Una mera revancha
Es asombrosa la pereza intelectual de algunos dirigentes sindicales. Como no les gustó la reforma jubilatoria ya están considerando la posibilidad de una consulta popular para liquidarla.
Cada tantos meses resurge la misma cantinela: ante cualquier ley que no les gusta, solo se les ocurre hacer una consulta. Mejores ideas no tienen. Originales no son.
Si recurrir al referéndum para reformular una situación insatisfactoria siempre presenta sus bemoles, más los tiene su abuso. Y de esto último ha habido mucho en Uruguay. Demasiado.
No todas las democracias representativas facilitan la consulta como lo hace Uruguay, pese a ser un país donde el Parlamento representa en fiel forma proporcional su abanico político según surge de las urnas. En consecuencia, la manera en que se votan las leyes en cada una de las cámaras también expre-sa esa representación. Todos tienen la oportunidad de discutirla, modificarla y votarla.
La consulta importa cuando un grupo de ciudadanos no se siente representado por sus propios diputados o senadores. Los suyos, no los de otro partido. Por eso, un referéndum es más una iniciativa ciudadana que una revancha partidaria. Los políticos ya tuvieron su oportunidad, dirimieron sus diferencias en el hemiciclo y terminado el proceso, el resultado se reconoce y se consiente. Las discusiones no duran hasta el infinito.
Un proyecto de ley se discute, se le hacen mejoras, las bancadas conversan, intercambian ideas, transan, negocian. Luego se vota y unos ganan y otros pierden. El desenlace es válido para todos y cada partido debe aceptar por consentimiento, que cada uno hizo lo que correspondía y el tema quedó ahí saldado. Por eso el referéndum para derogar una ley no debería ser promovido por los partidos. Estos ya tuvieron su oportunidad.
Quien ahora analiza la posibilidad de ir a una consulta es el movimiento sindical. En cualquier otra circunstancia se podría decir que como organización social, los sindicatos reflejan a un conjunto específico de personas con intereses muy precisos y por lo tanto, sería razonable juntar firmas si no avalan a sus representantes.
Tal razonamiento, sin embargo, no es válido para un sindicalismo como el uruguayo cuya mimetización con el Frente Amplio es casi absoluta. Tanto, que muchos piensan que es el Pit-cnt quien marca lo que debe hacerse, quien impone la agenda política y no el Frente.
Por otra parte, insisto, el proyecto de ley fue ampliamente difundido antes de su discusión. Hubo un trabajo de expertos que delineó las ideas centrales. Se pidió la colaboración de todos los sectores, pero el Frente optó
Si el Pit-cnt decide ir a una consulta, ese rico trabajo se tirará por la borda y se planteará un dilema casi infantil.
por quedar afuera. No quiso entrar en el proceso. Se elaboró un texto. El presidente Luis Lacalle Pou en persona fue hasta la sede del Frente Amplio y lo entregó a sus autoridades.
Hubo una larga y vigorosa discusión entre los miembros de la coalición (algunos tenían sus “reparos”) que fueron alterando el texto original en negociaciones complejas y por momentos difíciles. No fue una ley aprobada a las apuradas. Todo lo contrario.
El Frente no presentó sus opciones, se limitó a decir que estaba en contra. Ya nadie recuerda que José Mujica, siendo presidente, advirtió que el siguiente gobierno debía hacer esa reforma subiendo la edad de retiro. Hay un video grabado de esa ocasión (tomado de un noticiero de la época) que circula por todos lados. Pero en filas de la izquierda, no lo vieron. Vino Vázquez en segunda edición y su ministro Danilo Astori, también alertó que el próximo gobierno debía hacer una reforma que girara sobre edades de retiro y montos.
Esto está registrado. El Frente siempre supo lo que había que hacer y no se animó. Fue dejando pasar el tiempo para que otro arreglara el problema. Supuso que sería impopular y no quiso pagar el precio. El precio lo está pagando este gobierno, que prometió hacerla sabiendo que era antipática. La coalición, aún con sus tironeos internos, actuó con profundo sentido de responsabilidad. La ley al final salió. No la original, sino la que resultó de tantas negociaciones. Eso es lo que hacen los parlamentos: asumen la complejidad de los planteos y expresan la diversidad de opiniones.
No es lo que hace un referéndum, su mecanismo es simplificar temas complicados. El debate que se dio entre los partidos (cada uno representando a un sector de la población) fue largo, hubo diferentes visiones, exigió negociación, hubo que conceder. Mientras tanto, el Frente optó por prescindir y mostró que no tenía un plan alternativo. Se lavó las manos.
Si el Pit-cnt decide ir a una consulta, ese rico trabajo parlamentario se tirará por la borda y a la población se le planteará un dilema muy básico, casi infantil. “Si” o “No”. Lo toma o lo deja. Será una disyuntiva grotesca.
Es que al final, la reiterada manía de la consulta popular distorsionó su real significado y se transformó en una mera revancha de quien ya tuvo su oportunidad.