Fiasco chino
La decisión de China de dar protagonismo a Brasil en la región en detrimento de un acuerdo de libre comercio bilateral y rápido con Uruguay ha sido una pésima noticia. Y en vez de agitar la camiseta izquierdista del “yo te dije”, que parece feliz por el fracaso de una estrategia de política exterior soberana, debiéramos de plantearnos el problema sustantivo que todo esto pone sobre la mesa: ¿qué posibilidad real tenemos de una política exterior propia que defienda realmente nuestros intereses nacionales, aun cuando ellos difieran radicalmente de los de Argentina o de Brasil?
Sincerémonos frente a la realidad del callejón aperturista: Paraguay no está dispuesto a cambiar a Taiwán por China; Argentina de ninguna forma puede abrir su economía a un tratado de libre comercio, ni con China ni con Europa; y Brasil está jugando sus cartas de gran potencia mundial en un escenario de globalización de los países del BRICS, a la vez que procura conservar su tradicional lugar de interlocutor hemisférico privilegiado con Estados Unidos (EEUU). En Ucrania, pero también en Oriente Medio, se está jugando una multipolaridad en la que China está presente y disputa liderazgo con EEUU; y Brasil junto a Rusia, India y
Hay que plantar cara a los quintacolumnas que hacen mandados a la Argentina kirchnerista.
Sudáfrica, hacen valer sus estratégicos lugares para Pekín.
Anotemos también el fracaso histórico de dos décadas: cuando el mundo se abrió y sus principales potencias cerraron sus tratados de libre comercio —el ejemplo de Chile y su apertura es paradigmático en la región—, Uruguay se encerró en el Mercosur por causa del maldito mito de la patria grande y la solidaridad izquierdista. Perdimos ese tren, como bien lo dejó asentado Vázquez. Fue un tren histórico, cuyo costo de oportunidad ha sido, seguramente, el más caro de la historia del país.
Si China privilegia su vínculo con Brasil por causa de una coyuntura internacional a partir de la cual pretende disputar liderazgo real a EEUU; y si Argentina de ningún modo abrirá su economía, además de tener acuerdos también sustanciales militares y estratégicos con Pekín, Uruguay debe seguir buscando otras aperturas posibles. Hay, sin duda, un camino más amplio trazado con EEUU, a raíz de que se ha hecho evidente que la llave de entrada al Atlántico Sur precisa de su mayor atención frente a la embestida china en la región. Hay, también, una amplia avenida a transitar con Londres, en una lógica bilateral potenciada a partir de la salida del Reino Unido de la Unión Europea y del balcón que somos a los intereses económicos y estratégicos británicos en Malvinas.
Pero hay que convencerse. Hay que ir a fondo y plantar cara a los quintacolumnas izquierdistas que están felices de hacer los mandados a la Argentina kirchnerista y al compañero Lula. Hay que volver a Herrera y la necesidad del país de tener “aliados lejanos y poderosos” que contrarresten el peso de nuestros vecinos; a Batlle y Ordóñez y su estrecho vínculo con EEUU; y hay que aceptar de una vez por todas que nuestra soberanía implica entender las vueltas y oponerse con vehemencia a “la vieja trenza” (la expresión es de Sergio Abreu) que ha dominado la política exterior de la cuenca del Plata desde los tiempos de Artigas.
La noticia china es un fiasco. Pero servirá para sincerarnos en la real soberanía de nuestra política exterior.