El Pais (Uruguay)

WOS Hacer música para esculpir una identidad

El rapero que le dio música al Mundial de Argentina llega mañana al Antel Arena ,y antes charló en exclusiva con El País

- BELÉN FOURMENT

Lo último que escuchó fueron los motores de los autos en la calle, el ruido de la máquina con la que se corta el pelo y “Cara de niño”, esa salsa de Jerry Rivera de arreglos vistosos, algo exuberante­s, que hace que bailar, cuando se la escucha, sea una cuestión inevitable. No nombra, Wos, el timbre que suena mientras graba las respuestas para El País, la risa serena que suelta cada tanto, el retumbar de sus pasos. Los sonidos que acaban de ingresar en él, los que pone en palabras, son esos: máquina y melodía, un buen resumen de su música.

Wos, que es Valentín Oliva, 25 años, argentino, está a punto de cerrar un ciclo. Ya llenó estadios con su rap de energía rockera y sensibilid­ad desnuda, ya recorrió festivales, ya ganó el Gardel de Oro y fue tres veces nominado a los Grammy Latinos. En Uruguay ya agotó entradas, en 2022 en el Palacio Peñarol. Por encima, como eso que ni siquiera puede ser soñado, le dio música al ciclo más exitoso de la Selección Argentina en 36 años: “Arrancárme­lo” fue el himno austero de un plantel que renació como campeón mundial y que, un poco, encontró la fuerza en esos versos que hablan de no hundirse acá, tirado.

Ahora, Wos vuelve a Montevideo para duplicar escala. Se presentará mañana en el Antel Arena (últimas entradas en Tickantel) y vendrá con banda completa y un repertorio al que caracteriz­an la catarsis y la frontalida­d. En su voz ligerament­e ronca, urgida, cabe la desesperac­ión de una generación de la que él prefiere no hablar. Somos, todos, demasiado distintos. Eso dice.

Este es un fragmento de su diálogo con El País.

—La primera vez que escuché de vos fue por la canción “Terraza”. Ahí decías: “Me sinceré, viré y ya no sé que quiero hacer. Al menos sé lo que no quiero”. ¿Es lo mismo que no querés hoy?

—No sé exactament­e qué era lo que no quería cuando escribí “Terraza”, pero era una manera de decir: está bien no saber qué es lo que quiero; sí puedo poner límites a lo que no. Creo que tenía que ver quizás con el comienzo de algo que después iba a ser mucho más grande en relación a mi música y a la exposición y todo lo que eso trae, y que fui entendiend­o que de a poco. También coincide con un momento de crecimient­o mío, por la edad y las situacione­s que fui atravesand­o. Ahora, creo que cada vez tengo más claro eso que no quiero,. Se me va asentando cada vez más, y en algún momento también todo eso se puede se puede ir al carajo y desbalance­arse y volverme a llenar de dudas. Pero ahora estoy en un momento donde siento que tengo claro cuál es mi camino. Eso. Seguir explorando siempre.

—¿Qué es lo que más se modificó en tu mirada artística desde aquellas primeras canciones?

—Muchas cosas. De hecho, “Terraza” fue el tema donde descubrí que podía entonar y hacer una melodía. Mis primeros temas eran todos rapeados, casi sin entonación, y no me concebía como alguien que podía cantar. Y creo que fui abriendo mucho el espectro musical, escuchando cosas más diversas y entendiend­o que con mi productor, Evlay, teníamos muchas posibilida­des de ampliar registro. Creo que también fue cambiando mi mirada con respecto a todo lo que implica hacer un disco, sacarlo, mostrarlo, tocarlo, girar; digamos, una visión más 360° de la artística del proyecto. Ahora estamos en un momento de cosechar bastante.

—Mucho de tu repertorio queda dividido entre la furia y la sensibilid­ad, dos emociones a flor de piel. ¿Cuál es tu estado más frecuente?

—Mi estado más frecuente no es justamente ni la sensibilid­ad a flor de piel ni la furia, creo que es algo mucho más intermedio, y lo lindo de las posibilida­des que me da hacer música es poder plantear todo el abanico de emociones y situacione­s que me suceden a mí o que encarno. Creo que esa posibilida­d de mostrar todo es de lo que más me gusta, que todos mis yo puedan convivir ahí, además de la mutación constante y la libertad para adentrarme en cualquiera de los estados posibles.

—La ansiedad y los claroscuro­s son tan parte de tu música como de la de buena parte de tu generación (años más, años menos). ¿Por qué pensás que es una alteración tan presente de este tiempo?

—Creo que el claroscuro es algo de la humanidad, que siempre existió. Sí quizás algo de la ansiedad está más relacionad­o a este nuevo tiempo. Me cuesta a veces hablar de generacion­es porque somos todos muy distintos, hay muchas variables, pero sí hay algo relacionad­o a la velocidad, al sobreestím­ulo, a la cantidad de informació­n constante por minuto y el mostrar cosas y ser alguien, y todo el tiempo esa búsqueda de llegar a un resultado constante, que hay que mostrar y compartir y eso tiene que ser avalado por el resto y confirmado... Es excesivo para cualquiera; hay quienes logran salir de ese estado y quienes están embebidos en eso. A mí me afecta, cuando no logro tomar perspectiv­a y moverme un poco de ahí, porque todas las redes, el celular, etcétera, están hechos muy bien para que uno esté atrapado.

—¿En qué te sentís más cercano al adolescent­e que empezó con el freestyle en plazas?

—Quizás en esas ganas de seguir haciendo, en esa búsqueda de la adrenalina y de identidad a través de una expresión artística. El canalizar la vida por ahí y percibirla a través de eso sigue siendo parecido. Es algo que me es muy necesario para vivir y que cuando no tengo eso, que en su momento era el freestyle y ahora es la música, el crear canciones o tocar, siento que hay algo en mí que está faltando, que está mal. Esa cualidad sigue latente. Con sus cambios, pero sigue ahí, presente, viva.

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