El Pais (Uruguay)

Una relación histórica

- ✒ IGNACIO MUNYO

La reunión del presidente Luis Lacalle Pou con un grupo de congresist­as estadounid­enses, encabezado por el demócrata Bob Menéndez, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, el mes pasado, para hablar sobre las relaciones bilaterale­s, la economía y el estado de los valores democrátic­os en la región, reavivó la esperanza de avanzar en un Tratado de Libre Comercio (TLC) entre EEUU y Uruguay.

Sin duda, otra gran oportunida­d para profundiza­r la apertura comercial del país, que, en este caso, además, honra los vínculos diplomátic­os fraternale­s entre ambas naciones, relevante hoy en términos geopolític­os.

Las declaracio­nes del influyente senador Menéndez, en una entrevista publicada en este diario, luego del encuentro con Lacalle Pou en la residencia presidenci­al de Anchorena, alientan cierto optimismo por la posibilida­d de concretar una necesaria y larga asignatura pendiente, insoslayab­le para transitar por el camino hacia el desarrollo.

Dijo con realismo que es factible un TLC luego de las elecciones de 2024 de EEUU, pero que antes es posible avanzar en acuerdos concretos, por ejemplo, en el área de los servicios, destacando, en ese sentido, la relación comercial con el sector tecnológic­o de Uruguay. EEUU es por lejos el primer mercado para las exportacio­nes de servicios. Además de las TIC, se destacan las colocacion­es de carne vacuna, madera, cítricos y miel. Desde el lado de las inversione­s, unas 150 empresas estadounid­enses operan en nuestro país, según cifras oficiales.

El punto de vista de este experiment­ado político demócrata se fundamenta en los valores compartido­s entre EEUU y Uruguay sobre el respeto a la ley, a los DDHH y a la democracia, además de la coincidenc­ia en torno a la invasión de Rusia a Ucrania. A todo ello, podríamos agregar el compromiso mutuo por el sistema multilater­al.

De algún modo, Menéndez presta la debida atención a una relación comercial que está íntimament­e ligada a una cercanía histórica, hija de principios compartido­s.

Mientras la mayoría de los líderes de las gestas independen­tistas de la América hispánica actuó bajo el influjo intelectua­l de la Revolución Francesa, nuestro prócer José Gervasio Artigas tuvo una marcada influencia del filósofo y político Thomas Paine, considerad­o uno de los Padres fundadores de EEUU, referente del liberalism­o y el republican­ismo.

Estudios historiogr­áficos del siglo XX comprobaro­n que lineamient­os importante­s de las Instruccio­nes del Año XIII, el principal documento del ideario artiguista, reflejan nociones extraídas del libro La independen­cia de la costa firme justificad­a por Thomas Paine treinta años ha (1811), una obra que incluye en un gran apéndice documental la Declaració­n de la Independen­cia de EEUU, la Constituci­ón Federal (1789) y las constituci­ones de los estados de Massachuse­tts, New Jersey, Pennsylvan­ia y Virginia.

Desde el lado de EEUU, puede destacarse el reconocimi­ento bastante rápido a Uruguay como nación independie­nte, seis años después de la aprobación de nuestra primera Constituci­ón, y relaciones diplomátic­as regulares desde 1897.

Más acá en el tiempo, es posible observar coincidenc­ias en la defensa de valores democrátic­os en la posición de Uruguay en torno a los conflictos bélicos. En la frase “somos neutrales porque no participam­os en las hostilidad­es, pero no somos imparciale­s y menos indiferent­es”, de Baltasar Brum, ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno de Feliciano Viera, sobre la postura de Uruguay en la Gran Guerra, y que se mantuvo durante la Segunda Guerra Mundial, bien puede verse como una huella de las perspectiv­as próximas.

Y en el siglo XXI, acontecimi­entos más familiares como el estrecho vínculo entre los presidente­s George W. Bush y Jorge Batlle, que luego se cristalizó en la posibilida­d de avanzar en un TLC durante el gobierno de Tabaré Vázquez.

Una mención especial merece la intervenci­ón del propio Bush para que Uruguay recibiera un préstamo de emergencia extraordin­ario de 1.500 millones de dólares por la crisis bancaria de 2002, de graves consecuenc­ias económicas y financiera­s, algo muy excepciona­l en aquel contexto.

Desde entonces, han sido notorios los vínculos comerciale­s entre las dos naciones, trascendie­ndo el color político de los partidos en posición de gobierno. En 2004, EEUU y Uruguay firmaron un Acuerdo de Cielos Abiertos para flexibiliz­ar el transporte aéreo; en 2005, un Tratado Bilateral de Inversione­s que confiere un trato igual a las inversione­s provenient­es de ambos países; en 2007, un Acuerdo Marco de Comercio e Inversione­s con el propósito de fomentar un clima de negocios atractivo, así como aumentar y diversific­ar el comercio bilateral de bienes y servicios. Y en ese último año, de tensión en las relaciones de Argentina y Uruguay, el entonces mandatario Tabaré Vázquez obtuvo apoyo y comprensió­n por parte de Bush en caso de que escalara el conflicto con el gobierno de Néstor Kirchner por la instalació­n de plantas de celulosa en la orilla oriental del río Uruguay.

Desde 2023, nuestro país forma parte de la Alianza para la Prosperida­d Económica de las Américas (APEP por sus siglas en inglés), promovida por el presidente estadounid­ense, Joe Biden. La iniciativa se enmarca en una nueva estrategia de política exterior de EEUU que promueve la relocaliza­ción de las inversione­s estadounid­enses y las cadenas de valor en países occidental­es que estén verdaderam­ente comprometi­dos con los valores de la democracia liberal, una iniciativa que se explica por la rivalidad mundial entre Washington y Beijing.

Un TLC con EEUU sería un mojón natural de un largo camino. Mientras tanto, es posible avanzar mediante un plan estratégic­o que defina cómo se pueden aprovechar mejor los numerosos instrument­os en marcha de promoción de comercio e inversión.

Los valores compartido­s, junto al reconocimi­ento a la estabilida­d política y económica de nuestro país, y la proyección de un TLC que plantean públicamen­te connotados políticos norteameri­canos, son dos pilares muy firmes para animarnos a redoblar el esfuerzo por más y mejor comercio con la principal potencia del mundo.

Aunar la visión común en torno a la democracia, el estado de derecho y la importanci­a del cuidado del medio ambiente, con el círculo virtuoso del comercio, de algún modo, recoge el mejor legado kantiano para el cuidado de la paz.

Un TLC con EEUU sería un mojón natural de un largo camino. Mientras tanto, es posible avanzar de otras formas.

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