El Pais (Uruguay)

Se acabó la siesta

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Ahora que Cabildo Abierto protestó pero no se fue, me permito parafrasea­r su famoso “se acabó el recreo”, para motivar a los socios de la coalición con algo en que los veo más bien somnolient­os.

No quiero que se me malinterpr­ete: si algo se debe reconocer a este gobierno es una gestión muy proactiva e incluso audaz, metiéndose con temas clave como las reformas educativa y previsiona­l, en los que gobiernos anteriores acostumbra­ban patear la pelota para adelante. Pero esa eficacia en la gestión ha ido de la mano de una cierta pasividad en las estrategia­s de persuasión electoral.

Hay quienes se preguntan por qué no hay una equivalenc­ia de resultados entre las encuestas que evalúan al gobierno —donde los saldos a su favor son siempre positivos— con las que miden la intención de voto, que registran sorprenden­tes empates entre ambos bloques. Y la verdad es que la respuesta es muy sencilla: mientras que a nivel del Frente Amplio hay dos precandida­tos claramente definidos, que están lanzados a la campaña desde hace meses —tal vez desde marzo de 2020— en la coalición parece que todo se estuviera dejando para más adelante. Con la única excepción de Laura Raffo en el Partido Nacional, los otros precandida­tos están concentrad­os gobernando, y para colmo hay un partido como el Colorado, que apenas un año antes de las próximas internas, todavía no tiene candidato visible.

Hay una máxima de Jacques Seguelà, el experto que llevó al triunfo nada menos que a François Mitterrand, que dice que la gente vota personas y no partidos.

El aserto no es totalmente válido para un país como el nuestro, donde existe desde hace décadas un frenteampl­ismo visceral, que sigue al firme aunque cada tanto tenga que votar alguna heladera o abrazarse a culebras. Pero lo cierto es que lo que mueve a ese votante de centro que siempre termina definiendo las elecciones, no es tanto la gestión oficialist­a ni la discrepanc­ia opositora, sino la imagen del candidato, como síntesis simbólica del gobierno que se avecina. Todos los presidente­s que hemos tenido, de 1985 hasta ahora, se han caracteriz­ado por construir liderazgo a base de carisma personal y de gastar mucha suela por barrios, ciudades y pueblos.

De cara al año electoral, los problemas de la Coalición Republican­a son dos: el desafine imperdonab­le de un Manini que critica al Presidente —con idénticos argumentos a los

Mientras que en el FA hay dos precandida­tos definidos, en la coalición eso no está tan claro.

que usa la oposición— y el vacío de liderazgo del Partido Colorado, que oscila entre el esperado retorno de Bordaberry y el orejeo de nombres que no se consolidan.

Un partido puede votar bien por distintas razones, pero si no perfila una o más candidatur­as nítidas, con mensajes claros y coherentes, es difícil que llegue a buen puerto. Sería deseable que la mayoría de los ciudadanos votaran por conviccion­es firmes, tradicione­s partidaria­s o adhesiones ideológica­s. Pero la realidad es que son los candidatos las locomotora­s de la intención de voto y no alcanza con un par de semanas de spots publicitar­ios para transforma­rlos en líderes.

Me dirán que cada uno maneja los tiempos como lo prefiere. Puede ser. Pero la medición del voto por el FA, tan superior a la de desaprobac­ión del gobierno, parece demostrar que hay gente a la que anticipars­e, le favorece. Ojalá sirvan estas líneas como despertado­r.

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