Humo y cambio climático
Seca? Seca, la del 89, muchacho”. Así respondía un amigo radicado hace años en el campo, ante el comentario protocolar de este periodista sobre el tema del momento. Algo que marca la forma entre resignada y paciente con que ve la vida la gente que depende en el día a día de algo tan impredecible y caprichoso como la meteorología. Pero, sobre todo, la gente convive en con la naturaleza.
Esa respuesta tan “zen” al pueblero ansioso porque la clima no se atiene a sus ciclos esperables, contrasta de manera chocante con la sensibilidad actual. Donde el tiempo, antes tema de conversación comodín en ascensores y reuniones, ha cobrado un protagonismo político excluyente. Sobre todo a partir de la preocupación en torno al cambio climático.
Por estos días tiene lugar el Foro de Davos. Un evento que comenzó siendo reunión de empresarios, y políticos, con el fin de intercambiar ideas sobre los grandes temas del mundo. Pero que se ha vuelto un circo mediático, donde la mayoría de la gente va a sacarse “selfies” y a justificar la plata que recibe su ONG.
Este año la cosa realmente ha tocado cotas de ridiculez astronómicas, gracias a las intervenciones de actores de Hollywood, cantantes en declive, jerarcas de la ONU, y números musicales propios de un retiro new age de hippies enriquecidos y acomplejados. Con la predominancia de dos figuras: Al Gore, que insiste con la desaparción de los osos polares que vaticinó hace dos décadas, pese a lo cual hoy su población es mayor que entonces. Y una rubicunda Greta Thumberg, fresca de su escenificado arresto en Alemania.
La “crisis climática” fue el tema central de Davos este año. Y según esos análisis en boga al estilo “nube”, las menciones a la palabra “clima” cuadruplicaron a “guerra”, triplicaron a “geopolítica”, y duplicaron a “energía”. “Recesión”, casi ni figuró.
Es curioso lo que sucede con la causa climática. Sobre todo para los nacidos en los 70 y 80, cuando el paradigma de desarrollo se medía en metros cúbicos de hormigón, y el preocuparse por la extinción de las ballenas, hacía que el abuelo inmediatamente te tildara de comunista.
No sólo por el radicalismo con el que habla gente muy joven, cuya máxima experiencia en la naturaleza es haber visto algún documental de la BBC, y tiene una crisis de nervios si el aire acondicionado sube o baja de los 25 grados. Sino por el nivel de demagogia con el que se apropian del tema muchos políticos.
Mil disculpas a Hernán Sorhuet, y otros amigos que enfocan este tema con la mayor seriedad. Pero cada vez que escuchamos a un político hablar del cambio climático, desde Al Gore a Adrián Peña, el detector de humo empieza a sonar desaforadamente.
No es porque no creamos que pueda haber un proceso de alteración de los ciclos naturales debido a la acción humana. Lo insólito sería que eso no pase. Pero sí por la liviandad con la que se habla de temas extremadamente complejos, y de consecuencias muy serias.
Esta semana pudimos ver en las redes sociales a un economista local, más urbano que el asfalto, querer enseñarle a una productora granjera cómo tiene que hacer su trabajo, y reprocharle no adaptarse al cambio climático. Casi como ver a este señor Guterres de la ONU, hablar frívolamente de la necesidad de poner fin al consumo de carne para “salvar al planeta”. En todo caso será para salvarnos nosotros, porque al planeta no le hacemos cosquillas.
Hoy, existe una industria detrás del cambio climático y de las políticas para su mitigación, que mueve millones y emplea a miles de personas. Y no cualquier persona. Algo que hace pensar que si, por una de esas casualidades de la vida, apareciera una solución milagrosa e inmediata al problema, o resultara que hubo errores en los cálculos catastróficos, sería interesante ver que ocurre con todo eso.
Hace unos días nos hicieron llegar un muy interesante trabajo sobre el impacto previsible del cambio climático en la costa uruguaya. Se llama “La ciudad sumergida”, búsquelo en un sitio que se llama “amenazaroboto” en la web, porque es muy serio y está muy bien presentado. Allí una geóloga argentina de nombre Silvia Marcomini dice una cosa muy interesante. “Me preocupa que los tomadores de decisión usan el cambio climático para no hacer otras cosas. Esconden tras el cambio climático las problemáticas ambientales de contaminación y sobreexplotación de recursos en estas zonas costeras, como desagües cloacales, basurales, urbanizaciones, que no cuidan el equilibrio ambiental de ninguna manera”.
Y es verdad. El cambio climático se ha convertido en una muletilla que sirve para justificar cualquier cosa, para poner la culpa de todos los problemas en otro lado. Pero, sobre todo, para hablar de algo tan grande y tan ajeno, que los problemas cotidianos, esos que sí deberían resolver los dirigentes políticos, parecen cosas absurdas.
En el año 89, tuvimos la oportunidad de ver en carne propia el impacto de aquella seca famosa. La gente de la zona del basalto, regalaba el ganado para no tener que sacrificarlo. Entonces nadie hablaba del cambio climático. ¿A quién se echaría la culpa?