El Pais (Uruguay)

La última cacería de una pandilla

Terminó Sky Rojo, una de las apuestas latinas de los creadores de La casa de papel

- BELÉN FOURMENT

Hay parche en el ojo. Drogas y composicio­nes psicodélic­as. Esperanzas de mentira y a lo mejor uno de los nacimiento­s —una, digamos, cesárea— más traumático­s de la historia de la televisión. Hay canciones que seducen más que los bailes de cabaret, villano de caricatura y un montón de imposibili­dades. Sky Rojo, en su tercera y última temporada, es eso: lo surreal al servicio de una trama de acción que le pone punto final a la hermana menor de La casa de papel. Un adiós sin pies ni cabeza que sabe cómo entretener al público y ha sido lo primero y segundo más visto de Netflix en Uruguay en la última semana.

Estrenada en 2019 y presentada como un collage de géneros con tema duro —la trata de blancas— como eje central, la serie fue una de las apuestas iberoameri­canas por excelencia de Netflix. Tenía el argumento como una intención seria, pero nunca logró el equilibrio entre la esencia y la presencia. En la temporada final, esa desigualda­d se nota más que nunca.

Sky Rojo reunió a la dupla creadora de La casa de papel (Alex Pina, Esther Martínez Lobato) con un elenco español y latino. Para este remate y a modo de evidencia de sus ambiciones, hubo un fichaje estelar: el debut actoral de Rauw Alejandro, puertorriq­ueño, cantante de presente exitoso, galán latino y que, con Rosalía, forma una de las parejas favoritas de las redes.

Siguió, a lo largo de 24 capítulos, la aventura de tres prostituta­s que por algunos hechos improbable­s lograron escapar de su proxeneta (Asier Etxeandia), el Romeo infernal de una fantasía que fue todo menos romántica. Al trío temerario lo conformaro­n la española Verónica Sánchez como Coral, la mayor, la líder oscura; la cubana Yany Prado como la ilusa Gina y, como la ruda y más cerebral Wendy, Lali Espósito.

La argentina ha vivido el mejor tiempo de su carrera en los últimos dos años, y Sky Rojo ayudó a posicionar­la en España como una figura individual, ya desprendid­a de antiguos fenómenos crismoreni­anos. Su carismaysu fandom le dieron a la serie un empuje interesant­e.

La temporada final encuentra al trío en plena nueva vida. Tras la última fuga, el aparente triunfo y un robo millonario como para vivir el resto de sus años en paz, montaron una pastelería en zona costera y viven frente a una sede de la Guardia Civil. Están a salvo hasta que una da un traspié, y aunque llevan seis meses alejadas de aquel pasado mortifican­te, empieza otra vez la cacería. Ahora los escenarios son abiertos, el miedo está a la luz del día y hay mayor énfasis en las persecucio­nes, los tiroteos, el despliegue rimbombant­e.

En medio de una búsqueda feroz en aguas abiertas, Gina, con embarazo a término, empieza un trabajo de parto que cambia el curso de los hechos, y que al público le da una escena de esas imposibles de olvidar (y no necesariam­ente por lo bueno).

Después, Sky Rojo avanza frenética, como en una convulsión constante que la hace rebotar entre un rincón y otro, rincones del tiempo (abundan los flashbacks) pero también del tono. Hay un humor que busca descomprim­ir y un montón de decisiones que ni se resuelven ni se profundiza­n y quedan ahí, como el bocado que separa la saciedad del exceso.

Marcha, así, hasta que cierra el telón de un tercer acto que termina con un inevitable gesto de amargura, y un paisaje de campo abierto y dorado que subraya sin sutileza la renovada esperanza. La de las protagonis­tas, la de la historia: para el público no habrá más Sky Rojo, aunque la factoría que parió La casa de papel ya está lista para su siguiente golpe.

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