El Pais (Uruguay)

La “Disneyland­ia” del kirchneris­mo

El diario La Nación hace un análisis inspirado en una expresión del presidente Lacalle Pou

- HÉCTOR M. GUYOT, LA NACIÓN (GDA) / BUENOS AIRES

Una cosa es desplegar el simulacro en la propia casa y otra muy distinta es exportarlo. La Argentina del kirchneris­mo vive en un Truman Show permanente alentado por actores instalados en el territorio de la ficción.

En ese escenario, a muchos nos ha tocado ser involuntar­ias figuras de reparto a las que el cartón pintado de una utilería berreta no alcanzaba a engañar.

Fuimos, durante años, parias de la felicidad nac&pop. Justo ahora, cuando la escenograf­ía se resquebraj­a y el guión vira al grotesco, al kirchneris­mo se le ocurre salir de gira.

Ocurre que aquí el público va mermando y no hay con qué sostener la puesta en el preciso momento en que el elenco a pleno ensaya las piruetas más exigentes para salvar a la diva. Como sea, la obra no convence a los de afuera.

No previeron que, a ojos extranjero­s, la realidad sigue siendo lo que es. En escenarios más amplios, como la ONU y la Celac, el simulacro no prende. Fueron por aplausos, pero tras el papelón recibieron duras críticas.

Un error de cálculo: le pidieron demasiado a un público no preparado. El secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragall­a, viajó a Ginebra para convencer a las Naciones Unidas de que Cristina Kirchner es víctima de una persecució­n por parte de la Justicia justo cuando el kirchneris­mo monta aquí la farsa de un juicio político a los miembros de la Corte Suprema. Es mucho.

Los juicios por corrupción a la vicepresid­enta “violan las garantías fundamenta­les del Estado de Derecho”, esgrimió Pietragall­a, mientras sus compañeros de la Cámara de Diputados fogonean un golpe institucio­nal para acabar con la división de poderes.

Es la apelación clásica al efecto espejo: adjudico al otro el pecado que cometo. Fuera de las fronteras del país, donde la ley de gravedad sigue vigente y no hay relato para apuntalar los trucos, eso no funciona.

El secretario fue a Ginebra a meter un gol y volvió con la canasta llena: la ONU le pidió a la Argentina que “asegure la plena vigencia del Poder Judicial y la independen­cia de los jueces”, en tanto la delegación alemana habló de “presiones e intimidaci­ones” y criticó la “injerencia política sobre el sistema judicial”.

No le bastaron al kirchneris­mo las condenas previas en este sentido de Human Rights Watch y los Estados Unidos.

Igual de desorienta­do se lo vio a Alberto Fernández durante la reunión de la Celac. En este caso, la audiencia extranjera viajó al país del Truman Show. Sin embargo, eso no alcanzó para que todos los invitados entraran en el juego del engaño, donde, a golpe de discurso, lo negro de pronto es blanco y las autocracia­s más retrógrada­s –incluso las dictaduras– pasan por democracia­s ejemplares en riesgo, asediadas por los demonios de “la derecha recalcitra­nte y fascista”.

Lo dijo nuestro presidente, que no por nada confundió, al dar por abierto el encuentro, a la Celac con la Cumbre de las Américas.

Siempre hay alguien que pincha el globo. Literal. El presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, fue directo. Mucho blablá sobre el respeto a la democracia, las institucio­nes y los derechos humanos, señaló, pero hay países aquí que no respetan ninguna de estas tres cosas. La referencia a Cuba, Venezuela y Nicaragua fue inequívoca. No sabemos si estaba pensando en algún otro país.

“Parece Disneyland­ia”, dijo después, cuando le preguntaro­n sobre la condición de “hermano menor” que Sergio Massa le adjudicó a Uruguay. Más que a los dichos del ministro de Economía, sospecho que Lacalle Pou se refería al escenario que encontró en el país anfitrión. Y sí, el kirchneris­mo quiere exportar “Disneyland­ia” al mundo y así le va.

Gabriel Boric, el presidente de Chile, también rompió el clima de “club de amigos ideológico­s” (Lacalle dixit) que quiso imprimirle Fernández a la Celac.

Le exigió a la Nicaragua del dictador Daniel Ortega que liberara a los presos políticos. Y lo hizo desde la izquierda, o acaso desde una centroizqu­ierda que respeta los presupuest­os y valores de la democracia republican­a que garantizan el diálogo y la alternanci­a, ubicados en un centro del espectro ideológico en el que han de coincidir todas las expresione­s políticas, si lo que se quiere es preservar la salud del sistema.

Pietragall­a y Fernández no fueron los únicos desorienta­dos de la semana. Cristina Kirchner, en su desesperad­o intento de darle alguna consistenc­ia a su denuncia de lawfare, no encontró el camino para llegar a la foto con Lula. Y el gesto de involuntar­ia soberbia de Massa, agrandado ante Uruguay, también refleja desubicaci­ón. Más grave que ese exabrupto, sin embargo, es su aval silencioso al juicio político a los miembros de la Corte, que se traduce en los votos de sus diputados para llevar la farsa al recinto de la Cámara.

Obligado por el pacto de origen, parece dispuesto a provocar el daño para no perder el favor de su socia y una posible candidatur­a. Con inteligenc­ia, la oposición se propone citarlo como testigo en la comisión. En un alarde de pragmatism­o, tendrá que defender lo indefendib­le. Nada nuevo. Sería el aporte de un racional, como muchos insisten en verlo, a la Disneyland­ia del kirchneris­mo.

AL FIN LLUEVE. En otro orden de temas, siempre en Argentina, otra nota de La Nación advierte que en las últimas horas comenzó a llover en la región agrícola núcleo y en gran parte del área los registros superaron los 30 milímetros.

En ese contexto, los especialis­tas señalan que se afianza la posibilida­d de una mejora en la situación crítica de los cultivos de verano afectados por la sequía. Así, junto con las lluvias del fin de semana pasado, se suma una nueva señal de normalizac­ión de los índices de precipitac­iones.

Esto, en un contexto en el que según el último informe de la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR), el 97% de la región núcleo aún sigue en condición de sequía y reservas escasas.

“El kirchneris­mo quiere exportar Disneyland­ia al mundo y así le va”.

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REUNIÓN. Los presidente­s Luis Lacalle Pou y Alberto Fernández se saludan en la Cumbre de la Celac.

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