¿Violenta agonía del bolsonarismo?
Los sucesos del domingo en Brasil ¿son síntomas de una democracia en descomposición o, por el contrario, son los estertores de un liderazgo autoritario? Aparentemente, se trata de los estertores de un liderazgo autoritario que agoniza de manera truculenta: el de Jair Bosonaro.
¿Por qué estaría agonizante un liderazgo cuyos seguidores pueden realizar semejante movilización violenta? Por el carácter grotesco de la asonada y por el rotundo fracaso del plan lucubrado y financiado en las trincheras bolsonaristas.
Que el ataque a los edificios de los tres poderes estuvo planeado y financiado lo prueban una serie de hechos visibles. Un campamento bolsonarista llevaba más de dos meses estacionado frente al cuartel general del ejército en Brasilia, reclamando a los militares que den un golpe de Estado.
Tal cantidad de gente conviviendo durante ese lapso de tiempo, implica logística y financiación. También tiene un costo el desplazamiento de un centenar de ómnibus, llevando a la capital miles de bolsonaristas desde distintos puntos del país. Ese escuadrón de colectivos repletos de activistas llegaron Brasilia los días inmediatos anteriores, ampliando la multitud que ya estaba acumulada.
La única lógica posible de esa acumulación de gente, era generar una movilización que no sea una más de todas las ocurridas.
Y esa movilización desembocaría, inexorablemente, en un asalto masivo al Congreso, el Palacio del Planalto y la sede del Superior Tribunal Federal cuando el corazón de la república quedara desierto; o sea entre sábado a la tarde y la noche del domingo.
¿Qué se proponían lograr asaltando edificios vacíos? Se proponían convertir Brasilia en un foco de insurrección, contagiando masivas manifestaciones a las demás ciudades, en una espiral de efervescencia que volvería ingobernable el país. En ese escenario de rebelión generalizada, los militares se verían obligados a realizar lo que lleva más de dos meses reclamándole el bolsonarismo exacerbado: un golpe de Estado.
Como el único plan posible era irradiar desde la capital la ola de protestas en todo el país generando el clima que impone el derrocamiento de Lula, y como eso ocurriría entre el mediodía del sábado y la noche del domingo porque así lo sugería el arribo de miles de bolsonaristas en más de cien ómnibus, el gobierno tuvo su propio plan: sacar al presidente de la capital y observar los acontecimientos, hasta entrar en acción contra un delito cometido: el asalto a los edificios públicos. Observando desde afuera los acontecimientos en Brasilia, el gobierno se enteraría si las autoridades del distrito federal estaban a favor del cumplimiento de la ley o eran cómplices del movimiento golpista.
El plan del gobierno implicaba un riesgo muy grande. Si el plan golpista estaba elaborado sobre información correcta, la ola de masivas protestas convulsionando Brasil podía concretarse y, en ese marco, podía partirse el frente militar, apareciendo facciones dispuestas a dar el tan reclamado golpe y encaminando el país a la guerra civil.
Si un plan estaba inteligentemente concebido, entonces el otro era negligente. Pues bien, los acontecimientos prueban que actuaron con negligencia quienes organizaron y financiaron la asonada golpista. El gobierno los dejó venir y ellos avanzaron hacia el abismo político. El gobierno los dejó actuar, y ellos se autodestruyeron.
La ola de protestas que Brasilia debía contagiar al resto del país, no se produjo. Los militares no sólo siguieron negándose a intervenir contra Lula, sino que obedecieron la orden presidencial de desarmar el campamento de los golpistas.
Los activistas más violentos y los cabecillas que marcharon adelante en el asalto fueron detenidos por la policía.
El gobernador del Distrito Federal, Ibaneis Rocha, fue suspendido en el cargo y tendrá que demostrar si su pasmosa pasividad frente a tan predecibles acontecimientos se debe a inutilidad pura y dura, o a complicidad con la violenta asonada.
Si el asalto a los edificios públicos no se hubiera producido, no habría detenciones porque no habría delito. Tampoco se sabría qué funcionarios son confiables y cuáles son golpistas al acecho.
El único triunfo que aún podría obtener la fallida acción golpista, es que Lula lleve la necesaria búsqueda de culpables y responsables, a una cacería de brujas en la cual el extremismo bolsonarista sea la excusa para otro autoritarismo.
Pero eso está por verse. Lo que se vio son los violentos estertores de un liderazgo autoritario.
El gobierno los dejó venir y ellos avanzaron hacia el abismo político. El gobierno los dejó actuar, y ellos se autodestruyeron.