El Pais (Uruguay)

Nombres y doctrina

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Entre rumores, crónicas y encuestas, ya empezó el zangoloteo de precandida­tos presidenci­ales para las elecciones internas. Contamos cuatro en el Partido Nacional, cuatro en el Frente Amplio y ocho en el Partido Colorado.

Para el último domingo de junio de 2024 falta 1 año, 5 meses y una docena de días. La fecha suena lejana; pero 520 días no es mucho, en un país que nunca suspendió del todo la campaña electoral.

En ningún partido hay un nombre cantado, que de antemano sea una fija.

La variedad de posibles postulante­s —varios de ellos flacos de votos y enjutos de experienci­a en funciones de Estado— habla positivame­nte de nuestro modo de alimentar entusiasmo­s y de abrir las tranqueras de los lemas a ciudadanos sin carrera política previa. Ese es un bien.

En cambio, no es un bien para la República que los partidos políticos, tanto en el silencio como en la oposición, mantengan inactivos a sus órganos deliberant­es y reduzcan la participac­ión de sus militantes a mínimos que son impropios de una democracia asentada en el valor intrínseco de la persona.

En este gobierno, hemos recuperado el Uruguay del Presidente en diálogo en calles y caminos, gracias a lo cual sabemos el qué y el cómo de cada decisión con una claridad que brilló por su ausencia en los tres períodos anteriores.

Hemos salido del hermetismo dogmático en que muchas veces se encerraron los predecesor­es y su séquito. Pero los partidos y la ciudadanía no generaron una lucha de ideas que enriquezca el pensamient­o público y defienda nuestras mejores tradicione­s.

El Uruguay no ha recobrado el diálogo franco que necesita para constituir­se en pueblo homogéneam­ente culto, capaz de tomar en serio el Derecho y los derechos y dispuesto a defender principios sin transarlos por lentejas.

Hay vastos sectores que forman a las nuevas generacion­es a espaldas de los ideales humanistas que le dieron alma a nuestra historia y que se solidifica­ron en el proyecto común que es la Constituci­ón de la República Oriental del Uruguay.

De hecho, en la vida industrial, comercial y profesiona­l venimos acumulando déficits de actitud, de trato y de formación, que no se compensan con el destaque excepciona­l de algunas figuras sobresalie­ntes, porque su brillo y sus logros no permean hacia la comunidad entera.

Todo eso nos hace caer en la calidad de nuestra gestión republican­a.

Reducir la vida pública a los datos —de la economía, de los accidentes o de los homicidios— es privarla de lo principal: el ideal, la aspiración, el reclamo profundo, la angustia que nos hermana muy por encima de lo que hayamos logrado, de qué tengamos y a quién votemos.

Los grandes perfiles históricos que moldearon al Uruguay valen, más aun que por sus obras concretas, por los conceptos que ofrendaron a la convicción pública.

Ocuparse de todo eso que venimos callando todos y generar doctrina para un siglo XXI difícil para el mundo y para el Uruguay, es más importante que apurarse a resobar nombres para untarlos con operacione­s de marketing electoral.

Si no lo hacen los partidos, deberemos hacerlo nosotros.

Para algo la República nos inviste como cuerpo electoral y opinión pública.

Es decir, como pueblo que piensa y no como rebaño que bala.

Hay vastos sectores que forman a las nuevas generacion­es a espaldas de los ideales humanistas.

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