El Pais (Uruguay)

Muchos elogios, una objeción

- Nicolás Etcheverry Estrázulas | Montevideo

Terminé de leer “El horizonte”, libro con las entrevista­s a Sanguinett­i y Mujica que elaboraron los periodista­s Ferreiro y Pereyra.

Me dejó, una vez más, el orgullo y la alegría de ser uruguayo.

Hay que agradecer mucho a ambos ex presidente­s y a quienes tuvieron la magnífica idea de hacer esta obra. Porque una vez más, y ya son varias, se da un ejemplo claro de sana democracia, republican­ismo y tolerancia bien entendida en todas sus páginas.

Me atrevo a decir que difícilmen­te se encuentran ejemplos como éste en otras partes del mundo. Que dos personajes que estuvieron en las antípodas de su pensamient­o político e ideológico hayan aceptado reunirse y conversar sobre tantos diversos temas durante esa serie de sesiones es ya un logro. Pero que encima lo hicieran en ese clima de mutuo respeto, buen humor y de franqueza es algo mucho más elogiable, pues demuestra un civismo que brilla por su ausencia en muchas partes del planeta.

Gran parte de los méritos provienen de las preguntas que ambos recibieron en simultáneo y que fueron respondien­do —cada uno a su manera y estilo— con frescura y sinceridad.

Una sola de todas esas preguntas fue la que me llamó la atención y merece mi objeción: En la pág. 205 se le pregunta a Mujica: “Mientras usted estuvo en la guerra ¿se considerab­a un soldado, Pepe?”.

Más allá de la respuesta que dio el interrogad­o, hábil como pocos además para hacerlo, mi objeción es con la pregunta en sí. El señor Mujica Cordano nunca estuvo en una guerra. En todo caso integró una guerrilla que a fines de los años sesenta comenzó a delinquir y cometer actos de violencia durante un régimen que había sido electo democrátic­amente, procurando desestabil­izarlo y tomar el poder por las armas. Ni las recomendac­iones en contra que recibió del propio Che Guevara cuando estuvo de visita por este país, ni el estrepitos­o fracaso que fue el intento de copar violentame­nte la ciudad de Pando fueron suficiente­s para que Mujica y otros guerriller­os desistiera­n de sus propósitos.

En el caso concreto de la pregunta, la responsabi­lidad fue del periodista que la formuló, no de Mujica y su respuesta.

Lo irónico es que el propio interrogad­o, dice un poco más adelante “ustedes, periodista­s, influyen en la educación…” y Sanguinett­i antes había comentado que “tampoco se puede jugar con las palabras”.

Si nos atenemos a las definicion­es, la guerrilla es “una formación militar no organizada en ejército que lucha por motivos políticos con el fin de imponer un determinad­o sistema político, económico y social en un lugar o país.” Eso fue la guerrilla tupamara que surgió en nuestro país entre fines de los años 60 y comienzos de los 70 cuando fue derrotada. No fue Mujica un soldado porque no integró un ejército. Y no surgió esa guerrilla para combatir a la dictadura, sino para desestabil­izar un gobierno electo democrátic­amente.

Cuando se instaló la dictadura, la guerrilla ya había sido derrotada y sus principale­s jefes estaban encarcelad­os. Lo que ocurrió después, con todos sus horrores y violacione­s de derechos humanos es otra historia.

Sostener y reiterar que los secuestros, bombas, asesinatos, saqueos o robos anteriores a la instalació­n de la dictadura, no fueron también una sistemátic­a y persistent­e violación de otros derechos humanos es deformar la historia y atentar contra la verdad.

Aquellas primeras brasas tupamaras trajeron los incendios desatados después.

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