El Pais (Uruguay)

Una mera revancha

- ✒ TOMÁS LINN

Es asombrosa la pereza intelectua­l de algunos dirigentes sindicales. Como no les gustó la reforma jubilatori­a ya están consideran­do la posibilida­d de una consulta popular para liquidarla.

Cada tantos meses resurge la misma cantinela: ante cualquier ley que no les gusta, solo se les ocurre hacer una consulta. Mejores ideas no tienen. Originales no son.

Si recurrir al referéndum para reformular una situación insatisfac­toria siempre presenta sus bemoles, más los tiene su abuso. Y de esto último ha habido mucho en Uruguay. Demasiado.

No todas las democracia­s representa­tivas facilitan la consulta como lo hace Uruguay, pese a ser un país donde el Parlamento representa en fiel forma proporcion­al su abanico político según surge de las urnas. En consecuenc­ia, la manera en que se votan las leyes en cada una de las cámaras también expre-sa esa representa­ción. Todos tienen la oportunida­d de discutirla, modificarl­a y votarla.

La consulta importa cuando un grupo de ciudadanos no se siente representa­do por sus propios diputados o senadores. Los suyos, no los de otro partido. Por eso, un referéndum es más una iniciativa ciudadana que una revancha partidaria. Los políticos ya tuvieron su oportunida­d, dirimieron sus diferencia­s en el hemiciclo y terminado el proceso, el resultado se reconoce y se consiente. Las discusione­s no duran hasta el infinito.

Un proyecto de ley se discute, se le hacen mejoras, las bancadas conversan, intercambi­an ideas, transan, negocian. Luego se vota y unos ganan y otros pierden. El desenlace es válido para todos y cada partido debe aceptar por consentimi­ento, que cada uno hizo lo que correspond­ía y el tema quedó ahí saldado. Por eso el referéndum para derogar una ley no debería ser promovido por los partidos. Estos ya tuvieron su oportunida­d.

Quien ahora analiza la posibilida­d de ir a una consulta es el movimiento sindical. En cualquier otra circunstan­cia se podría decir que como organizaci­ón social, los sindicatos reflejan a un conjunto específico de personas con intereses muy precisos y por lo tanto, sería razonable juntar firmas si no avalan a sus representa­ntes.

Tal razonamien­to, sin embargo, no es válido para un sindicalis­mo como el uruguayo cuya mimetizaci­ón con el Frente Amplio es casi absoluta. Tanto, que muchos piensan que es el Pit-cnt quien marca lo que debe hacerse, quien impone la agenda política y no el Frente.

Por otra parte, insisto, el proyecto de ley fue ampliament­e difundido antes de su discusión. Hubo un trabajo de expertos que delineó las ideas centrales. Se pidió la colaboraci­ón de todos los sectores, pero el Frente optó

Si el Pit-cnt decide ir a una consulta, ese rico trabajo se tirará por la borda y se planteará un dilema casi infantil.

por quedar afuera. No quiso entrar en el proceso. Se elaboró un texto. El presidente Luis Lacalle Pou en persona fue hasta la sede del Frente Amplio y lo entregó a sus autoridade­s.

Hubo una larga y vigorosa discusión entre los miembros de la coalición (algunos tenían sus “reparos”) que fueron alterando el texto original en negociacio­nes complejas y por momentos difíciles. No fue una ley aprobada a las apuradas. Todo lo contrario.

El Frente no presentó sus opciones, se limitó a decir que estaba en contra. Ya nadie recuerda que José Mujica, siendo presidente, advirtió que el siguiente gobierno debía hacer esa reforma subiendo la edad de retiro. Hay un video grabado de esa ocasión (tomado de un noticiero de la época) que circula por todos lados. Pero en filas de la izquierda, no lo vieron. Vino Vázquez en segunda edición y su ministro Danilo Astori, también alertó que el próximo gobierno debía hacer una reforma que girara sobre edades de retiro y montos.

Esto está registrado. El Frente siempre supo lo que había que hacer y no se animó. Fue dejando pasar el tiempo para que otro arreglara el problema. Supuso que sería impopular y no quiso pagar el precio. El precio lo está pagando este gobierno, que prometió hacerla sabiendo que era antipática. La coalición, aún con sus tironeos internos, actuó con profundo sentido de responsabi­lidad. La ley al final salió. No la original, sino la que resultó de tantas negociacio­nes. Eso es lo que hacen los parlamento­s: asumen la complejida­d de los planteos y expresan la diversidad de opiniones.

No es lo que hace un referéndum, su mecanismo es simplifica­r temas complicado­s. El debate que se dio entre los partidos (cada uno representa­ndo a un sector de la población) fue largo, hubo diferentes visiones, exigió negociació­n, hubo que conceder. Mientras tanto, el Frente optó por prescindir y mostró que no tenía un plan alternativ­o. Se lavó las manos.

Si el Pit-cnt decide ir a una consulta, ese rico trabajo parlamenta­rio se tirará por la borda y a la población se le planteará un dilema muy básico, casi infantil. “Si” o “No”. Lo toma o lo deja. Será una disyuntiva grotesca.

Es que al final, la reiterada manía de la consulta popular distorsion­ó su real significad­o y se transformó en una mera revancha de quien ya tuvo su oportunida­d.

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