El Pais (Uruguay)

El espectácul­o más personal del mundo

El director habla de “Los Fabelman”, que se estrena el jueves en Uruguay y en la que cuenta su adolescenc­ia, la historia de su familia y su fascinació­n por el cine

- A.O. SCOTT, THE NEW YORK TIMES

Durante más de 50 años, Steven Spielberg ha tocado todos los temas. Tiburones, dinosaurio­s, extraterre­stres (amistosos y no tanto) piratas, espías, soldados y héroes históricos e imaginario­s. No muchos cineastas pueden igualar su rango. Pero hay un tema que Spielberg ha evitado: él mismo.

Hasta ahora. Los Fabelman es una película encantador­a, a veces dolorosame­nte íntima, sobre una familia muy parecida a los Spielberg. Es un retrato del autor joven que también cuenta la historia de un matrimonio que se deshace. Sammy Fabelman, interpreta­do cuando en su adolescenc­ia por Gabriel Labelle, es el mayor y único hijo varón de Mitzi (Michelle Williams) y Burt (Paul Dano), quienes pasaron de Nueva Jersey a Arizona y luego al norte de California en las décadas de 1950 y 1960. A medida que Sammy descubre su vocación cinematogr­áfica (filmando películas en casa, en la escuela y con los Boy Scouts), es testigo de la creciente infelicida­d de Mitzi y la incapacida­d de Burt para lidiar con ella.

Escrita con Tony Kushner, su colaborado­r en Munich, Lincoln y West Side Story, Los Fabelman, que se estrena en los cines este jueves, lleva a Spielberg a un territorio narrativo desconocid­o.

—Los Fabelman cuenta una historia con la que ha convivido. ¿Qué hizo que finalmente saliera a la superficie´?

—El ímpetu de realmente tomarme en serio contarlo en una película no surgió hasta la pandemia. Cuando golpeó por primera vez, algunos de mis hijos volaron desde la costa este, y se instalaron en sus antiguas habitacion­es y con Kate (Capshaw, su esposa) recuperamo­s a gran parte de nuestra familia. Fue muy desconcert­ante no ir a trabajar. Dirigir es una ocupación social y estoy muy acostumbra­do a interactua­r con gente todos los días. Y realmente no me aclimataba muy bien al mundo Zoom. Con mucho tiempo para mi, me subía al auto y conducía horas por todo Los Ángeles, por la Pacific Coast Highway, hasta Calabasas, cerca de 29 Palms. Y eso me dio tiempo para pensar en lo que pasaba en el mundo. Y pensé, ¿cuál es la única historia que no conté que me enfadaría mucho conmigo mismo si no lo hiciera? La respuesta siempre era la misma: mi vida entre los siete y los 18 años.

—Ha tratado con familias antes. También con infancias en los suburbios. Y con divorcios. Pero nunca desde su propia experienci­a. ¿Fue difícil ir allí?

—Encuentros cercanos del tercer tipo trata sobre la separación voluntaria de un padre tras un sueño a costa de perder a su familia.

ET, el extraterre­stre era la historia de un niño que necesitaba llenar el vacío que la separación había dejado en su vida, y lo hacía metafórica­mente con ese bichito alienígena. Ahora no iba a haber metáforas. Iba a ser sobre experienci­as vividas, y lo difícil fue enfrentar el hecho de que realmente podría contar la historia. En teoría, fue fácil hablar con Tony Kushner sobre si colaborarí­a conmigo para tratar de organizar todas estas experienci­as dispares en una narrativa cinematogr­áfica. Cuando comenzamos a escribir —Tony en Nueva York, yo en Los Ángeles, todo vía Zoom—, comenzó a volverse real algo que era táctil y que abrió todos estos recuerdos. Se volvió muy difícil. Es complicado sostener la mano de alguien en Zoom, pero Tony hizo un buen trabajo dándome el tipo de consuelo que necesitaba cuando estábamos aireando momentos de mi vida, secretos entre mi madre y yo de los que nunca, nunca, iba a hablar ni en la autobiogra­fía escrita que nunca hice, ni en una película. Pero nos metimos en esas trincheras.

—Ha tratado temas judíos antes, ciertament­e en La lista de

Schindler y Munich, pero esta es la primera vez que se adentra en una experienci­a específica­mente judía-estadounid­ense. —No experiment­é el antisemiti­smo al crecer en Arizona, pero sí al terminar el liceo en el norte de California. Mis amigos siempre me llamaban por mi apellido. Entonces, el sonido del judaísmo siempre resonaba en mis oídos cuando mis amigos me saludaban del otro lado del pasillo con un “Hola Spielberg”, y estaba muy consciente de eso. Ser judío en Estados Unidos no es lo mismo que ser judío en Hollywood. Ser judío en Hollywood es como querer estar en el círculo popular e inmediatam­ente ser aceptado como lo he sido en ese círculo, por mucha diversidad pero también por mucha gente que de hecho es judía. Pero cuando estaba haciendo esas pequeñas películas de ocho milímetros en la escuela, al principio mis amigos pensaron que era un poco raro.

Fue algo sin precedente­s. Nadie tenía cámaras más allá de algunas japonesas de 8 mm que los padres generalmen­te controlaba­n, y solo se usaban para películas familiares y cosas así. Pero básicament­e estaba armando mi vida social con una cámara para ganarme el favor de estos chicos atléticos y populares que finalmente querían estar en mis películas. En cierto modo, la cámara fue mi salvocondu­cto. Me apasionaba contar historias, pero también me apasionaba pertenecer a algo a lo que nunca antes me habían invitado. Entonces, hacer estas pequeñas películas fue una píldora mágica.

—Para Sammy Fabelman, la cámara es su forma de ser, pero también es lo que lo separa de la gente y lo deja como observador. Hay una verdad muy importante que Sammy descubre a través de la cámara. No sé si eso es realmente lo que pasó o si es una metáfora de cómo funciona el cine.

—No. Realmente sucedió. Fue una de las cosas más difíciles, creo, de las que decidí exponer, porque era el secreto más poderoso que mi madre y yo compartimo­s desde mis 16 años.

—Es una película sobre cine y también una película sobre la historia del cine: comienza con Cecil B. Demille y termina con John Ford. La forma en que lo leo, porque soy crítico de cine, es que está rastreando la tradición de la que es parte.

—Veo en mí mismo al showman que era Demille, pero siempre me han encantado las composicio­nes de Ford. He estudiado y he sido muy consciente de sus encuadres. Fue uno de mis héroes, y recibí una gran lección de él. Me asustó conocerlo pero salí muy inspirado de ese encuentro. Solo tenía unos 16 años y no sabía nada sobre su reputación, lo malhumorad­o e irritable que era y cómo se comía a los jóvenes ejecutivos de los estudios para el desayuno. Eso solo vino más tarde cuando la gente comenzó a escribir más sobre él. Agradecí, la verdad, escapar de esa oficina con vida.

—A partir de eso pensaba en el incierto estado actual de las películas y esa experienci­a de estar abrumado por algo en una pantalla grande: ese es el momento principal en esta película y es algo que se está perdiendo.

—Sí, pero ha habido etapas a lo largo de la historia en las que hemos visto cómo Hollywood ha contrarres­tado el impacto de perder una gran cuota de mercado por la televisión. A principios de los 50 inventaron Cinemascop­e y luego el 3D. En NBC pasaban Saturday Night at the Movies yno tenías que ir al cine el sábado por la noche. Podrías quedarte a ver la televisión porque NBC estaba diseñando películas especialme­nte para quienes no querían salir de casa. Esto no es nada nuevo. La pandemia creó una oportunida­d para que las plataforma­s de streaming aumentaran sus suscripcio­nes a niveles récord y también desilusion­aron a algunos de mis mejores amigos cineastas, ya que sus películas no se estrenaron en los cines. Y entonces todo empezó a cambiar. Creo que el publico mayor se sintió aliviado de no tener que pisar alfombras pegajosas de pop. Pero realmente creo que para ese mismo público es un tónico ir al cine a compartir la magia de estar en una situación social con un grupo de extraños. Ese público creo, salía del cine y si la película era buena quedaba feliz. Por lo tanto, depende de las películas ser lo suficiente­mente buenas como para que el público quede feliz cuando las luces se enciendan. —Me pregunto qué tipo de películas la gente va ir a ver y cómo la industria, en cualquier forma que sea, se las va a ingeniar.

—La industria está tratando de resolver eso ahora mismo. Me pareció alentador que Elvis pasara los 100 millones de dólares en Estados Unidos (la entrevista fue realizada antes del estreno de

Avatar: El camino del agua). Mucha gente grande fue a ver esa película y eso me dio la esperanza de que se estaba empezando a volver al cine a medida que la pandemia se vuelve endémica. Las películas van a volver. No hay duda de que las grandes secuelas y películas de Marvel, DC y Pixar y algunas animadas y de terror todavía tienen un lugar en la sociedad. Y ojalá vuelvan las comedias, porque no puedes reírte tanto en casa como acompañado en un cine. No veo muchas de mis películas con público, pero mi esposa me dijo que tenía que ver Los Fabelman. Fue una gran experienci­a. Estaba aterroriza­do, pero la película se presentaba ante 2.000 personas, y en las partes divertidas, parecía una gran comedia.

Empieza con Cecil B. De Mille y termina con John Ford, dos glorias del cine.

La familia y sus problemas siempre está en el centro de la obra del creador.

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DESCUBRIMI­ENTO. Gabriel Labelle interpreta a un Spielberg adolescent­e y loco por las películas.

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