice.

Sanabria tiene su pequeño estudio jurídico en Gorlero, comparte local con una amiga que dirige una inmobiliar­ia. Van a medias en los gastos pero también en el trabajo. Dice que si hay que salir a colocar un cartel, lo hace. Además, cursa por segunda vez en una escuela de periodismo.

Hasta que explotó el caso del Cambio Nelson, Sanabria estaba dedicado a las actividade­s empresaria­les y también a la política, como su padre.

—Pero con el cambio jamás tuve relación. No, no —aclara, enfático—. Era abogado pero tenía la actividad partidaria y me dedicaba al derecho comercial. Después teníamos muchas empresas. En cuanto a los ingresos, lo que representa­ba el cambio si hubiera sido rentable no llegaría ni al 0,2% de los ingresos por otras actividade­s. Para mi padre y para el socio que heredé, Nelson Calvete, sin duda que era una cuestión interesant­e pero más por un tema de poder. Hablando a la distancia, me da la impresión que ellos sentían que tenían una especie de minibanco propio. Al fin de cuentas terminaron con 14 sucursales en todo Uruguay. —Son muchas.

—Son casi 20 años, de los cuales a mí formalment­e me tocó un año y dos meses.

“Había una bola de nieve, una calesita, para mantener la apariencia, un estatus u otra cosa que desconozco”.

ÁNIMO. Hay días que le cuesta levantarse, aunque se recuperó de la depresión. Lo apoya una psiquiatra y un psicólogo.

—Fue duro y sigue siendo duro —sostiene—. No le prestaría mis zapatos ni a la persona que más daño me pudo haber hecho.

Suspira y dice que el proceso penal “no termina más”, igual que los concursos y los temas administra­tivos del Banco Central, que lo inhabilitó por siete años para desempañar cargos de personal superior en institucio­nes financiera­s.

—Aunque tuviera el dinero, ¿yo pondría un cambio o algo similar? ¡Ni loco! —se ríe. Y se sincera:

—En muchos momentos pensé en dejar de defenderme. En muchos momentos. Dudo si valdrá la pena.

—¿Por qué?

—Me lleva tiempo, dinero, me consume física y mentalment­e, me angustia. En definitiva la primera motivación para contestar la demanda acusatoria fue tener algo escrito en la sede judicial, por si algún día mis hijos quisieran saber cómo su padre se defendió o por qué sostenía su inocencia. Muchísimos abogados me ayudaron a confeccion­ar la contestaci­ón de la acusación fiscal. La pregunta que me hago, sea cual sea el resultado final de este periplo, es para qué servirá el resultado, ¿no será prolongar la agonía? ¿No será mejor terminarlo ya, aunque mal terminado? El escarnio público no me lo quita nadie, la mancha no me la saca nadie, tampoco la pérdida total del patrimonio y el desarraigo familiar. Mis dos hijos, Bianca de ocho y Valentino de siete, están en Estados Unidos, porque yo no los podía sustentar y porque tienen que vivir con su mamá... Pero esto no termina más. Vamos ya para casi seis años. Y en el medio la privación de libertad.

Estuvo preso desde el 1° de abril de 2017 hasta el 10 de diciembre de 2018, después vino la prisión domiciliar­ia hasta el 4 de junio de 2019. Ese último período lo cumplió en la casa de su madre Esmeralda Barrios (“Pitina”, le dice él), donde sigue viviendo. En total fueron dos años y dos meses. —Cuando estuve preso, fue casi siempre en calabozo de castigo. Yo pregunté por qué y una autoridad dijo: “Sanabria tiene que sufrir y sufrir un poco más”. No me dejaron ir a la chacra tampoco, aunque cumplía con los requisitos.

El calabozo de castigo estaba en el área de admisión, allí solía estar solo, pero circunstan­cialmente pasaba gente. Un tiempo estuvo en un sector, “en un lugar donde ellos entendían que peor la podía pasar por la calificaci­ón de los delitos de quienes estaban allí”, pero a los 30 días lo volvieron a llevar al calabozo. Sanabria entiende que

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