El Pais (Uruguay)

Las sombras de una tragedia

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árboles atravesand­o las calles, personas que lloraban ensangrent­adas y otros que corrían gritando sin poder creer lo que veían. La anciana reconoció a una vecina y se abrazó a ella para llorar desconsola­da.

Ese mismo día internaron a su esposo y parecía que un mes después se había recuperado. El tornado levantó al señor por los aires y al bajar se pegó en la panza contra la punta de una mesa, luego los escombros lo aplastaron y esto produjo una hemorragia severa. A los tres meses del tornado, falleció. El hombre no tenía ningún problema de salud, salvo por la artrosis que le impedía caminar, y ella asegura con la voz entrecorta­da que él hoy estaría vivo si no fuera por esa desgracia.

“Estuve 30 años casada con él y cuando murió fue un alivio para mí porque lo veía sufriendo. Yo soy muy fuerte y soy realista, sabía que cada vez iba a empeorar más y lo asumí”, dice Amanda. “No me achico”, resume la mujer que solo le teme a las tormentas eléctricas.

SOBREVIVIE­NTES. Todos los residentes de Dolores repiten lo mismo: podría haber muerto mucha más gente. Como dicen, fue una desgracia con suerte, porque al ver el estado en que quedó la ciudad a las 16:23, cuando el tornado ya se había ido, todos pensaron que había decenas de muertos.

Al calmarse el viento, madres y padres corrieron por la ciudad en busca de sus hijos y otros pidieron auxilio para que los ayudaran a rescatar a quienes estaban atrapados debajo de los escombros. Pero este tornado tuvo una particular­idad. Algunas de las personas que se encontraba­n trabajando en el centro de la ciudad fueron lo más rápido que podían hasta sus casas para ver cómo estaba su familia y descubrier­on que su viviendas estaban intactas y sus hijos ilesos. El tornado tocó ciertos puntos de Dolores porque fue en una dirección específica, y allí ocurrieron los destrozos.

Uno de los sectores afectados fue la intersecci­ón en donde se enfrentan cuatro comercios: el icónico restaurant­e El Retorno, la mueblería Andriolo, el almacén El milagro y la tienda de ropa Urban Haus. Gloria Rodríguez, dueña del comercio de muebles y electrodom­ésticos, acababa de llegar de comprar un café cuando sintió que el viento era cada vez más potente y decidió hacer fuerza para cerrar las puertas de vidrio de su local. Pero no lo logró, el viento las abrió de golpe y segundos después explotaron.

Las empleadas corrieron para esconderse en la parte trasera del comercio y la mujer se cubrió la espalda, pero los vidrios le llegaron a cortar su cara. “El techo se voló como una chapita de Coca Cola y los electrodom­ésticos y colchones se desparrama­ron unos arriba de otros en el centro de la tienda. Esto era todo una guerra”, cuenta la propietari­a.

Gloria se fue caminando al sanatorio chorreando sangre. Sus manos y ropa estaban teñidas de rojo, pero no le dolía el cuerpo. “¿Qué más te puedo decir?”, dice ella y Fabiana, una de las empleadas, la interrumpe: “Que estamos vivas”. Sus ojos se humedecen y le tiembla la boca. Llora en silencio mientras su patrona continúa rememorand­o el desastre.

Cuando Gloria salió de la tienda se encontró con el dueño del almacén de enfrente, que estaba sentado en la vereda y se sostenía la cabeza descreído de lo que acababa de vivir. Lo habían rescatado de debajo de los escombros, el techo de su comercio se le había caído encima porque no alcanzó a correr al baño de atrás a diferencia de su esposa. Hoy los dos atienden, con gran calidez, un pequeño almacén que decidieron nombrar “El milagro”.

El día de la tragedia, Inti Torres, el mozo de El Retorno, estaba saliendo del local porque había terminado su turno y dio la vuelta a la manzana donde estaba su auto estacionad­o hasta que se dio cuenta de que le faltaba la matera y volvió al restaurant­e. Así, salvó su vida. Minutos después, el tornado golpeó el comercio y cinco personas murieron en Dolores.

“El techo se voló como una chapita de Coca Cola”, recuerda Gloria.

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SIN PERTENENCI­AS. Gimnasios y escuelas por donde no había pasado el tornado se llenaron de personas que ya no tenían dónde dormir porque sus casas ya no existían.
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