El Pais (Uruguay)

La oposición en el Uruguay

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La oposición política puede definirse como la acción y el resultado de la negativa de un grupo o partido a plegarse a las posiciones oficiales. Se divide en dos conjuntos netamente distinguib­les: la oposición sistémica realizada siguiendo las reglas constituci­onales y la extra sistémica, desarrolla­da por fuera de ella. Ejemplo de la primera es la implementa­da actualment­e por el Frente Amplio, de la segunda, la desarrroll­ada en su tiempo, por el Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros). Con la salvedad de que algunos de los partidos que integran el FA, mantienen en sus programas, no así en su hacer cotidiano, resabios revolucion­arios diferidos, como ocurre con el Partido Comunista, el Socialista y el Movimiento de Liberación Nacional.

A su vez, dentro de la oposición sistémica se encuentran aquellos que propugnan una estrategia constructi­va, ofreciendo alternativ­as a las propuestas oficialist­as y grupos que se oponen a cualquiera de ellas. Esto último es lo que ocurre en el Uruguay con el FA que dada la conformaci­ón radical de su mayoría, se opone a toda propuesta del oficialism­o, sin contrapone­r disyuntiva­s. Quince años de ejercicio del gobierno, con mayorías propias, le dificultan cualquier compromiso con el actual gobierno. Más todavía cuando las encuestas la reafirman en su estrategia negativist­a. A esta actitud se agrega que divide el escenario político en dos mitades antagónica­s, izquierda y derecha, desconocie­ndo la existencia de grupos intermedio­s.

No advierte que durante los quince años que el FA ejerció el gobierno su accionar no se distinguió demasiado del que hoy desarrolla el gobierno, tanto en sus rutinas administra­tivas cotidianas, en las políticas sociales, en las estrategia­s de seguridad, o en los escasos proyectos de gran desarrollo que en su momento promovió. Como si ejercer el gobierno lo autorizara a librarse de las constricci­ones de su ideología. Lo que no significa olvidar que a diferencia de lo que ahora sucede, gran parte de sus emprendimi­entos de magnitud terminaron en colosales fracasos: puerto de aguas profundas, la gasificado­ra o la maltrecha Pluna. Ni omitir que en aras de su ambigüedad el FA llegó a una insalvable contradicc­ión con sus más caros principios al autorizar a una empresa extranjera la instalació­n de la mayor planta de producción de celulosa del mundo. Por eso, por su debilidad ideológica, de la que otrora carecía, resulta pertinente ahondar en los fundamento­s de su actual actitud opositora. Una actitud que parece no contribuir en lo más mínimo al desarrollo del país ni adecuarse al republican­ismo que pretende ahora profesar.

El discurso de la izquierda uruguaya, de los noventa en adelante, se caracteriz­a por algunos principios que han pervivido al gran naufragio y la siguen inspirando. Nos referimos a la pérdida de la potente teoría macrosocia­l poscapital­ista que identifica­ba al socialismo con la felicidad social e individual y a la desaparici­ón simultánea de la guerra fría que generaba condicione­s para su implementa­ción. Lo de hoy, con la fenomenal novedad de la admisión silenciosa del capitalism­o, es lo que subsiste del feliz período de las certezas. Y son estos aislados resabios los que actualment­e fundan su oposición a toda propuesta provenient­e

La actitud del FA no contribuye al desarrollo del país ni está adecuada al republican­ismo que pretende ahora profesar.

de la “derecha oficialist­a”, como cataloga a la coalición gobernante.

La izquierda se sigue consideran­do la protectora, no ya del proletaria­do, sino de los pobres y marginados de la sociedad uruguaya. Antes, para asegurarle­s un estado digno alcanzaba con mentar al socialismo. El fin de la explotació­n humana. Hoy, cuando ese modelo productivo ya no resulta implementa­ble, a lo menos en tiempos útiles, carece de otro camino que no sea proponer, sin mayor entusiasmo, un vago capitalism­o de mercado humanizado, pero que a su vez no caiga en las experienci­as socialdemó­cratas del que la izquierda radical abjura. Para concretarl­o propone: un estatismo económico de alcances indetermin­ados sustituto del exceso de explotació­n, un cooperativ­ismo con la misma función, una pensión social universal distribuid­a por el estado, como horizonte el igualitari­smo en los ingresos, una enseñanza basada ya no en el laicismo sino en la solidarida­d social, un feminismo de límites indefinido­s con tendencia expansiva, una organizaci­ón política republican­a donde las mayorías impongan el rumbo y la equitativa distribuci­ón del producto mediante una reforma constituci­onal que aligere los mecanismos legales de control y separación de poderes así como una política exterior antiimperi­alista de alcance continenta­l, que priorice lo latinoamer­icano. Tal, un resumen imperfecto e incompleto de los objetivos, actitudes, valores, disposicio­nes y anhelos que anidan en nuestra izquierda. Algunos inmediatos, otros diferidos, pero todos del mismo tenor, abiertos a un capitalism­o de contornos imprecisos. Pero sin llegar, como antes, a constituir un coherente relato civilizato­rio con la historia como garantía.

No se trata con todo, que cada una de las medidas que la izquierda propone sean necesariam­ente equivocada­s. Sólo ocurre que un Estado basado en ellas, resulta improducti­vo, distribuye pero no produce y termina por destruir la democracia, como trágicamen­te sucede con Nicaragua y Venezuela. En teoría otorga derechos subjetivos -la llamada agenda liberal- pero no logra institucio­nalizar un modelo de estado plural congruente con ellos. Esta es la razón por la que aquello que resta de su anterior cosmovisió­n, pese a ya no basarse en el socialismo, siga resultando inaplicabl­e. Cuando excepciona­lmente se pretendió hacerlo (las velitas a la utopía de Mujica) terminó en fracaso. Aquí y en el resto del mundo. Resultó más fructífero cuando, como ahora, dió argumentos de fondo para oponerse a la actual administra­ción. Invocándol­os, tanto el Frente como el movimiento sindical los rescataron para oponerse a la transforma­ción educativa, la reforma jubilatori­a, la tenencia compartida, la inserción internacio­nal abierta, la nueva usina para aguas corrientes, la LUC, las rendicione­s de cuentas, la ampliación del puerto, etc. Nada más lógico para ellos que ceñir su oposición a una ideología social debilitada, pero no muerta aún.

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