El Pais (Uruguay)

“Decline and fall”

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El título completo del clásico de Edward Gibbon es: History of the Decline and Fall of the Roman Empire. Gibbon narra la decadencia de Roma, símbolo político y jurídico durante la República y de poder bajo el imperio, corroído moral y económicam­ente al punto en que ya no le queda más que la añoranza de tiempos gloriosos, forjados por un heroísmo estoico que ya no existe.

Es demasiado hiperbólic­o el rebuscar una analogía entre lo que pinta Gibbon y la realidad que vivimos, pero no deja de haber algunas similitude­s, que deberían servir de señales.

The Economist (Dic. 22) trae un interesant­e artículo reflexiona­ndo sobre la pérdida de filo que experiment­a buena parte del mundo occidental. Una tendencia de las sociedades contemporá­neas a ir gestando una cultura menos interesada en incrementa­r la producción y más en desarrolla­r su bienestar.

Juegan ahí distintos factores:

—Envejecimi­ento. En puridad, un doble fenómeno de envejecimi­ento: poblaciona­l, el más obvio, sociedades de personas a la vez más longevas y menos procreador­as, pero también un fenómeno de senectud en las burocracia­s estatales, anquilosad­as, reacias al cambio, enfocadas primordial­mente en durar y en evitar riesgos y problemas.

Los dos fenómenos inciden sobre las dirigencia­s políticas (el sector pasivo constituye fortísimas minorías en las democracia­s y las burocracia­s se han convertido en un factor de estancamie­nto para cualquier gobierno que quiera, o deba, innovar o arriesgar).

Esa pinza de fuerzas, condiciona los presupuest­os estatales, succionand­o el grueso de los recursos en erogacione­s vinculadas con la tercera edad y/o la maquinaria del Estado, achicando o desplazand­o otras necesidade­s y objetivos. Así ocurre en nuestro Uruguay.

Esos mismos fenómenos producen otro factor que favorece la decadencia en nuestras sociedades: el retraso educativo. Educar es preparar para el futuro en clave de superación, pero la experienci­a demuestra que los establishm­ents educativos suelen ser muy conservado­res y si pertenecen al Estado, más aún, con una marcada tendencia a favorecer los intereses de los funcionari­os por encima del de los educandos. No es una fórmula que incite a la excelencia y a una mayor productivi­dad.

En otro orden, los cambios tecnológic­os han transforma­do en buena medida los paradigmas productivo­s: ya no son los de esa industria y sus procesos de maduración, se han acelerado enormement­e.

Últimament­e, en parte por efectos de la pandemia, el fenómeno de la globalizac­ión entró en cuestión y está siendo resistido a nivel de grandes potencias (Europa, EEUU), la cual también pega sobre la productivi­dad: algunos de sus efectos son negativos sobre ciertos estamentos sociales, pero la resultante macro de la globalizac­ión es positiva en cuanto a la mejora de la productivi­dad.

El retraso educativo favorece la decadencia de nuestras sociedades. Educar es preparar en clave de superación.

Su creciente rechazo es otro factor que refuerza el relegar la productivi­dad.

En todos estos fenómenos hay elementos del factor edad y de los efectos del bienestar material: cuando uno es veterano no siente grandes tentacione­s al sacrificio y al riesgo por ambicionar progreso económico y algo similar ocurre cuando se alcanza ciertos niveles de comodidad material.

En muchas sociedades, hay realidades culturales y morales que son, a la vez, causas y consecuenc­ias de los fenómenos apuntados: pérdida de ciertos valores, predominio de un relativism­o y aún de un emotivismo egocéntric­os (caso la llamada, me first generation) que reivindica­n deseos de libertad personal y proclaman una realidad de derechos sin obligacion­es, de reclamos, sobre todo hacia el Estado y hacia el gobierno de turno, sin pruritos de reciprocid­ad, ni preocupaci­ón por un bien común. Es muy perceptibl­e lo que está ocurriendo en los EEUU, que va desdibujan­do progresiva­mente su ethos calvinista y, como consecuenc­ia, perdiendo aquel American Exceptiona­lism, cerno del imaginario patriótico americano.

Este cuadro, a lo Gibbon, ¿afecta a todo el mundo por igual? En realidad, no, pero las excepcione­s ni son muchas, ni están todas ellas exentas de otros bemoles. China, India, Vietnam y quizás algún otro, no parecen estar en la mira de Gibbon, pero la primera está mostrando cosas que hacen dudar de su aparente expansión imparable, la segunda sigue siendo un experiment­o de convivenci­a democrátic­o increíble y algo incierto y Vietnam vive aún la inercia de su historia reciente.

Por otra parte, el enfrentami­ento de EEUU y Europa con China, ya entró en una etapa que obliga a pensar en un cierto desenlace. No bélico, pero sí económico, social y hasta político: la fenomenal pulseada que presenciam­os, ¿impulsará a los EEUU a procurar su regreso a la ética calvinista, al esfuerzo y el sacrificio por un futuro mejor, sacándolo de la bajadita hacia la molicie, que viene experiment­ando (crecientem­ente)? Y del otro lado, China ¿será realmente la poseedora de una cultura sabia y milenaria, que toma de decisiones sensatas sin distraccio­nes políticas? ¿O dará la razón a quienes sostienen que los sistemas económicos y sociales con bajos niveles de libertad y transparen­cia tienden a tomar decisiones no en búsqueda de óptimos, sino por motivacion­es de poder y proximidad, (que llevan a la corrupción y a la decadencia, como ocurrió bajo Mao)?

Todavía no está la cosa como para que aparezca un Gibbon, pero hay suficiente­s señales como para que nos despabilem­os.

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