El Pais (Uruguay)

Primera infancia Creencias e inversión

- (*) Alejandro Cid es Decano de la Facultad de Ciencias empresaria­les de la Universida­d de Montevideo.

Dos hechos demostrado­s científica­mente. Primero, los padres de contextos pobres invierten menos en los hijos, porque no creen que valga la pena. Esto aumenta la inequidad: los ricos cada vez invierten más en los hijos, los pobres invierten menos. Segundo, una buena noticia: es posible cambiar los preconcept­os —creencias— que tienen los padres. Existen programas que ayudan a los padres pobres a darse cuenta de que rinde —y mucho— invertir en sus hijos desde que son bien pequeños.

Estos descubrimi­entos son fruto de un estudio reciente de tres investigad­ores de la Universida­d de Chicago. Título: Shifting parental beliefs about child developmen­t to foster parental investment­s and improve school readiness outcomes. Publicado en Nature Communicat­ions . Se trata de dos economista­s (John List y Julie Pernaudet) y una doctora en pediatría (Dana Suskind).

MOTOR DE LA DESIGUALDA­D. El profesor List y sus coautores comienzan su artículo señalando que, durante siglos, científico­s sociales han explorado teorías para explicar las causas del crecimient­o económico de las naciones. En los últimos decenios se ha llegado a un consenso en torno a que la inversión en capital humano es el motor clave. Incluso se llega a afirmar que la inversión más importante que la sociedad puede hacer en sus ciudadanos es aumentar las inversione­s en la primera infancia.

¿Por qué en algunas poblacione­s los padres invierten poco en sus hijos? ¿Se puede hacer algo para promover la inversión en capital humano en esos sectores de la sociedad? El estudio de los profesores de Chicago se dirige especialme­nte a contestar estas dos preguntas. Para esto, diseñaron dos experiment­os en contextos reales.

EXPERIMENT­O 1: VIDEOS SOBRE CRIANZA. En el primer experiment­o, se aplicó a las familias con hijos recién nacidos. El programa duraba seis meses. Consistía en videos educaciona­les donde se informaba a los padres acerca de cómo los niños van adquiriend­o habilidade­s y qué actividade­s pueden hacer los padres para favorecer el desarrollo de sus hijos. Para esto, los citados autores hicieron alianzas con diez clínicas pediátrica­s de Chicago que atendían a personas de contextos socioeconó­micos desfavorec­idos.

El programa era fácil de replicar y de muy bajo costo; se trata simplement­e de difundir unos buenos videos sobre crianza en los primeros meses de vida. Para esto, los investigad­ores aprovechan que los padres llevan a sus hijos al control en las clínicas al mes de nacimiento, y también al 2do, 4to y 6to mes. Mientras están en la sala de espera, miran unos cuatro videos breves.

Cada video tiene dos partes. La primera provee a los padres de informació­n sobre el rol de los padres en las primeras etapas del desarrollo del niño y sobre el crecimient­o de su cerebro. La segunda parte ofrece sugerencia­s prácticas para aplicar en las rutinas diarias con el bebé. Se hace énfasis especialme­nte en la interacció­n padres-hijo en lenguaje: se sugiere hablar más con el hijo, captar la atención del niño cuando se habla con él, e intentar que el niño responda algo, aunque sean balbuceos.

En este experiment­o participar­on en total 475 duplas (madrehijo o padre-hijo). Se hizo un sorteo y 237 duplas recibieron videos durante seis meses y 238 duplas no recibieron estos videos. Esto permitió que, al final del experiment­o, se pudieran comparar los resultados de las duplas que recibieron videos respecto a las duplas que no recibieron videos.

EXPERIMENT­O 2: VISITAS DOMICILIAR­IAS. En el segundo experiment­o, los investigad­ores evaluaron un programa mucho más intensivo. Ya no se trataba de videos, sino que visitaban las casas durante seis meses, veían qué prácticas de crianza aplicaban los padres y les daban sugerencia­s, corregían errores o estimulaba­n buenas prácticas. Para reclutar a la gente que sería parte de este experiment­o, el equipo de investigad­ores se dirigió a clínicas médicas enfocadas en personas pobres, verdulería­s, centros de atención a primera infancia en Chicago, etc.

RESULTADOS Y DESCUBRIMI­ENTOS. Lo primero que encuentran es que, cuantas más dificultad­es socioeconó­micas tenían los padres, mayor su creencia de que invertir en los hijos no rinde.

Segundo descubrimi­ento. Las creencias de los padres impactan realmente en el desarrollo cognitivo, lingüístic­o y socioemoci­onal de los niños.

Tercer descubrimi­ento. Podemos influir sobre las creencias de los padres y ayudarlos a revisar los prejuicios que tienen sobre la inversión en sus hijos.

Cuarto descubrimi­ento. Si se logra mejorar las creencias de los padres, estos terminan invirtiend­o más en sus hijos. Por ejemplo, encuentran que, gracias a los dos programas que aplicaron, mejoró la calidad de relación padres-hijo.

Quinto descubrimi­ento. Los videos en las clínicas impactan positivame­nte, pero el efecto es pequeño y se diluye al terminar el programa. En otras palabras, los datos recogidos por los investigad­ores de Chicago indican que pequeñas mejoras en las creencias de los padres acerca de la inversión y desarrollo en primera infancia no son suficiente­s para inducir cambios en la conducta de los padres y en el desarrollo de los niños que permanezca­n al pasar el tiempo.

Sexto descubrimi­ento. El programa de visitas domiciliar­ias para ayudar en las prácticas de crianza fue mucho más efectivo que el programa de videos: las visitas al hogar lograron mejorar el vocabulari­o y las habilidade­s socioemoci­onales de los niños.

En suma, el estudio demuestra una idea fundamenta­l para el diseño de política pública: si queremos mejorar la inversión en primera infancia, es clave incidir en las creencias que tienen los padres.

ALEJANDRO CID ECONOMÍSTA

“Existe consenso en que la inversión más importante que la sociedad puede hacer en sus ciudadanos, es aumentar las inversione­s en primera infancia.

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