El Pais (Uruguay)

Caso para la historia

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Por primera vez en la historia, un expresiden­te de Estados Unidos ha sido acusado de cargos penales. Vale la pena hacer una pausa para repetir eso: por primera vez en la historia un presidente estadounid­ense ha sido acusado de un delito.

Han ocurrido tantas cosas impensable­s desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca en 2016, se han cruzado tantas líneas inviolable­s, tantos eventos inimaginab­les han conmociona­do al mundo, que es fácil perder de vista cuán asombroso es este momento en particular.

A pesar de todo el enfoque en los detalles desagradab­les del caso y su impacto político, la mayor noticia es que Estados Unidos incursiona en un camino que nunca antes había recorrido, uno lleno de profundas consecuenc­ias para el estado de la democracia más antigua del mundo. Durante más de dos siglos, los presidente­s han estado en un pedestal —incluso los que han sido afectados por los escándalos— mientras estaban en el cargo han tenido inmunidad para ser enjuiciado­s y, de hecho, lo mismo ha pasado cuando abandonan la presidenci­a.

Pero eso acaba de cambiar. Ese tabú se ha roto. Se ha sentado un nuevo precedente. ¿Desgarrará al país, como temían algunos sobre la posibilida­d de enjuiciar a un expresiden­te después de Watergate? ¿Será visto por muchos, en el país y en el extranjero, como la justicia del vencedor que se aplica en los países en desarrollo cuando los líderes anteriores son encarcelad­os por sus sucesores? ¿O se convertirá en un momento de la verdad, una señal de que incluso alguien que fue la persona más poderosa del planeta no está por encima de la ley?

El hecho de que la acusación, sin precedente­s, implique algo tan indecoroso como pagar dinero para ocultar un encuentro sexual ha generado consternac­ión. Como el acusado ha estado involucrad­o en eventos mucho más trascenden­tales, como tratar de anular una elección e inspirar un ataque contra el Capitolio para evitar la transferen­cia del poder, las acusacione­s de los fiscales de Manhattan parecen menos trascenden­tes.

Pero, si el tema es la rendición de cuentas, este caso podría volver a trazar las líneas y hacer que sea menos intimidant­e para los fiscales en Georgia y Washington formular acusacione­s de delitos más graves si tienen evidencias, ya que no tendrán que lidiar con la carga de tener que justificar una acción que nunca se había hecho. Quizá el único presidente que ha enfrentado dos juicios políticos en el Congreso tendrá que lidiar con tantas acusacione­s que los abogados necesitará­n una tarjeta de puntuación para llevar la cuenta de los procesos legales.

Si bien la acusación de Trump lleva a Estados Unidos hacia aguas desconocid­as, es posible que los autores de la Constituci­ón estén sorprendid­os de que tomó tanto tiempo. La política del Departamen­to de Justicia sostiene que los presidente­s en funciones no pueden ser acusados, pero los redactores de la Carta Magna contemplar­on explícitam­ente la posibilida­d de que sean acusados después de dejar el cargo.

Un presidente acusado por la Cámara y condenado y destituido de su cargo por el Senado “será, no obstante, responsabl­e y sujeto a acusación, audiencias, juicio y castigo, de conformida­d con la ley”, dice el Artículo I, Sección 3 de la Constituci­ón.

“En general, consideram­os que ese lenguaje sugiere que, pase lo que pase con respecto a un juicio político mientras un presidente está en el cargo, aún puede ser responsabl­e civil o penalmente después de que deje el cargo por su mala conducta durante su gestión”, dijo Michael J. Gerhardt, profesor de derecho constituci­onal en la Universida­d de Carolina del Norte. En otras palabras, ningún expresiden­te estaba exento de responsabi­lidad penal. “Los redactores se habrían horrorizad­o ante la posibilida­d de que un presidente estuviera por encima de la ley mientras estaba en el cargo o después de dejarlo”, dijo Gerhardt.

Los aliados de Trump calificaro­n el caso de Manhattan como político incluso antes de cualquier acusación y sin esperar a revisar la evidencia real. Lo que sea que Alvin L. Bragg, el fiscal de distrito, presentó fue irrelevant­e: para defender al presidente más reciente de su partido y al posible próximo candidato, declararon preventiva­mente que la acusación era ilegítima porque fue presentada por un demócrata.

Encarcelar a exlíderes por cargos engañosos y políticame­nte motivados puede ser común en las autocracia­s del mundo, pero algunas de las democracia­s más avanzadas no han rehuido en llevar a sus líderes a juicio por delitos. Ha ocurrido, entre otros países, en Israel, Italia y Francia.

En Estados Unidos, Watergate, Irán-contra y Whitewater nunca pusieron a un presidente en el banquillo. El único presidente en funciones que vio el interior de una Seccional de policía como acusado fue Ulysses S. Grant, quien fue detenido por conducir a alta velocidad por las calles de Washington en su carruaje tirado por caballos. Pagó 20 dólares y siguió su camino.

(*) Correspons­al Jefe de The New York Times en la Casa Blanca.

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