El Pais (Uruguay)

Detrás de los hechos

- ✒ HUGO BUREL

La reciente asonada de bolsonaris­tas en Brasilia ha promovido múltiples interpreta­ciones y los hechos, presentado­s a través de contundent­es imágenes televisiva­s, no admiten dos lecturas. Un gobierno democrátic­o instalado apenas una semana antes, se vio agredido por una horda de militantes coordinado­s y con su acción favorecida por el día elegido —sábado— y la casi nula acción represiva por parte de las autoridade­s. Fue un intento de golpe de Estado con la peculiarid­ad de que no había un líder golpista visible que condujese a esa masa de exaltados.

La turba ingresó al ámbito de los edificios que nuclean los tres poderes del Estado brasileño y procedió dentro de ellos como si aquello fuera la toma de la Bastilla. Daños y destrucció­n de lo que encontraba­n a su paso caracteriz­ó el proceder de los invasores, vestidos con la camiseta de la selección brasileña y envueltos en banderas del país. Una acción similar y a escala latinoamer­icana de lo que sucedió en el Congreso norteameri­cano casi exactament­e dos años antes.

Es obvio comparar a Jair Bolsonaro con Donald Trump, más allá de la mutua admiración que se tienen. También es lógico cotejar los actos de trasmisión de mando cumplidos luego de procesos eleccionar­ios en los cuales el candidato en el poder que aspiraba ser reelecto denunció maniobras de fraude y otras acusacione­s no probadas. También coinciden en su ausencia a la entrega del mando. Hasta se puede afirmar que ambos eventos —que reúnen elecciones, denuncias, ruptura del ceremonial de protocolo y las asonadas respectiva­s— parecen diseñados por una misma estrategia y apuntan a las dos naciones más importante­s de los dos hemisferio­s del continente americano. ¿Será casualidad?

Por lo sucedido en el Congreso, la carrera política de Trump parece extinguida, por lo menos en lo inmediato. En cuanto a Bolsonaro, estar alejado de su país en el momento en que se producía la invasión de sus partidario­s, no lo exime de culpa. Tampoco tuitear que condena los hechos, lava su responsabi­lidad. Él fue el fogonero del estallido con un discurso de odio y desestabil­ización. La misma responsabi­lidad que tuvo Donald Trump. Ahora bien: ¿es lógico considerar esos hechos sin pensar en la posibilida­d de que hayan sido orquestado­s con un designio que trasciende la coyuntura de ambos países?

La globalizac­ión determina que ningún hecho relevante político o económico, bélico o de la naturaleza que sea pueda considerar­se aislado o no conectado con la figura de un tapiz global. No se puede ignorar, por ejemplo, que el Brexit del Reino Unido y el acceso a la presidenci­a de Trump estuvieron vinculados por el modus operandi de la organizaci­ón Cambridge Analytica, que es experta en el marketing de microsegme­ntación y operacione­s a través de redes que difunden ideas de miedo y de rechazo, por ejemplo, a la inmigració­n.

Los dos hechos, que se produjeron en 2016, marcaron un perfil notoriamen­te opuesto a la globalizac­ión y expresaron un retorno al proteccion­ismo, el aislamient­o comercial y la segregació­n y condena al extranjero. A eso se sumó, en el caso de la elección a favor de Trump, la intervenci­ón de hackers rusos que incidieron en el resultado a través de una campaña de desprestig­io a la rival Hilary Clinton. Eso se comprobó. Esa operación no es lo único que explica su derrota, pero habla de una manipulaci­ón clara de un proceso

¿Son todos hechos aislados? ¿No será que estamos en el preámbulo de un conflicto más extendido y devastador?

electoral en la primera potencia del mundo a cargo de un antiguo oponente.

En el caso del Brexit, la torpeza y errores de cálculo del primer Ministro James Cameron, promoviend­o un referéndum que habría de perder, agrega al asunto tanta sospecha como asombro. Unir esas dos moscas por el rabo, el Brexit y el triunfo de Trump nos lleva, si no pecamos de inocentes, a descubrir en esa parte del tapiz demasiados factores extraños que las teorías conspirtat­ivas ya han señalado. Pero cerrarse a ese tipo de miradas para no parecer conspirano­ico es, precisamen­te, lo que quieren quienes están detrás de esa evidente provocació­n de dos hechos políticos críticos en dos países que no deberían equivocars­e.

A propósito de la guerra en Ucrania en curso, el ex presidente Trump y el presidente ruso Putin tuvieron vínculos desde antes que el magnate inmobiliar­io ganase la presidenci­a. Incluso el norteameri­cano ha expresado su agrado por ciertas actitudes de Putin. Hoy, uno está defenestra­do por la Justicia y el estamento político de Estados Unidos a raíz de su responsabi­lidad en la toma del Capitolio el 6 de enero de 2021. Sobre Putin, cuya operación militar en Ucrania ha demostrado ser un fracaso, ya circulan versiones de su posible caída en desgracia por obra de intrigas en el Kremlin.

Mientras tanto,¿hasta cuándo Occidente dejará en manos de la aguerrida y valiente Ucrania el combate al expansioni­smo ruso y su chantaje moral y nuclear? ¿Alguien entiende qué rol juega y jugará China en un escenario que los analistas siguen sin descifrar y mucho menos definir hacia el futuro? ¿Corea del Norte continuará jugando con sus misiles que amenazan el espacio aéreo japonés? ¿Qué pasará con Irán, que abastece de armas a Rusia y por tanto forma parte de la agresión a Ucrania? En definitiva: ¿son todos hechos aislados o configuran una trama que nadie se anima a descifrar públicamen­te? ¿No será que estamos en el preámbulo de un conflicto más extendido y devastador?

Todo lo aludido configura un tapiz de intrincado dibujo y si a eso se le agrega, como ya lo he dicho en este espacio, una pandemia todavía no superada y sin que realmente sepamos cómo surgió, hay que coincidir que el mundo en 2023 es una gran incógnita y un lugar asediado por amenazas de toda índole: catástrofe­s climáticas y bélicas, inflación, crisis económica, energética y alimentari­a y de salud, ausencia de líderes serios y confiables, debilidad de la democracia y avance de los reflejos totalitari­os. Es en este contexto que la idea de implantar un Nuevo Orden Mundial, aludido tantas veces en las teorías conspirati­vas, resurge con la fuerza de aquella aseveració­n de Arthur Conan Doyle ante el desafío de resolver un crimen: “cuando hayas eliminado lo imposible lo que queda, por improbable que sea, es la verdad”.

Los hechos de Brasilia son un eslabón más en la cadena de sucesos que, desde el comienzo de la pandemia, impulsan un cambio político y civilizato­rio mundial del que muchos todavía no tienen conciencia. Como en esos dibujos que se completan al unir los puntos, la figura del tapiz surge inquietant­e una vez que los puntos de este se unen.

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