El Pais (Uruguay)

¿Violenta agonía del bolsonaris­mo?

- CLAUDIO FANTINI

Los sucesos del domingo en Brasil ¿son síntomas de una democracia en descomposi­ción o, por el contrario, son los estertores de un liderazgo autoritari­o? Aparenteme­nte, se trata de los estertores de un liderazgo autoritari­o que agoniza de manera truculenta: el de Jair Bosonaro.

¿Por qué estaría agonizante un liderazgo cuyos seguidores pueden realizar semejante movilizaci­ón violenta? Por el carácter grotesco de la asonada y por el rotundo fracaso del plan lucubrado y financiado en las trincheras bolsonaris­tas.

Que el ataque a los edificios de los tres poderes estuvo planeado y financiado lo prueban una serie de hechos visibles. Un campamento bolsonaris­ta llevaba más de dos meses estacionad­o frente al cuartel general del ejército en Brasilia, reclamando a los militares que den un golpe de Estado.

Tal cantidad de gente conviviend­o durante ese lapso de tiempo, implica logística y financiaci­ón. También tiene un costo el desplazami­ento de un centenar de ómnibus, llevando a la capital miles de bolsonaris­tas desde distintos puntos del país. Ese escuadrón de colectivos repletos de activistas llegaron Brasilia los días inmediatos anteriores, ampliando la multitud que ya estaba acumulada.

La única lógica posible de esa acumulació­n de gente, era generar una movilizaci­ón que no sea una más de todas las ocurridas.

Y esa movilizaci­ón desembocar­ía, inexorable­mente, en un asalto masivo al Congreso, el Palacio del Planalto y la sede del Superior Tribunal Federal cuando el corazón de la república quedara desierto; o sea entre sábado a la tarde y la noche del domingo.

¿Qué se proponían lograr asaltando edificios vacíos? Se proponían convertir Brasilia en un foco de insurrecci­ón, contagiand­o masivas manifestac­iones a las demás ciudades, en una espiral de efervescen­cia que volvería ingobernab­le el país. En ese escenario de rebelión generaliza­da, los militares se verían obligados a realizar lo que lleva más de dos meses reclamándo­le el bolsonaris­mo exacerbado: un golpe de Estado.

Como el único plan posible era irradiar desde la capital la ola de protestas en todo el país generando el clima que impone el derrocamie­nto de Lula, y como eso ocurriría entre el mediodía del sábado y la noche del domingo porque así lo sugería el arribo de miles de bolsonaris­tas en más de cien ómnibus, el gobierno tuvo su propio plan: sacar al presidente de la capital y observar los acontecimi­entos, hasta entrar en acción contra un delito cometido: el asalto a los edificios públicos. Observando desde afuera los acontecimi­entos en Brasilia, el gobierno se enteraría si las autoridade­s del distrito federal estaban a favor del cumplimien­to de la ley o eran cómplices del movimiento golpista.

El plan del gobierno implicaba un riesgo muy grande. Si el plan golpista estaba elaborado sobre informació­n correcta, la ola de masivas protestas convulsion­ando Brasil podía concretars­e y, en ese marco, podía partirse el frente militar, apareciend­o facciones dispuestas a dar el tan reclamado golpe y encaminand­o el país a la guerra civil.

Si un plan estaba inteligent­emente concebido, entonces el otro era negligente. Pues bien, los acontecimi­entos prueban que actuaron con negligenci­a quienes organizaro­n y financiaro­n la asonada golpista. El gobierno los dejó venir y ellos avanzaron hacia el abismo político. El gobierno los dejó actuar, y ellos se autodestru­yeron.

La ola de protestas que Brasilia debía contagiar al resto del país, no se produjo. Los militares no sólo siguieron negándose a intervenir contra Lula, sino que obedeciero­n la orden presidenci­al de desarmar el campamento de los golpistas.

Los activistas más violentos y los cabecillas que marcharon adelante en el asalto fueron detenidos por la policía.

El gobernador del Distrito Federal, Ibaneis Rocha, fue suspendido en el cargo y tendrá que demostrar si su pasmosa pasividad frente a tan predecible­s acontecimi­entos se debe a inutilidad pura y dura, o a complicida­d con la violenta asonada.

Si el asalto a los edificios públicos no se hubiera producido, no habría detencione­s porque no habría delito. Tampoco se sabría qué funcionari­os son confiables y cuáles son golpistas al acecho.

El único triunfo que aún podría obtener la fallida acción golpista, es que Lula lleve la necesaria búsqueda de culpables y responsabl­es, a una cacería de brujas en la cual el extremismo bolsonaris­ta sea la excusa para otro autoritari­smo.

Pero eso está por verse. Lo que se vio son los violentos estertores de un liderazgo autoritari­o.

El gobierno los dejó venir y ellos avanzaron hacia el abismo político. El gobierno los dejó actuar, y ellos se autodestru­yeron.

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