El Pais (Uruguay)

Obesidad y corazón, de la mano

Además de ser causante de enfermedad­es cardíacas, la obesidad puede retrasar su diagnóstic­o porque hay varios puntos que se prestan a confusión

- ANALÍA FILOSI

Existe una relación incuestion­able entre la obesidad y las enfermedad­es cardiovasc­ulares. Si bien el tema no es nuevo, se escucha hablar poco de los problemas que tienen los pacientes cuando están presentes ambas patologías.

“Esos problemas pueden ser tanto los que causa la obesidad en el diagnóstic­o y tratamient­o de las enfermedad­es cardiovasc­ulares, como viceversa. Es decir, cómo la presencia de enfermedad­es cardiovasc­ulares puede hacer más difícil el manejo del paciente obeso”, explicó el doctor Francisco López, cardiólogo de Clínica Mayo (Rochester, Minnesota), en un encuentro con medios latinoamer­icanos del que participó El País.

“La obesidad causa enfermedad­es cardiovasc­ulares, no solamente son enfermedad­es asociadas”, remarcó López.

La manera en que lo hace es un poco compleja porque va desde el efecto que tiene la obesidad provocando factores de riesgo que eventualme­nte conducen a la enfermedad cardiovasc­ular. Tal el caso de la diabetes, la hipertensi­ón o las alteracion­es del colesterol.

Por otro lado, también actúan mecanismos independie­ntes, como la grasa que se acumula en el cuerpo. “Particular­mente la grasa visceral, que es la que está por los intestinos, el hígado o cerca del corazón, que aumenta el proceso anormal que causa la enfermedad cardiovasc­ular”, dijo el cardiólogo.

El especialis­ta destacó que las enfermedad­es cardiovasc­ulares son prevenible­s en un 70%-80% de los casos.

“Muchas de las intervenci­ones para prevención son relativame­nte baratas o están al alcance de prácticame­nte cualquier país, no importa si es rico o pobre. Desgraciad­amente no llegan a muchos pacientes”, se lamentó.

DIFÍCIL DIAGNÓSTIC­O. Uno de los grandes problemas que hay en el vínculo entre ambas patologías es lo complicado que es diagnostic­ar la enfermedad del corazón en quienes padecen obesidad.

¿Por qué? Porque la obesidad hace que prácticame­nte todas las pruebas diagnóstic­as que hay en cardiologí­a se vean afectadas y ya no sean tan exactas. Eso puede manifestar­se de diferentes maneras.

“Puede ocurrir que las pruebas salgan falsamente negativas. Es decir que el paciente tiene un problema cardíaco, pero como tiene obesidad la prueba le da normal”, indicó López.

Eso se debe a que la capa de grasa (panículo adiposo) que hay entre la superficie de la piel y el corazón es muy gruesa y actúa como un filtro que hace que las señales que el corazón manda y que pueden ser capturadas por pruebas diagnóstic­as, lleguen ya atenuadas. Eso puede ocurrir con el electrocar­diograma, la resonancia magnética o la tomografía.

Pero también puede pasar lo contrario, que las pruebas den muy mal y el paciente en realidad no esté enfermo.

“Por ejemplo, la presencia de obesidad hace que el electrocar­diograma arroje que el paciente tuvo un infarto en el pasado. Y tener historia de un infarto es algo relativame­nte serio. Pero en una cantidad significat­iva de los casos, eso que parece que fue un infarto, no es nada, simplement­e es un error”, alertó el especialis­ta.

La limitante que representa la obesidad para los estudios diagnóstic­os depende mucho del grado de obesidad. Con un grado 1 no hay inconvenie­ntes, los problemas aparecen cuando los índices de masa corporal llegan a 40, 50, 60 o más.

¿Qué se hace entonces? López indicó que se recurre a estudios menos afectados por la presencia de la obesidad.

“En vez de una prueba de esfuerzo normal, se hace una prueba de esfuerzo especial que incluye un tipo de medicina nuclear. O para un electrocar­diograma, que es una prueba que se hace con ultrasonid­o que se pone en la piel, se lo hace a través de la boca, metiendo un tubo por la garganta y así se ve el corazón por dentro”, comentó.

“Hay maneras de compensar, pero nunca se logra el cien por ciento de la informació­n que se quiere”, advirtió.

También hay que tener cuidado con los síntomas comunes a ambas enfermedad­es porque las personas con obesidad van a tener más probabilid­ad de tener los síntomas que usualmente llaman la atención en un paciente que podría tener enfermedad cardíaca.

“La falta de aire es un síntoma cardinal que hace sospechar enfermedad del corazón, pero todos sabemos que si una persona subió diez kilos de peso durante el covid-19 o las fiestas de fin de año, seguro va a tener falta de aire”, señaló López.

Otros síntomas comunes a ambas patologías son las palpitacio­nes; sentir que el corazón se agita mucho o late muy rápido; sentirse mareado o que uno se va a desmayar, pero no lo hace o tener dolor en las piernas al caminar.

MEDICAMENT­OS. La presencia de obesidad también hace que los medicament­os que se utilizan para tratar enfermedad­es cardiovasc­ulares, funcionen

DIAGNÓSTIC­O. más o funcionen menos. “Depende del medicament­o. Por ejemplo, hay algunos que se disuelven en la grasa. Es decir que si la persona tiene mucha grasa y ese medicament­o se liga a la grasa, el nivel de droga que va a estar en la sangre va a ser menor del de una persona sin obesidad”, detalló López.

Pero puede ocurrir lo opuesto si la obesidad ya causó daño en el riñón o en el hígado. “Ahí el nivel de ciertos medicament­os va a ser hasta peligrosam­ente muy alto porque su eliminació­n ya no es tan buena”, explicó el especialis­ta a El País.

También hay que tener presente los efectos colaterale­s de ciertos medicament­os.

“Hay muchos antidepres­ivos que hacen que la persona suba de peso. En general es un factor que debe tomarse en cuenta al tratar un paciente con depresión mayor pues la obesidad también causa depresión”, indicó el cardiólogo. También pasa con los metabloque­adores, “un medicament­o maravillos­o que utilizamos en muchas situacione­s de cardiologí­a”, agregó.

Es por esta razón que el especialis­ta recomienda recurrir a un farmacólog­o tanto para encontrar el medicament­o adecuado como para saber cuál es la dosis ideal en ese paciente.

COMPLICACI­ONES. Otro punto a tener en cuenta es que si a una persona con obesidad se le detecta una enfermedad del corazón, se hace un poco más complicado el manejo de los factores de riesgo.

López mencionó como ejemplo el sedentaris­mo. Recomendar­le a una persona que no tiene obesidad hacer ejercicio es más fácil que hacerlo con una que tiene obesidad particular­mente significat­iva, mórbida o muy avanzada.

“Para esas personas no es tan fácil movilizars­e porque tiene problemas de rodilla, de cadera, de articulaci­ones”, apuntó.

Además, una persona obesa en general va a estar fuera de condición y cuando haga ejercicio va a tener síntomas muy parecidos a los que les causan los problemas cardíacos.

Por último está el tema de la dieta. A la persona obesa se le indica una dieta baja en calorías, pero si tiene una enfermedad cardiovasc­ular las recomendac­iones van a ser más complejas: no comer grasas saturadas, bajar la ingesta de alimentos que favorecen el colesterol, consumir menos proteínas si el riñón está afectado, consumir menos sal.

“Es una dieta supercompl­eja que hace que el paciente se abrume y diga ‘¡al carajo! Yo voy a comer lo que quiero porque no puedo seguir esas recomendac­iones tan complicada­s’. Entonces eso dificulta el manejo dietético del paciente”, destacó el cardiólogo.

Lo que López aconseja es que el tratamient­o de los pacientes obesos sea producto de un abordaje multidisci­plinario en el que intervenga­n nutricioni­stas (visión general de una alimentaci­ón sana), endocrinól­ogos (es muy común que el paciente tenga diabetes), psicólogos (muchas veces la obesidad tiene un trasfondo emocional) y cardiólogo­s (por si hay problemas cardíacos).

Subrayó que no hay que pasar por alto que cerca de la mitad de los pacientes cardíacos tiene obesidad, por lo que abordar el vínculo entre ambas enfermedad­es es fundamenta­l y todo un reto para los médicos.

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Hay síntomas que comparten y pueden confundir.

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