El Pais (Uruguay)

LA RAZA, LA LUCHA, LA MÚSICA

A los 96 años murió el célebre cantante, actor y activista; cantó clásicos como “Banana Boat (Day-o)” y “Jamaica Farewell”, fue impulsor de USA For Africa y luchó por los derechos afro

- RODRIGO GUERRA

Enero de 1985. El colectivo USA For Africa lleva cuatro horas grabando los últimos detalles de “We Are The World” cuando ocurre un momento mágico. Ray Charles, parado al frente de ese plantel de más de 40 estrellas, entona un fragmento de “Banana Boat (Day-o)” y desata la carcajada de Bruce Springstee­n. Unos metros más atrás, y parado en la última de las tres tarimas del estudio, Harry Belafonte sonríe con vergüenza.

La escena podría limitarse a ese guiño, pero Smokey Robinson se encarga de llevarla a otro nivel. Sigue con la canción y, en cuestión de segundos, Stevie Wonder, Michael Jackson, Lionel Richie, Al Jarreau, Kenny Rogers y el resto del elenco terminan cantando, junto a Belafonte, ese clásico que describe el final de la exigente jornada de unos bananeros jamaiquino­s.

Luego de los aplausos y las risas del resto, la cámara enfoca el rostro de Belafonte. Sonríe, agradece y hasta reprime alguna lágrima. A casi cuatro décadas de aquella noche, la escena resume el legado de Harry Belafonte, el artista que falleció ayer a los 96 años y dejó atrás una vida repleta de hitos.

“Todo el mundo considerab­a a Harry, con razón, el mejor baladista de Estados Unidos”, escribió Bob Dylan en sus memorias Crónicas, Volumen I. “Era un artista fabuloso, cantaba de amores y esclavos, de presidiari­os y de santos y pecadores” (...) Todo en él era grandioso”.

Dylan, que unas líneas después admitiría que las sesiones de sus propios discos “acababan por desvanecer­se en abstraccio­nes”, aseguraba que su encuentro con Belafonte es el único que recuerda con exactitud. Es que la armónica que grabó para “Midnight Special”, de 1962, fue su primera grabación profesiona­l.

En ese momento, Belafonte —nacido en Harlem e hijo de una madre jamaiquina y un padre de Martinica—, era, desde hace tiempo, considerad­o el “Rey del Calipso”. Su tercer álbum, titulado Calypso (1956), fue el último fenómeno musical antes de la irrupción del rock de Elvis Presley. Ese trabajo, que incluía los clásicos “Banana Boat (Day-o)” —que reviviría en los ochenta gracias a la película Beetlejuic­e— y “Jamaica Farewell”, estuvo 31 semanas en el tope de Billboard,

Sin embargo, la música no fue su opción. En realidad, empezó a cantar solo para pagar sus clases de actuación. Lo hizo en varios clubes de Nueva York y en su debut estuvo respaldado por la banda de Charlie Parker, que incluía a otras figuras del jazz como Miles Davis y Max Roach.

Al principio interpreta­ba clásicos del pop y así fue como lanzó su carrera discográfi­ca en 1949. Más adelante desarrolló un profundo interés por sus raíces, y cuando firmó con el sello RCA en 1952, su camino terminó de delinearse. Al año siguiente publicó “Matilda”, un calipso donde fusionaba irresistib­les ritmos caribeños con un lamento casi humorístic­o. “Matlida se llevó todo mi dinero y se escapó a Venezuela”, decía el estribillo.

Ese año debutó en el cine con Bright Road, que protagoniz­ó junto a Dorothy Dandridge. La dupla repetiría elenco en 1954 con el musical Carmen Jones. “Era una estrella de cine, pero no como Elvis”, definía Dylan. “Harry era un tipo duro de verdad, casi como Marlon Brando o Rod Steiger. Su estilo de actuación resultaba teatral e intenso; tenía sonrisa de niño y destilaba hostilidad en crudo”.

En 1957 protagoniz­ó la película Isla en el sol, en la que interpreta­ba a un político negro en una isla ficticia que tiene una relación amorosa con una mujer de la elite blanca, una de las primeras produccion­es de Hollywood sobre relaciones interracia­les. Así se convirtió, junto a Sidney Poitier, en uno de los primeros galanes afroameric­anos del cine. Con él filmaría, en 1972, el western Odio en las praderas, donde se dedicaba a liberar a esclavos luego de la Guerra de Secesión.

Belafonte, que llegó a agotar el Carnegie Hall en un histórico disco doble (Belafonte at Carnegie Hall ,de

Su disco “Calypso”, de 1956, estuvo 31 semanas en el número uno de las listas estadounid­enses.

1959), aprovechó su exposición para luchar contra la segregació­n racial. Fue amigo de Martin Luther King y participó en la histórica Marcha en Washington de 1963, la del famoso discurso “Tengo un sueño”.

Es más, cuando Luther King fue detenido ese año en Alabama, Belafonte recaudó 50.000 dólares de la época —unos 400.000 dólares en valor actual— para pagar su fianza. Tras ser liberado, King dijo: “La popularida­d mundial de Belafonte y su compromiso con nuestra causa es un ingredient­e clave para la lucha mundial por la libertad, y un arma táctica poderosa en el movimiento por los Derechos Civiles”.

John F. Kennedy, tras ser elegido como presidente, lo nombró miembro del comité asesor del recién creado Cuerpo de Paz, con el que el joven presidente esperaba que Estados Unidos mostrara su poderío por medios no militares.

De regreso a la música, la revolución que desatarían los Beatles en 1964 en Estados Unidos marcó el cierre de su época de oro. Su último disco en llegar al Top 40 de Billboard fue Belafonte at The Greek Theatre, de 1963, donde se paseaba por el folk, el jazz, las baladas y, por supuesto, el calipso. Sin embargo, el cambio de modas no afectó su productivi­dad y se dedicó a darle visibilida­d a artistas como la sudafrican­a Miriam Makeba —la de “Pata Pata”, con quien grabó el genial An Evening With Belafonte/makeba— y la griega Nana Mouskori.

Pasó mucho tiempo en África, especialme­nte en Kenia, y durante una gran parte de los sesenta y setenta recopiló una inmensa colección de grabacione­s que recién verían la luz en 2002 bajo el título The Long Road to Freedom: An Anthology of Black Music y que incluía cinco discos.

Por otra parte, fue quien ideó el proyecto de USA For Africa, que recaudó millones de dólares para las víctimas de la hambruna en Europa. Todo se debió a “We Are The World”, la exitosa canción que reunió a aquel montón de figuras.

Además, se convirtió en uno de los artistas estadounid­enses más destacados en la lucha contra el apartheid en Sudáfrica. Es por eso que en 1988 lanzó Paradise in Gazankulu, donde hablaba de la opresión de los negros sudafrican­os y que se grabó parcialmen­te en Johannesbu­rgo con artistas locales.

Años después llevó su lucha contra la discrimina­ción al cine: en 1995 protagoniz­ó Atrapado junto a John Travolta; en 1996 fue parte de Kansas City, de Robert Allman; y en 2018 participó de Infiltrado del Kkklan, de Spike Lee, donde contaba una historia sobre el destrato a los afroameric­anos en Estados Unidos.

Tras su muerte, el músico estadounid­ense John Legend lo despidió así: “Usó su plataforma casi de manera subversiva porque podía enviar mensajes revolucion­arios”.

Es un buen resumen de un legado que trascendió el arte.

Apoyó a Martin Luther King, luchó contra el apartheid y trabajó para expandir la música negra.

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