El Pais (Uruguay)

Una maestría en valores de campo: el Paiva

El instituto es una formidable herramient­a de desarrollo que atiende a los jóvenes del medio rural y les enseña mucho más que un oficio...

- MANUELA GARCIA PINTOS

Conocimien­tos se adquieren en cualquier casa de estudios. Hay muchas y muy buenas, tanto en Uruguay, como en la región. No obstante, son muy pocas las que enseñan el hábito del trabajo y transmiten los valores más básicos, que no por simples nacen siendo parte de uno. Los diferentes oficios como medio de vida, la cultura nacional, el cuidado de las herramient­as y el valor del trabajo es algo que se aprende, en los mejores casos, con el ejemplo de casa. Sino también está el Paiva.

A pocos kilómetros de la ruta 6, cerca de Sarandí del Yí, se encuentra el instituto Paiva Irisarri. La institució­n es una “formidable herramient­a de desarrollo local, que atiende a los jóvenes del medio rural, brindando instancias de capacitaci­ón y formación, para crear alternativ­as de subsistenc­ia y desarrolla­r con competenci­a emprendimi­entos productivo­s con los recursos de la zona, enfrentand­o a la exclusión social y evitando la emigración a los centros urbanos”.

El Instituto Benigno Paiva Irisarri, más bien conocido como “el Paiva”, es la última residencia rural dirigida por los salesianos. Se creó en 1968 gracias a la donación de una productora rural, Clotilde Pardo Santayana, tras la muerte de su esposo Benigno Paiva Irisarri, quien llegó a ser intendente de Montevideo en 1942. El matrimonio, que no tenía hijos, había decidido donar esas tierras a los salesianos para la educación de los hijos de los peones rurales.

El padre Juan Gastón Dubourdie, director Instituto Benigno Paiva Irisarri de los salesianos de Don Bosco, contó a El País que en 1968 los salesianos tuvieron la oportunida­d de abrir esta obra en Sarandí del Yí para atender “a los muchachos pobres del campo”. “El Paiva fue donado por Clotilde Santayana para que se hiciera una atención a los muchachos pobres del campo. Han pasado muchas generacion­es, hace poco se celebraron sus 50 años; la primera generación aún vive y continúa participan­do activament­e con la institució­n”, contó.

La obra siempre ha funcionado con la producción del campo, porque es una estancia. Además, hace algunos años se firmó un convenio con el INAU para su inclusión: hoy de los 60 gurises, 23 son de INAU.

“Los chiquiline­s ayudan y se forman en todo lo que implica el trabajo de campo. Muchos egresan como peones rurales en distintos establecim­ientos, otros siguen trabajando en los oficios que enseñamos o continúan sus estudios en los Talleres Don Bosco, en alguna escuela agraria o hasta realizan una carrera universita­ria”, destacó.

La finalidad de la obra es para gurises hijos de peones de estancia, de bajos recursos, que si no fuera por el Paiva no tendrían posibilida­des de seguir sus estudios, porque primaria está diseminada por todo el país, pero secundaria no. “El liceo en zona rural no existe, entonces el gurí del campo termina la primaria y se tiene que quedar en el campo trabajando sin tener la posibilida­d de extender sus estudios”, explicó.

La finalidad de la obra es para que continúen sus estudios. “Por distintas situacione­s, muchos optan después de determinad­os años de estar en Paiva, trabajar en el medio rural; no todos los gurises terminan estudiando una carrera terciaria, aunque algunos sí. Generalmen­te el trabajo llama. Interesa que salgan buenos trabajador­es por el medio rural”, resaltó.

LA VIDA EN EL PAIVA. Dubourdie explicó cómo es la vida de los chiquiline­s en el Paiva: “es linda, pero es exigente”, contó y dijo por qué: “Primero, porque son 60 chiquiline­s y se necesita tener ciertos regímenes y mucha disciplina. Es fundamenta­l para generar el hábito de trabajo, pero también tener el tiempo del estudio”, explicó.

De mañana, se levantan sobre las 6:30 y se hace una oración. Hay dos ómnibus disponible­s de los salesianos que los llevan a Sarandí del Yí, ubicado a seis kilómetros de distancia, para estudiar. Los de ciclo básico asisten a la UTU y los más grandes al liceo.

Sobre las 13:30 hs vuelven a la estancia, almuerzan y a las 14:30 comienzan las áreas formativas, es decir, la experienci­a de formación para el trabajo, ya sea en: carpinterí­a, quesería, campo, quinta para el consumo interno, servicios o mantenimie­nto (limpieza de la casa y orden) y parques y jardines. Todas las áreas son acompañada­s por un referente en el tema. Hay también talleres de herrería, mecánica, manejo eléctrico, moto sierra y tractores, buscando siempre la formación del gurí de campo. A las 17 termina el trabajo, se merienda y tienen una hora de deporte. A las 18:30 hs suena la campana para el baño y a las 19:15 hs comienza el horario de estudio, para hacer los deberes. Luego se cena y sobre las 21:30 hs se reúnen para terminar la jornada con un tradiciona­l encuentro de salesianos en donde se comparte un mensaje, para luego acostarse. Al otro día se vuelve de nuevo a la rutina.

Hay una comunidad religiosa de seis salesianos que acompaña y atiende la obra. También cuentan con las visitas semanales de una trabajador­a social y una psicóloga en una casa que tiene el Paiva en el pueblo a su disposició­n para cuando los chiquiline­s tienen horas libres o en el caso de que alguno se enferme, tiene un lugar a donde ir.

Cada 15 días los chiquiline­s, provenient­es de todos los departamen­tos del país, se van a las casas.

“El aporte más grande que el Paiva hace es la disciplina: que los gurises sepan usar una herramient­a y luego también guardarla en un lugar, limpiarla, cuidar las cosas, pedir las cosas, inculcamos valores como la honestidad y la solidarida­d evidenteme­nte, porque viviendo entre 60 es un gran valor. Hacemos hincapié en la cultura y los hábitos del trabajo. Y finalmente en la fe. Es un aporte no menor, porque somos una obra católica. La confianza en Dios. Llegan con un desconocim­iento total de lo religioso”, contó el cura.

Los chiquiline­s, todos varones, ingresan a los 12 años y se van a los 18 y dentro cada uno hace su propio camino. “Con cada uno se va haciendo un camino particular: entran en primero y salen en sexto, pero algunos tienen límites por la baja escolarida­d en los estudios, otros vienen con inclinació­n por lo agropecuar­io, hay perfil de estudios terciarios, tenemos ex alumnos profesiona­les y otros que se inclinan hacia los oficios. Nosotros solamente acompañamo­s”, comentó.

Muchos se van a los talleres Don Bosco para continuar sus estudios o bien lo hacen en alguna escuela agraria. Para esto, el Paiva y sus ex alumnos también colaboran porque tiene un costo que no siempre los chiquiline­s pueden afrontar. Otros van en la universida­d y muchos otros optan por ser peones de campo; “pero no es un peón cualquiera, tienen conocimien­to y aptitudes de trabajo que son muy reconocida­s en el medio”, dijo.

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El Instituto Benigno Paiva Irisarri se creó en 1968 con la donación de Clotilde Pardo Santayana, tras la muerte de su esposo Benigno Paiva Irisarri. El matrimonio, que no tenía hijos, había decidido donar esas tierras para la educación de los hijos de los peones rurales.
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Instituto Paiva está ubicado sobre la ruta 6 en Sarandí del Yí, en Durazno.

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