El Pais (Uruguay)

Crónica de una furia anunciada

- CLAUDIO FANTINI

Las columnas avanzaron hacia Lima despertand­o fantasmas de la historia. Algunos se sugestiona­rán evocando la anarquía que desató en enero de 1881 la derrota frente al ejército chileno en San Juan, Chorrillos y Miraflores, cuando en la capital se desataron saqueos y batallas campales, antes de que la fuerza invasora pusiera bajo control la ciudad. Los errores y la cobardía del dictador Nicolás de Piérola enardecier­on a la población de la capital peruana.

También hoy hay indignació­n con el gobierno. Una furia que creció de manera proporcion­al al saldo de muertes que deja la represión, pero nació en la sensación de que Dina Boluarte se confabuló con las facciones inescrupul­osas que controlan el Congreso para destituir y encarcelar a Pedro Castillo.

Las columnas mayoritari­amente campesinas que avanzaron anunciando “la toma de Lima”, fueron interpreta­das de diferentes modos. Algunos hablan de un plan populista para poner fin al modelo económico que estableció Alberto Fujimori, institucio­nalizó Alejandro Toledo y mantuviero­n en pie Ollanta Humala y Alán García. El indicador de la continuida­d de ese modelo es la permanenci­a del economista liberal Julio Velarde al frente del Banco Central de Reserva desde el año 2006.

Otras miradas describen un avance del populismo filochavis­ta que pretende convertir al Perú en satélite de Caracas y La Habana.

Las apreciacio­nes menos sugestiona­das ven un hartazgo en el marco del cual hay sectores que quieren la renuncia de la presidenta y su gobierno, otros reclaman también la disolución del Congreso, mientras que hay grupos exigiendo una Asamblea Constituye­nte.

Detrás de ese sector está Perú Libre, el partido marxista de Vladimir Cerrón que llevó al poder a Pedro Castillo y Dina Boluarte, pero se peleó con ambos y los dejó sin bancada oficialist­a.

Mientras tanto, germinan teorías conspirati­vas sobre las masivas protestas. Una de ellas apunta a una conspiraci­ón del expresiden­te boliviano Evo Morales.

Está claro que la ola de protestas responde a causas exclusivam­ente internas. En la percepción general, el Congreso es una causa significat­iva de los brotes sicóticos que voltean presidente­s y mantienen al Perú en estado de convulsión. También es lógico que vean en la presidenta a una impostora sin aval popular para gobernar, aunque en términos institucio­nales su legitimida­d sea incuestion­able.

Pero que las causas sean exclusivam­ente internas, no implica que no haya injerencia­s externas buscando sacar alguna ventaja del caos imperante.

Aunque los habitantes de Puno tienen motivos propios para estar en rebelión general, la escalada en esa región sureña podría ser una señal del activismo de Evo Morales en pos de un proyecto geopolític­o que gira en torno a la producción cocalera.

El expresiden­te boliviano lleva tiempo haciendo planes que involucran el sur de Perú, como el establecim­iento de un tren interoceán­ico, que una el puerto de Santos, en Brasil, con la costa peruana en el Pacífico, pasando por el norte de Bolivia.

También está Runasur, palabra compuesta por el término quechua “runa”, que significa hombre, y la sigla Unasu y es el proyecto de una Sudamérica plurinacio­nal articulada por movimiento­s sociales.

En altas esferas políticas de Lima algunos hablan de un proyecto vinculado a la producción cocalera, que incluye fomentar el separatism­o en el sur peruano. Morales desarrolla un intenso activismo en esa parte del Perú. Y Puno es uno de los puntos más visitados.

Esa ciudad situada sobre el Titicaca, como toda la población que rodea el inmenso lago que comparten Perú y Bolivia, es mayoritari­amente aimara.

En aldeas de esa región suelen aplicarse las leyes ancestrale­s de los aimaras, a veces entrando en abierta confrontac­ión con las leyes seculares de ambos países. Ocurrió en Ayo Ayo, departamen­to de La Paz, en el 2004, cuando el alcalde fue linchado por corrupción, en virtud de leyes ancestrale­s. Y hubo casos similares en comarcas peruanas.

El origen étnico de Evo Morales es aimara, lo que podría servirle para promover el separatism­o en el sur peruano. Un proyecto geopolític­o avalado desde Caracas que podría desestabil­izar toda la región.

No está claro que ese plan exista, pero es evidente el activismo del líder boliviano en Perú. Por ese activismo, el gobierno peruano le prohibió el ingreso.

Esa injerencia no justifica la cruenta represión que aplica Dina Boluarte. Lo que hace es agravar la tensión entre Lima y La Paz, que puede empeorar si el presidente boliviano Luis Arce no logra contener al exlíder izquierdis­ta (Evo Morales) que le está disputando el poder en Bolivia.

Es evidente el activismo del expresiden­te boliviano Evo Morales en Perú. Por ese activismo, el gobierno peruano le prohibió el ingreso.

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